Rafael Antonio Madrid Gálvez

Rut : 5.311.777-5
Fecha Detención : 03-10-1973
Comuna Detención : Quinta Normal
Fecha Asesinato : 04-10-1973
Comuna Asesinato : Santiago
Fecha Nacimiento : 03-03-1950
Edad : 23
Lugar Nacimiento : Quinta Normal
Partido Político : Partido Socialista (PS)
Oficio o Profesión : Estudiante universitario
Nacionalidad : Chilena

Antecedentes del Caso

MADRID GALVEZ, Rafael Antonio, 23 años, estudiante universitario, militante socialista y dirigente en la Universidad Técnica del Estado (UTE).

Fue detenido por una patrulla militar en la casa de unos tíos en la comuna de Quinta Normal, junto a un amigo. Posteriormente, ambos fueron trasladados a la 12ª Comisaría de Carabineros y luego a la Casa de la Cultura de Pudahuel (Barrancas), lugar en que son interrogados, para ser nuevamente trasladados en la madrugada del día 4 de Octubre a la carretera en el sector del tunel Lo Prado. Testimonios recibidos señalan que en este lugar fueron obligados a correr, con el objeto de simular una fuga y les dispararon, quedando ambos heridos. Efectivos de Carabineros que llegaron al lugar encontraron que sólo Rafael Madrid estaba muerto y el otro muy mal herido, trasladándolo a la Posta Tres.

Entre los días 3 y 8 de octubre fueron detenidas cinco personas en las comunas de Pudahuel y Quinta Normal, siendo todas trasladadas a la Casa de la Cultura de Pudahuel (Barrancas). Estas detenciones se habrían producido como consecuencia de los allanamientos efectuados en distintas poblaciones de las comunas mencionadas, por militares acantonados en dicho recinto. Los cinco detenidos fueron encontrados muertos en la vía pública según sus certificados de defunción, entre los días 4 y 9 de Octubre de 1973, y en todos los casos la causa de la muerte es “múltiples héridas de bala, tóraco abdominales y cérvico craneanas.”

Los afectados fueron :

- Exequiel Segundo CONTRERAS CARRASCO, 22 años, técnico sanitario, militante socialista, miembro del Dispositivo de Seguridad del Presidente (GAP).

Fue detenido por una patrulla militar en un allanamiento selectivo efectuado el día 4 de Octubre, en la población Pudahuel y llevado a la Casa de la Cultura, junto a otras cuatro personas.

Su cuerpo sin vida fue encontrado en la mañana del 5 de Octubre, en la carretera, en el sector de San Pablo camino al Aeropuerto. Sobre el cadáver se encontró su credencial de guardia presidencial del Presidente Allende.

- Carlos Leonardo IBARRA ECHEVERRIA, 21 años, estudiante universitario de Pedagogía, militante socialista y dirigente estudiantil en el Pedagógico.

Fue detenido por militares, el día 5 de Octubre en su domicilio, cuando se realizaba un allanamiento en la población Manuel Larraín de la comuna de Pudahuel. También fue conducido a la Casa de la Cultura de Pudahuel.

Su muerte se produce, según el certificado de defunción el día 8 de Octubre de 1973 en Pudahuel?Santiago, a las 23:00 horas. El día 9 de Octubre de 1973, al concurrir sus familiares a preguntar por él en la Casa de la Cultura, se les informa que fue trasladado al Estadio Nacional, en circunstancias que su ejecución había ocurrido el día anterior.

- José Elías QUEZADA NUÑEZ, 28 años, pioneta, militante socialista, miembro de la Junta de Abastecimientos y Precios (JAP) de su población.

Fue detenido por militares, el día 8 de Octubre de 1973 en la población Manuel Larraín y trasladado a la Casa de la Cultura de Pudahuel.

Su muerte se produjo - según el certificado de defunción - el día 9 de Octubre, en la vía pública a las 07:30 horas.

El mismo día 9, al consultar sus familiares en la Casa de la Cultura, se les responde al igual que en el caso anterior, que fue trasladado al Estadio Nacional, en circunstacias que ya había sido ejecutado.

- Alberto Toribio SOTO VALDES, 20 años, militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).
Fue detenido por militares, el día 8 de Octubre de 1973, en la población Manuel Larraín, junto con José Quezada y ambos trasladados a la Casa de la Cultura de Pudahuel.

Al igual que el caso anterior, su muerte se produce -según el certificado de defunción-  el día 9 de Octubre, en la vía pública a las 07:30 horas.

Ese mismo día en la Casa de la Cultura, a los familiares se les informó que había sido trasladado al Estadio Nacional, a pesar que ya se encontraba muerto.

Considerando los múltiples testimonios verosímiles recibidos y particularmente, que se encuentran acreditadas la detención y muerte de los afectados; que sus circunstancias y causas hacen razonable pensar en la acción de agentes estatales; que las víctimas eran militantes políticos y dirigentes sociales o estudiantiles; la existencia de episodios similares que involucran a los mismos agentes aprehensores; las versiones contradictorias entregadas por el personal militar a los familiares, cuando éstos consultan por la suerte de los afectados, esta Comisión ha llegado a formarse convicción que Rafael Antonio Madrid, Exequiel Segundo Contreras, Carlos Leonardo Ibarra, José Quezada Nuñez y Alberto Soto Valdés fueron ejecutados y víctimas de violaciones graves a los derechos humanos, atribuibles a la acción de agentes del Estado.

Fuente :(Informe Rettig)

Prensa

Rafael era un líder innato, desde su etapa escolar en el Liceo N°9 (Actual A-78) fue dirigente, llegando a ser vicepresidente del centro de estudiantes. Le gustaba el futbol, por lo que asistía periódicamente al estadio con su hermano menor Sergio, a ver el club de sus amores: Colo-Colo. Tenía varios grupos musicales favoritos, entre ellos Los Beatles y a nivel nacional Inti-illimani y Quilapayún.

Al ingresar a la universidad, mantuvo su participación en el centro de estudiantes de la UTE (Actual USACH) y también a nivel partidista, como militante del Partido Socialista.

En los años posteriores a su asesinato, su familia fue convocada por el rector de dicha casa de estudios para entregar el título póstumo de profesor de Estado en Castellano.

Detención:

Al momento de su detención, Rafael y un amigo Gastón González Rojas, estaban de visita en la casa de unos tíos en calle Andes, entre Bismark y Ladrillero, comuna de Quinta Normal. Según su hermano Sergio Madrid, uno de los vecinos los vio como sospechosos y aviso a militares que patrullaban las noches del toque de queda, indicando que en esa casa había dos jóvenes que no eran del lugar. Alrededor de las 02:00am los militares rodean la manzana y los toman detenidos, subiéndolos a golpes al camión militar.  Posteriormente, ambos fueron trasladados a la Casa de la Cultura de Barrancas (hoy municipalidad de Pudahuel), lugar en que son golpeados e interrogados para ser nuevamente trasladados en la madrugada del día 4 de octubre de 1973 a la carretera en el sector cercano al túnel Lo Prado, hoy Ciudad de los Valles, Pudahuel.

Testimonios del sobreviniente Gastón, señalan que en este lugar fueron obligados a correr, con el objeto de simular una fuga, momento en el cual comienzan a dispararles con metralletas de guerra, quedando ambos heridos. Gastón, al percatarse que los militares se habrían retirado, comienza a moverse y revisar su herida en el muslo. Arrastrándose llega donde estaba Rafael e intenta moverlo diciéndole “Rafael ya se fueron”, pero él ya se encontraba muerto, ya que un impacto de bala había sido en su cabeza.

Gastón estaba en shock, a pesar de ello, como pudo recogió un pañuelo más una rama de árbol y se hace un torniquete para evitar que siguiera el sangrado de su pierna y se arrastra hasta la carretera. Después de unos minutos lo logra visualizar una camioneta de carabineros, quienes lo llevan al Posta 3 y se comunican con el Servicio Médico Legal para retirar el cuerpo de Rafael, quien a sus 23 años yacía muerto en el lugar.

La causa de la muerte fue consignada como “múltiples heridas de bala, torácico abdominales y cérvico craneanas.”

Romería Cementerio General por Rafael Madrid por parte de su hermano Sergio Madrid, militantes y amigos. 2018.

El proceso judicial fue llevado a cabo por su familia, en donde el año 2020 la Quinta sala de la Corte de Apelaciones de Santiago dictó sentencia definitiva en el episodio denominado “Casa de la Cultura de Barrancas” y condenó a cinco miembros en retiro del Ejército por su participación en los homicidios de catorce dirigentes políticos y poblacionales, hechos cometidos entre septiembre y octubre de 1973. Esto ratifico la participación del ex militar Juan Ramón Gerardo Fernández Berardi, de cómplice a autor, condenándolo a 15 años y 1 día de presidio, como autor del homicidio calificado de Rafael Antonio Madrid Gálvez y otras víctimas. Sergio, su hermano menor realiza desde entonces una romería al cementerio general y otros actos, como una placa de reconocimiento instalada en el Liceo A-78.

 

Fuente :quintanormal.cl

Ceremonia, que se desarrollará en el Aula Magna este viernes (6), es una de las actividades de mayor simbolismo que realizará nuestra Casa de Estudios, en el marco del programa de Conmemoración de los 40 años del Golpe de Estado. Tras esta primera entrega de diplomas, se descubrirá una placa recordatoria en el patio de la ex Escuela de Artes y Oficios, con los nombres de las víctimas.

Este viernes 6 de septiembre, a las 11.30 horas y en solemne ceremonia, nuestra Casa de Estudios concederá por gracia y en forma póstuma y simbólica, los títulos universitarios profesionales, a 39 estudiantes detenidos desaparecidos o ejecutados políticos durante la dictadura militar.Emilio Daroch, presidente de la Corporación Solidaria UTE-Usach, gestor de esta iniciativa, explicó que esta Universidad fue un lugar donde la dictadura aplicó con más fuerza la violencia a los largo de los años, especialmente en sus inicios el mismo 11 de septiembre de 1973, y hasta fines de la década de los años ’80.Esta iniciativa cobra sentido como una forma de desagraviar a personas que durante su participación como estudiantes en la comunidad universitaria sufrieron las consecuencias de la dictadura, como los casos emblemáticos de Gregorio Mimica en 1973 y el dirigente estudiantil,Mario Martínez,asesinado a fines de los ‘80.Mimica fue detenido en septiembre de 1973 junto a más de mil personas en el  allanamiento a la UTE. Fueron trasladados al ex Estadio Chile (actual Víctor Jara) y poco después salió libre, pero cuando llegó a su casa, inmediatamente volvió a ser detenido por una patrulla militar que lo llevó de regreso a la Escuela de Artes y Oficios, donde fue interrogado. Su paradero fue desconocido por 37 años hasta que en abril de 2011 sus restos fueron encontrados en el Patio 29 del Cementerio General.La historia de la muerte de Mario Martínez, en cambio, sucedió 13 años después del Golpe de Estado, cuando era secretario de Finanzas de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Santiago y se encontraba investigando la presencia de agentes de seguridad de la dictadura infiltrados en el campus. El 4 de agosto de 1986 su cuerpo fue encontrado en la costa de Santo Domingo.“Sin duda que se abre una herida”,  sostiene Daroch, pero “queda un sentimiento de que se hace un poco de justicia. Nos sentimos profundamente emocionados por entregar estos títulos simbólicos y mostrar que se pudo cumplir este sueño”.En la ceremonia,  serán sus familiares quienes recibirán los diplomas. “Estuvimos en permanente contacto con las familias de algunos compañeros desaparecidos, pero hubo dos o tres casos en que no pudimos encontrar a nadie”, lamentó Emilio Daroch, quien explicó que la de este viernes será la primera entrega de títulos, ya que hay antecedentes de más ejecutados o desaparecidos en el periodo. “Este proceso no se ha cerrado, estos son los casos que se pudo acreditar, pero aún falta hilar fino y buscar antecedentes que en muchos casos no se encontraron en la Universidad. Esperamos realizar otra titulación como ésta, más adelante”.La lista de estudiantes que recibirán sus titulos en forma póstuma, está compuesta por Rafael Araneda Yévenes, Jorge Aravena Mardones, Jaime Buzzio Lorca, Ricardo Campos Cáceres, Claudio Contreras Hernández, Renzo Contreras Jorquera, Juan Elías Cortés Alruiz, Manuel Cortéz Joo, Alfonso Díaz Briones, Antonio Elizondo Ormaechea, Óscar Fuentes Fernández, Luis González Mella, Francisco González Ortiz, Patricio Guarategua Quinteros, René Lucero Muñoz, Zacarías Machuca Muñoz, Rafael Antonio Madrid Gálvez, Juan Bosco Maino Canales, Adolfo Mancilla Ramírez, Agustín Martínez Meza, Mario Martínez Rodríguez, Gregorio Mimiça Argote, Eugenio Montti Cordero, Leopoldo Muñoz Andrade, Ramón Núñez Espinoza, Eduardo Ojeda Disselkoen, Fernando Olivares Mori, Pedro Oyarzún Zamorano, Michelle Peña Herreros, José Peña Maltés, José Manuel Ramírez Rosales, Enrique Reyes Manríquez, Hugo Ríos Videla, Ricardo Rioseco Montoya, Carlos Santibáñez Romero, Carlos Terán de la Jara, Jaime Vásquez Sáenz, Jecas Nehgme Cristi y Francisco Viera Ovalle.El acto, que será presidido por el rector Juan Manuel Zolezzi, se llevará a efecto en el Aula Magna del Plantel, el viernes 6, a las 11.30 horas. Posteriormente, en el patio de la ex Escuela de Artes y Oficios, se descubrirá una placa recordatoria. 

Fuente :usach.cl 15/3/2017

La Segunda Sala de la Corte Suprema, en fallo dividida, dictó sentencia de término en el episodio denominado "Casa de la Cultura de Barrancas", y condenó a miembros en retiro del Ejército por su participación en los homicidios de catorce dirigentes políticos y poblacionales, hechos cometidos entre septiembre y octubre de 1973, en la entonces comuna de Barrancas, actual comuna de Pudahuel.

La Sala presidida por el ministro Leopoldo Llanos e integrada por los ministros suplentes Eliana Quezada, María Carolina Catepillán y Juan Cristóbal Mera, y el abogado integrante Eduardo Gandulfo, por mayoría, decidió rechazar los recursos presentados por la defensa de los acusados y confirmaron lo resuelto por la Corte de Apelaciones de Santiago, en diciembre de 2020, condenando a los ex militares Jorge Reyes Morel y Pedro Lovera Betancourt, a ambos de 15 años. y 1 día, como autores de los homicidios calificados y consumados de Raúl Eliseo Moscoso Quiroz, Víctor Manuel Barrales González, Sergio Osvaldo de la Barra, Mario Gabriel Salas Riquelme y José Eusebio Villavicencio Medel; además del homicidio calificado, frustrado, de Luis Sergio Gutiérrez Rivas.

Respecto de Donato López Almarza, quien había sido condenado en el fallo de segunda instancia también a 15 años y 1 día, por los mismos delitos perpetrados en la persona de las mismas víctimas, en esta oportunidad, el máximo tribunal, omitió pronunciarse sobre las casaciones presentadas a dicha condena, por encontrarse con López Almarza en estado de enajenación mental.

Asimismo, se condenó al ex militar Juan Ramón Gerardo Fernández Berardi, a 15 años y 1 día de presidio, como autor del homicidio calificado de Rafael Antonio Madrid Gálvez, Exequiel Segundo Contreras Carrasco, Carlos Leonardo Ibarra Echeverría, Alberto Toribio Soto Valdés, José Elías Quezada Núñez, Rosalino del Carmen Retamal, y de los delitos de homicidio calificado en grado de frustrado en la persona de don Gastón. Alberto González Rojas, y de secuestro calificado seguido de homicidio en el caso de don Daniel Hernández Orrego.

En tanto, la Corte Suprema omitió pronunciarse sobre las condenas recaídas en contra de Carlos Rodolfo Silva Pérez y Jorge Turres Mery, ya que ambos se encuentran fallecidos.

Para el abogado Francisco Ugás, jefe jurídico del Estudio Caucoto Abogados y querrellante en representación de las familias de 7 de las 14 víctimas "Es valioso y destacable que nuestra Corte Suprema haya rechazado, por mayoría, las casas impetradas por las defensas de los victimarios en el presente caso, validando la decisión de segunda instancia que pronunció la Corte de Apelaciones de Santiago".

En ese sentido, Ugás señaló que «las condenas definitivas y efectivas de los exagentes Lovera, Reyes y Fernández, todos del Ejército de Chile, son expresión del férreo cumplimiento del deber de punición o sanción que tiene que cumplir el Estado de los crímenes de lesa humanidad que se cometieron en nuestro país hace ya casi 52 años, como ocurre en este caso. Ello, en el contexto de lo que Naciones Unidas ha conceptualizado como la lucha contra la impunidad. Lamentablemente, no puedo obviar que algunos agentes fallecieron durante la sustanciación del caso (Urrich, Silva y Turres, por ejemplo) lo que, de algún modo, nos deja una cierta amargura y una sensación de una justicia que no fue plena".

El abogado, además, destacó los argumentos esgrimidos por el máximo tribunal "quisiera resaltar la fundamentación, los argumentos de lo resuelto en definitiva por la Corte Suprema para desestimar los recursos de las defensas de los condenados, los que fueron mal planteados, adoleciendo ellos de vicios jurídicos que tornaban en imposible el que aquellos los pudiesen prosperar. Finalmente, los familiares de las víctimas han tenido una respuesta por parte de nuestro sistema de Justicia, ante estos horrendos y cruentos crímenes perpetrados por agentes del Estado en perjuicio de ellas".

De acuerdo a la investigación encabezada por el ministro Mario Carroza se confirmó que, a partir del 11 de septiembre de 1973, un batallón del regimiento de Infantería Montaña N° 3 «Yungay» de San Felipe, al mando del alcalde Donato López Almarza, se instaló en la comuna de Quinta Normal y en Barrancas (actual comuna de Pudahuel) donde se realizaron distintos allanamientos a campamentos y poblaciones. Dicho batallón permaneció todo el mes de septiembre y, luego, fue relevado el 1° de octubre de 1973, por la Primera Compañía de la Escuela de Suboficiales del Ejército, que se encontraba un cargo del Capitán Gerardo Ernesto Urrich González (hoy fallecido), seguido por su subalterno el Teniente Juan Ramón Gerardo Fernández Berardi, los que también llevaron a cabo allanamientos. En dichos procedimientos fueron detenidas las víctimas, las que luego fueron sometidas a torturas y, posteriormente, fusiladas en la Casa de la Cultura de Barrancas o en sectores cercanos al túnel Lo Prado.

Algunos de los cuerpos de las víctimas fueron abandonados en el entonces Instituto Médico Legal y en la vía pública. Mientras que a otros se les perdió su rastro y sus restos sólo fueron encontrados años después, en el Patio 29 del Cementerio General.

por Daniela Caucoto

Fuente :resumen.cl, 24 de Abril 2025

Otra Información

Nació el 3 de marzo de 1950, en el seno de una familia modesta afincada desde siempre en los viejos barrios de Quinta Normal.

Cursó sus estudios primarios en la Escuela Básica Nº 3, ubicada en Mapocho, para luego seguir sus estudios secundarios en el Liceo de Hombres Nº 9 (actual Liceo A 78), también de Quinta Normal, donde destacó como vicepresidente de su centro de alumnos. En ese rol, recuerdan sus ex compañeros, su énfasis estuvo puesto en las reivindicaciones estudiantiles y en una constante lucha por modificar las políticas reaccionarias y conservadoras que se implementaron en la educación chilena.

Hincha de Colo Colo, solía llevar a Sergio, su hermano menor, a disfrutar de los partidos en el Estadio Nacional, sobre todo a los clásicos cuando el elenco albo enfrentaba a la Universidad de Chile o cuando le correspondía jugar por algún campeonato más importante, como la Copa Libertadores de América.

Dirigente liceano y en la UTE

En su rol como dirigente liceano, y en las tareas culturales y sociales de su barrio, Rafael se fue acercando a la izquierda, generando en él una fuerte y prematura conciencia social, que lo llevó a definirse políticamente por el Partido Socialista, al que ingresó a mediados del año 1969. En las filas del Partido y de la Juventud, Rafael pronto comenzó a destacar por su activa participación en congresos, conferencias y actividades de masas, sobre todo en temas de carácter organizativo, que fue su sello distintivo al interior del socialismo, lo que lo llevó a protagonizar la formación de múltiples núcleos en diversos sectores de Quinta Normal.Al finalizar su enseñanza media, en 1970, ingresa a la Universidad Técnica del Estado (UTE), matriculándose en la carrera de Pedagogía en Castellano, donde una vez más destaca como dirigente estudiantil, en su calidad de vicepresidente del centro de alumnos de Castellano (que fue presidido por el joven comunista Osiel Núñez).

Ya en esa época comenzó su carrera laboral como profesor, haciendo clases de castellano y de otra materias a los niños de la Escuela Básica “Elvira Santa Cruz” de Quinta Normal, entregando valores como la solidaridad y el respeto a sus educandos, vocación que le hizo ser muy querido por sus alumnos, apoderados y colegas de esa pequeña escuela. Su vocación pedagógica también la desplegó haciendo clases a pobladores y niños del Campamento “Che Guevara” (hoy Población Santa Anita de Lo Prado), en el sector conocido como Barrancas, clases que se hacían en destartalados buses estacionados en ese campamento, a manera de improvisadas aulas.

El 3 de octubre de 1973, a pocos días del golpe militar, Rafael -que se había negado a asilarse y a salir del país- fue detenido por efectivos militares fuertemente armados desde el domicilio de un familiar, a cuadras de su hogar. La patrulla que lo detuvo -en compañía de Gastón González, otro militante socialista intensamente buscado- la componían efectivos del Regimiento Guardia Vieja de Los Andes, unidad que asumió el control militar de la zona de Quinta Normal y de Barrancas, y que operaban desde el Internado Nacional Barros Arana y del propio parque Quinta Normal, donde instalaron sus cuarteles de campaña.

Rafael y Gastón fueron trasladados a la 12ª Comisaría de Carabineros y luego a la Casa de la Cultura de Pudahuel (Barrancas), donde coincidieron con otros cuatro militantes socialistas y uno del MIR allí detenidos (Carlos Ibarra, Exequiel Contreras, José Elías Núñez y Alberto Soto, respectivamente), los que serán asesinados el 9 de octubre en Pudahuel.

Rafael y su compañero, en tanto, son intensamente interrogados en la Casa de la Cultura de Pudahuel, para ser nuevamente trasladados en la madrugada del día 4 de Octubre a la carretera en el sector del Tunel Lo Prado.

Testimonios recibidos señalan que en este lugar fueron obligados a correr, con el objeto de simular una fuga y les dispararon, quedando ambos heridos. Efectivos de Carabineros que llegaron al lugar encontraron que sólo Rafael Madrid estaba muerto y el otro muy mal herido, trasladándolo a la Posta Tres.

Al momento de su asesinato, Rafael tenía  23 años de edad.

Fuente :pschile.cl

Hubo un momento de pesado silencio, el cielo nocturno mostraba sus primeros luceros hacia el poniente, sobre el largo muro de adobe del patio del restorán del barrio, los rostros tensos esperaron tal vez con la esperanza de que esta vez perdiera. ¡Cremaschi, Atilio Cremaschi del Audaz Sportivo Italiano! Un murmullo algo rencoroso, se elevó entre parte del grupo de competidores, «¡éste le achunta siempre!. Con «S», con «S» propuso otro desafiante; ¡Leonel Sánchez de la Chile!, gritó el Lulo de la esquina.

«No, ya lo dijimos. No vale…» Si las miradas mataran hubiéramos tenido un funeral al día siguiente. Tranquilo, con esa leve ironía de quien está muy seguro de lo que sabe y secretamente muy contento de la derrota de su adversario, con una sonrisa levemente conmiserativa, el Rafa daba otra oportunidad a sus contendores: a ver…dijo, con M pero de la Selección de Chile…

Así terminaban muchos de nuestros días de pichangas después de horas de un interminable partido de fútbol muchas veces con pelota de trapo, que iba cambiando sus jugadores en la medida que estos se cansaban, o los llamaban a tomar once, o a ir a comprar al almacén de la señora Marta, o por último a comer. La noche terminaba con los últimos arrestos deportivos de la jornada y como aún a nadie lo llamaban a acostarse, comenzaba el bachillerato del fútbol en la puerta de la casa de Rafa al lado de la nuestra.

Rafa y mi hermano mayor eran los cápitos de esta prueba de sapiencia deportiva y solían ganarle a todos pero yo recuerdo especialmente a nuestro vecino, por ese aire maduro como de viejo chico que sin ninguna prepotencia, mostraba ya los atisbos de una mente rápida, un maduro equilibrio y sentido del humor bonachón raro para su edad de no más de 11 años.

Yo me sentaba en la vereda al costado del umbral de su casa con la espalda apoyada al muro color verde nilo con el Queco su hermanito chico el que había nacido con los deditos de la mano pegados y a veces por curiosidad y la ternura que me inspiraba, lo tenía de la mano y sentado en mis rodillas mientras escuchábamos el duelo enciclopedista de nuestros hermanos mayores con los otro grandes del fútbol de nuestra cuadra y sus inmediaciones.

En las tardes, cuando el sol permitía jugar a la pelota; entre las nubes de tierra que se levantaban, Rafa, mi hermano, el Nelson, Pancho del lado del almacén de don Domingo y Cañoncito, de la calle Alejandro Fierro se lucían con jugadas triunfales. Yo siempre jugué pa´l Rafa; cuando el sorteo por pisacordones ya no dejaba más estrellas deportivas, el Rafa me elegía para su equipo así que solíamos correr la misma suerte, en el triunfo y la derrota.

Más de una jornada de agosto o septiembre, esperando poder atrapar volantines cortados arriba del techo, nos sentábamos con mi hermano a caballito en la cadeneta musgosa del muro medianero de nuestra casa, muy alto y Queco corría por el patio feliz de vernos allá arriba encaramados y así podíamos conversar con el Rafa también antes de que nos dejaran salir a jugar a la calle por un nuevo día.

Si yo necesitaba unos clavos para hacerme algún juguete de palo, golpeaba la puerta de Rafa y aparecía por el pasillo transparentándose en el cristal labrado a franjas de la mampara, la silueta querida de la señora Luzmira, su mamá, cortada en múltiples estrías de diamante, siempre cariñosa, chiquita y robusta con un dulce, «¿qué querís, mijito?»

Desde dentro del pasillo muchas veces aparecía Rafa detrás de la espalda de su Mamá, ella se secaba las manos en la pintora y le restregaba el pelo oscuro y rizado con tierna camaradería y un dejo de orgullo materno por ese tranquilo y buen hijo mayor. Mientras la señora Luzmira iba a buscar el suministro solicitado ese día, Rafa me preguntaba en qué andaba y yo le exponía mi proyecto.

El siempre escuchaba con mucho respeto y su opinión era muy importante para mí como tenía que serlo la de alguien que se sabía al dedillo los nombres de todos los jugadores de fútbol de Chile y que siempre estaba al tanto de las tallas de Residencial La Pichanga; y que además intercedió junto con la señora Luzmira para que mis papás me dieran permiso para ir por primera vez en mi vida al Estadio Nacional. Todo nuestro barrio casi era del Colo-Colo, así que recuerdo una tarde de Domingo hermosa, tomar dos micros sólo para llegar al estadio y….perdimos 4 a 2 ante la Chile. Recuerdo la entereza de Rafa ante la tragedia y el interminable viaje de regreso a nuestro Quinta Normal en ese atardecer doloroso, creo que si no lloré, en gran medida, influyó la presencia de ánimo de Rafa, el hecho de que no nos echara tallas pesadas a los más chicos que ya hacíamos pucheros y el no querer defraudar su muestra de confianza en mí al considerarme digno de ir al estadio como un cabro grande. Otros derrotados fueron más sinceros y la lloraron de frentón.

Rafa estudió en el Liceo 9 por allá por el Polígono que para mí era un lugar casi mítico e inalcanzable, San Pablo abajo y donde acampaban los gitanos a los que les teníamos miedo por lo que de esos pobres nómades se contaba, lo que lo hizo aún más temible y legendario como una especie de ignota frontera prohibida a los susceptibles de secuestro. Pero Rafa, sí lo conocía e iba y volvía sólo, a salvo y eso era otro punto a su favor. Rafa era bajito, de paso rápido y enérgico que lo hacía aparecer más alto de lo que en realidad era. Tal era la energía y serena seguridad en sí mismo que vivía en él , probablemente eso lo hacía tan imperceptiblemente protector y camarada. Imitaba muy bien al Gabito Videla, el cómico personaje de Deportes la Serena de Residencial La Pichanga, uno de nuestros imperdibles programas de radio de entonces; su voz era siempre algo afónica con un muy leve gangoseo como si se fuera a resfriar. Su rostro era anchito así como los jarros chicos de cerveza, de tez morena clara y de ojos grandes y con una mirada que parecía siempre estar en la primera baldosa de la risa. Algo de un humor sardónico chispeaba en sus ojos a la menor provocación.

Cuando cumplí doce años nos cambiamos de casa. Nos fuimos a la Villa Portales, un mundo diferente y moderno a pocas cuadras de nuestro arrabalero barrio antiguo que siguió allí con su vida lenta y provinciana, impregnado con el dulce aroma del adobe y de los sacos de carbón de los almacenes de las esquinas de Alcérreca, con su atmósfera tan de tango y sus fábricas que exhalaban al atardecer hombres de mameluco azul con viandas de aluminio para el almuerzo, colgando del fierro travesaño de sus grandes y oscuras bicicletas. Barrio de calles de tierra con contadas acacias de follaje grisáceo y esa única ampolleta en el poste de la esquina frente al portón de la casa de los Negros que alumbraba pobremente el forzosamente breve alargue nocturno de nuestras pichangas eternas y recurrentes.

Ya no volvimos a ir con Rafa y los amigos mayores a mirar los afiches al cine Maipo de 4 películas el domingo y al Alhambra, de sólo dos, más decente y con confitería, que estaba al frente en esa movida esquina de San Pablo con Robles, donde al dar la luz verde el semáforo, partía tremolando roncamente el Carrito del Ferrocarril Oeste, el último tranvía de Chile en su lento viaje del Polígono hasta Matucana. Con toda la patota de chiquillos, nos trepábamos al carro por la puerta de atrás y nos íbamos colgando con todo lo posible del cuerpo al aire hasta donde pudiéramos llegar antes de que viniera el inspector a intentar echarnos abajo a cachetadas. Nunca llegamos a la calle Barbosa, a lo más hasta nuestra propia Alcérreca y ya no volvimos a caminar las dos cuadras desde San Pablo hacia Mapocho contándonos lo heroicos que habíamos sido o quién pudo esquivar por más tiempo al inspector antes de tener que saltar del carro a la polvorienta vereda.

En los años que siguieron veloces, nos vimos pocas veces con Rafa. Apenas, en esporádicas visitas que hice al viejo barrio. Lo recuerdo de entonces acompañándome hasta San Pablo, conversando ahora de igual a igual incluso yo ahora era más alto que él, e íntimamente saboreaba esta atención que me dispensaba el admirado viejo crack de mi barrio natal, tratándome como a un igual, conversando de temas importantes, fumándonos un cigarro solidario, por lo general compartido.

Nos despedíamos frente a la panadería «Escudo de Chile» y yo enfilaba hacia el recinto de la Armada por donde a todos los vecinos nos permitían pasar para acortar camino, frente a los bellos jardines de las casas de los oficiales, escuchando los grillos y respirando el grato aire crepuscular, llevaba conmigo aún antes de pasar sobre el rumoroso canal desde donde ya se divisaba la Villa Portales, mi nuevo mundo. La sensación tibia de esa reciente cercanía con Rafa, el amigo mayor que siempre se interesaba por saber de mis hermanos y les mandaba saludos a ellos y a mis padres. Era un viejo chico, un hombre en la adolescencia pero ya, sabio como el que más y a quien nunca había escuchado hablar mal de nadie, ni siquiera como es tan común en los niños, una burla cruel contra otro. En el fondo siempre había sido un modelo para mí; como el personaje que yo hubiera querido ser, por su trato con los demás niños, con Queco su hermano chico, con sus Padres. Siempre emanó de él un precoz y madura virilidad y una bonhomía y rectitud que no merecía duda. Cruzando la avenida Portales y entrando a la Villa Portales, el recuerdo de Rafa se quedaba allá del otro lado de la Quinta Normal, guardadito por ahí en uno de esos cajones con aroma de madera en el ropero fresco de la memoria hasta el próximo encuentro cuando me mandaran mis viejos a Alcérreca nuevamente a buscar la plata del arriendo que a veces tardaba más de lo pactado.

Pocos días después del once de Septiembre de 1973, en la esquina de Av. Portales con Chacabuco, subió Rafa a la micro en que yo viajaba. Me paré casi de un salto para saludarlo, tanta era la impresión de verlo por esos rumbos en los que nunca nos habíamos encontrado, nos dimos un gran abrazo, apretado, lleno de emoción, así me había sucedido con algunos amigos de izquierda al reencontrarlos después de esta fecha por la alegría de saberlos vivos. Sin mayores palabras nos fuimos hasta el fondo donde iban muy pocos pasajeros y, atropelladamente nos contamos en voz baja todo lo que pudimos sobre nuestras vidas por los recientes sucesos en las escasas cuadras que viajamos juntos, pues Rafa se bajaba por ahí por Compañía con Esperanza, o sea no estuvimos juntos más que el trayecto de unas siete cuadras pero esa conversación fue inolvidable para mí.

La mañana del Once, Rafa y yo habíamos estado en el mismo lugar sin saberlo, ambos por instrucciones de nuestros diferentes partidos, para defender el Gobierno Popular. Escuchamos por los altoparlantes de la Universidad Técnica del Estado, la emisión de Radio Magallanes que tocaba música de los Quila y Víctor Jara para dar confianza a los que estábamos con el gobierno, el último discurso del Presidente Allende con sus vibrantes palabras, fue la nota grave en esa mañana gris, vivimos el nerviosismo de la expectativa por los acontecimientos que se nos venían encima; desde dentro del campus se veía cómo los militares tomaban posiciones con sus nidos de ametralladoras frente a nosotros pero nada denotaba lo que realmente iba a suceder.

El contacto de mi partido al que esperábamos cuatro militantes citados allí para hacer lo que fuera necesario, llegó a las doce del mediodía como se había convenido. Nos vió y con una seña de su cabeza, nos hizo seguirlo a un lugar con menos gente pues el patio del campus estaba lleno de chiquillos y chiquillas que no parecían concientes de la gravedad de la situación, más bien, reinaba el ambiente de una pacífica toma universitaria más, nos habló parco y breve, lo habíamos esperado bastante rato y el mensaje fue tan lacónico, «váyanse, cada uno o a su casa, no hay nada que hacer, llámenme esta noche a este número y ahí les diré qué hacer».

Sin añadir más nos fuimos de la UTE, cuando íbamos cruzando la avenida Las Sophoras al costado poniente del campus, sentimos el ruido de un avión de guerra, miramos el cielo pues parecía como en los ensayos de la parada militar, venía del norte en picada hacia el centro de Santiago, la explosión de las bombas nos arrancó toda palabra. Había comenzado el bombardeo de La Moneda. Empezó a lloviznar mientras cruzábamos la calle a la salida de la UTE y frente al block 17 de la Villa Portales, frente al campus, nos separamos con mis camaradas y nunca más supe de ellos, teníamos que apurarnos pues había salido un bando militar que prohibía transitar después de la una so pena de ser tomado prisionero. Atrás quedaba la UTE, con su chiquillería indefensa e inofensiva ya totalmente rodeada por militares listos para el combate.

Rafa era uno de tantos de esos jóvenes que se quedaron dentro de la UTE esa mañana sin que nadie los sacara de ahí. El me contó que cuando empezó el cañoneo, pasada la una de la tarde, de la Casa Central de la Universidad Técnica, el terror de ellos como de todos los que lo escuchábamos desde la Villa, fue inmenso pues mayoritariamente, se trataba de muchachas universitarias y eran muy pocos hombres.

El grupo en que estaba Rafa, al parecer bastante numeroso, empezó a huir de sala en sala dentro de la Casa Central; el campus es muy grande y los militares disparaban desde la calle, así que fueron cambiando de refugio sin ser descubiertos hasta la noche en que lograron pasarse a la Escuela de Artes y Oficios y allí siguieron escondiéndose por salas y laboratorios. Rafa me contó que lo increíble ocurrió en algún momento en que cerca de las diez de la noche una patrulla militar que cuidaba el alto muro que separa al campus de la avenida Sur los descubrió y, compadecidos de tanta chiquillería aterrada e inofensiva, y para su sorpresa, los soldados conscriptos, en vez de hacerlos prisioneros, los tranquilizaron y sigilosamente, al amparo de esos inesperados bienhechores de uniforme, el grupo de Rafa, cruzó la oscura avenida en pequeños grupos a breves intervalos y lograron encontrar refugio en muchos departamentos de los bloques de la Villa Portales, al otro lado de la calle, posiblemente la más ancha que hayan cruzado nunca hacia la salvación. Rafa que no parecía religioso, me lo definió como un verdadero milagro. Eso también creo yo ahora que lo pienso con calma tras todos estos años, incluso me pregunto si habrán sido de carne y hueso esos anónimos soldados que salvaron a tantos indefensos que nada malo habían hecho. El caso es que por esa intervención solidaria casi milagrosa, pero no del todo imposible, es que nos habíamos vuelto a encontrar con Rafa en un momento de tanta oscuridad y dolor para nosotros. Rafa me contó finalmente que estaba al menos contento de que no le hubieran hecho nada después del golpe y que al parecer, le permitirían seguir sus estudios en la Universidad Técnica cuando ésta reabriera. Rafa estaba a punto de recibirse de profesor de Castellano, y así podría ayudar a sus padres que ya eran mayores y sin grandes ingresos. Con esta visión de un futuro algo más promisorio, llegamos cerca de la esquina en que debía bajarse y nos despedimos calurosamente deseándonos suerte de esa manera tan entrañable en que uno por esos días se despedía de sus amigos reencontrados.

Dos años después, de nuevo en primavera, al ir llegando a casa de mis padres, de visita, me encontré con Pancho, nuestro antiguo vecino de infancia. Iba acompañando a la hija de los arrendatarios a pagar el arriendo de la casa de mis padres en la calle Alcérreca, nuestro viejo barrio. Ella era una linda chica y la conversa al encontrarnos los tres iba por esos derroteros semi formales y semi embarazosos de cuando uno se encuentra a una pareja que no es pero parece que fuera y uno se da cuenta de que tres son demasiados. A falta de temas para seguir la charla, me acordé de nuestro común amigo Rafa y contento por la posibilidad de saber de él a quien imaginé en esas visiones instantáneas que no tienen mayor proceso, ya titulado, todo un maestro, regresando a su casa a la hora de almuerzo, saludando a sus viejos que lo esperaban a la mesa escuchando las noticias en la radio, orgullosos de su hijo profesional, sencillo, optimista y feliz como siempre, y, con el saborcito encantador de esa escena, contento de antemano por saber noticias frescas, les pregunté por él. Pancho se complicó e incómodo miró a la chica con aire un poco incrédulo y me dijo, como si me fuera a contar algo escandaloso, «¿que no sabís lo que le pasó al Rafa?» Negué con la cabeza sorprendido; sin pausa ni pena sino, como abochornado de tener que contar algo impropio, agregó, «después del once lo fueron a buscar una noche a su casa y lo mataron de un balazo en la cabeza, a la vuelta de la esquina. No se sabe quiénes fueron…»

Rafa siguió siendo asesinado en mi imaginación de mil maneras distintas en la esquina ,a la vuelta de nuestras casas en esa noche anónima de mil novecientos setenta y tres, durante todos los años que me separaron del instante de esa brutal revelación. En él se encarnaron todos mis muertos, los muertos de nuestra tragedia colectiva. Lo lloré de muchas maneras y sentí el desconsuelo de estar sólo ante la pena por su muerte. Sólo este año, en Enero del 2003, me enteré del resto de la verdad. Decidí narrar la historia de Rafa para el colectivo «Las Historias que podemos contar» y a fin de estar seguro de algunos datos como su segundo apellido y cosas que el paso del tiempo hubiera podido velar, volví a mi viejo barrio de la calle Alcérreca en Quinta Normal, Santiago. Iba con el temor de que ya no quedara nadie de la familia de Rafa, es que no había vuelto al barrio desde fines de los ochenta, cuando la nostalgia me llevó a él, y en un arresto de valor me hizo pasar saludar a los padres de Rafa para darles mi tardía solidaridad.

Esta vez fue una visita diferente. Después de mucho rato de golpear la puerta, que por primera vez en mi vida veía cerrada, cuando ya pensé que nadie abriría, apareció el rostro querido de la señora Luzmira Gálvez, la Madre de Rafa, algo envejecido, pero con su bondad de siempre. Con mucho tiento, le fui revelando el motivo de mi visita, temía causarle dolor, pero ella en su entereza, se alegró de saber que alguien quería relatar algo sobre Rafa en vida, no mencionarlo sólo como un nombre de tantos en la lista de los ejecutados políticos, sino contar algo de cómo era su amado hijo.

Yo estaba conmovido con su relato de cómo se enteraron de la muerte de Rafa, de su búsqueda del cadáver y de cómo lo reconoció apenas en la morgue pues las balas de guerra le habían desfigurado por completo el rostro, un diente que le había salido fuera de posición fue la pista más notoria para reconocerlo, yo sólo quería irme a algún rincón solitario para llorar pero ella estaba tan entera que me quedé allí y, tratando de recuperarme de la emoción. Empecé entonces a preguntarle al estilo de un reportero por los datos concretos de Rafa de los que yo no estaba seguro, a ella y a Queco, el hijo menor y ahora único, que llegó cuando servían el almuerzo.

Después de actualizar nuestras respectivas vidas con Queco, en la sobremesa, mientras íbamos revisando los datos de Rafa que irían en mi relato, al llegar al punto de la circunstancia de su ejecución que yo daba por ocurrida en la esquina, Sergio me corrigió como apenado y sorprendido de que yo supiera esa versión. Esa, era la voz que habían hecho correr en el barrio los que aplaudían el golpe, cuando pasó el tiempo y Rafa no volvía a su casa. Los hechos eran muy distintos, sólo que el resultado era el mismo.

Cuando Rafa supo que no sólo no le permitirían terminar sus estudios, sino que podían además detenerlo por su cargo en el centro de a, y por ser miembro de la Juventud Socialista, decidió esconderse en la casa de una tía, cerca de allí, en la misma Quinta Normal; se comunicaba con sus padres por teléfono pues pensaba que así no los ponía a ellos en riesgo. Y, como la casa de su tía era suficientemente grande, alojaron también allí a otro muchacho cuyas circunstancias eran parecidas a las de Rafa. Pasaron algunos días en el que creían un buen refugio hasta que todo cambió en un atardecer en que el ensordecedor ruido de un helicóptero que se detuvo en el cielo a poca altura, y las carreras de los militares que allanaban los hizo prisioneros sin posibilidad de resistir, o escaparse. El vecino de la tía de Rafa que los denunció, salió incluso a ver cómo se los llevaban.

Lo militares rápidamente los subieron a la parte trasera de un camión, los arrojaron al piso y les vendaron los ojos y les amarraron las manos por detrás de la espalda y así boca abajo, apretados entre muchos otros prisioneros, a los que ellos no pudieron distinguir, entre los barquinazos del pesado vehículo, viajaron un buen rato sin saber a dónde los llevaban ni por qué.

Ya era de noche por completo cuando el camión se detuvo a la orilla del camino, a los prisioneros los hicieron bajar del camión y una vez todos en tierra, los militares empezaron a arrearlos a culatazos y empujones, cegados, a tropezones, internándose por un lugar que parecía campo. Sentían el aroma de los árboles y el canto de los grillos, aparte de eso, un gran silencio. Después de un buen trecho de caminata, les dieron la voz de alto. A partir de entonces lo único que escucharon fueron las ráfagas de fusilería que los acribillaban por la espalda. Los militares remataron pausadamente a los caídos y ya convencidos de que todos habían muerto, se fueron sin saber que no terminaron del todo su tarea.

El muchacho que se había refugiado con Rafa en casa de su tía, sobrevivió a la matanza con un muslo destrozado por las balas de guerra, al volver a la conciencia, sólo entre sus mudos acompañantes, pasados los primeros momentos del dolor que le quitaba la respiración, tratando de sobreponerse al lógico terror, se sacó la venda, no era mucho lo que su visión nublada por el shock le permitía distinguir entre la oscuridad pero sí lo suficiente para darse cuenta de que todos estaban inmóviles caídos como bolsos de viaje que se tiran al suelo para desprenderse de un peso molesto; se arrastró hasta llegar al lado de Rafa que estaba muy cerca de él, nuestro amigo estaba también boca abajo, parecía dormido o aturdido

El sobreviviente mal herido y tembloroso, lo sacudió tironeando su camisa, le habló en susurros casi al oído por si volvían los militares a rematarlos, «compadre, compadre…» Rafa no contestaba y el muchacho logró voltearlo y dejarlo cara arriba; los ojos de Rafa ya no miraban a nadie; un tiro le había traspasado el cráneo y salido por el costado de la frente; cerca de un ojo. Parecía dormir pero ya nunca despertaría.

El único sobreviviente de esta masacre, se arrastró hasta llegar al camino por donde vinieron, pasó la noche tirado allí y al amanecer, vio venir una camioneta, hizo señas y allí comenzó su salvación. Después de largos años en el exilio, retornó al país y buscó a la familia de Rafa para darles su testimonio de lo que sucedió con su hijo y hermano.

Rafa querido, viejo chico, capitán de nuestro equipo, bachiller en fútbol, noble camarada, compañero de sueños truncos, descansa en paz.

Fuente :pschile.cl, 28 de Agosto 2014

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