Héctor Enrique González Yáñez
Antecedentes del Caso
GONZALEZ YAÑEZ HECTOR ENRIQUE: 8 años, estudiante, muerto el 26 de diciembre de 1973 en Santiago.
Héctor Enrique González Yáñez murió ese día a las 20:30 horas, en la sub estación eléctrica de Cerro Navia, Santiago, por estallido cráneo encefálico, según acredita el Certificado Médico de Defunción del Instituto Médico Legal.
De acuerdo con declaraciones de testigos, ese día, Héctor González y un grupo de amigos se encontraban jugando fútbol en una cancha ubicada en el interior del recinto que la empresa ENDESA mantenía en Cerro Navia, propiedad que estaba custodiada por efectivos militares pertenecientes al Regimiento Buin.
Alrededor de las 19:00 horas, uno de los uniformados efectuó un disparo, impactando en la cabeza de Héctor González, quien falleció en el lugar.
Al escuchar el sonido de las balas, familiares y amigos acudieron al lugar. Sin embargo, los uniformados negaron lo ocurrido y les impidieron el paso, levantando ellos mismos el cuerpo y conduciéndolo al Instituto Médico Legal.
Los padres del niño sólo fueron citados a declarar al Regimiento Buin, pero nunca supieron de la existencia de un proceso judicial que investigara las circunstancias de la muerte de su hijo. La Corporación tampoco pudo comprobar si efectivamente se instruyó proceso judicial por los hechos.
Considerando los antecedentes reunidos y las investigaciones realizadas por esta Corporación, el Consejo Superior llegó a la convicción de que la muerte de Héctor Enrique González Yáñez fue consecuencia del uso descuidado e imprudente que un agente del Estado dio a su arma de fuego. Por tal razón, lo declaró víctima de violación de derechos humanos.
Fuente :(Corporacion)
Prensa
Testimonios, fotografías, cartas, testimonios y otros documentos que familias, amigas y amigos entregaron o escribieron especialmente para ser publicados incorpora el libro “Rompiendo el silencio de niñas, niños y adolescentes ejecutados políticos durante la dictadura cívico-militar 1973-1990”, el que fue realizado por la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos (AFEP) con el apoyo del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, a través de la Unidad de Cultura, Memoria y Derechos Humanos, y a la Cátedra de Derechos Humanos de la Universidad de Chile.
La publicación basada principalmente en el Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación (1991) y el Informe de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (1996), busca reconstruir de forma integral y cuidada cada una de las vidas e historias de las víctimas.
Durante la investigación se accedió al archivo de la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos, donde se custodian documentos que las familias han preservado a través de años. También se incluyeron ilustraciones que estuvieron a cargo de Álvaro Gómez.
El proceso de creación fue un desafío complejo que implicó conjugar delicadeza, respeto y rigurosidad metodológica para enunciar en esta obra una verdad dolorosa e ineludible.
Fuente :cultura,gobierno.cl 20/4/2023
Yo era de la Sexta Región, de la comuna de Navidad. El 65 llegué a vivir acá a Barrancas, que después pasó a ser Cerro Navia. Compramos este terreno [el mismo donde vive en la actualidad] y llegamos a vivir acá, con mis tres hijos mayores y mi marido, y los demás niños nacieron acá. Yo tuve ocho hijos, Héctor era el quinto. El Héctor era un niño muy alegre, un niño muy juguetón, muy querido de todos acá. Era muy amistoso, mis vecinos lo querían mucho. Era muy bonito, era morenito, tenía su pelito negro, era precioso mi hijo. Le gustaba jugar a la pelota. Según él iba a ser Caszely, era fanático. Yo veo a Caszely y me acuerdo altiro del Tito porque para él todo era Caszely. Iba a ser Caszely. Unos niños lo invitaban a ver tele aquí en la esquina, porque nosotros no teníamos tele en ese tiempo. Me imagino que ahí veía a Caszely, como le gustaba tanto [ríe]. Si lo único que él quería era ser Caszely.
Y era bravo por la pelota. Había un caballero que tenía un club, un abuelito que se llamaba Jorge, que vivía acá cerca, y él hizo ese club. Ahí jugaba el Tito, pero no los sacaba para afuera de la población, sino que aquí nomás. Salía con ellos a jugar. Yo a veces lo iba a ver jugar por allá abajo, para el lado de Resbalón, porque él quería que fuéramos a verlo. Me pedía “mamá, vaya a verme jugar, vamos a jugar”, y yo iba con mis demás niños. Al club de don Jorge entró porque él, el abuelito, vino y habló conmigo, me preguntó si yo le daba permiso. Me explicó que iba a hacer un club de puros niños de esa edad, bueno, un poco más grandes algunos, y yo le dije que sí porque era un pasatiempo sano, era bueno que saliera a jugar, si a él le gustaba tanto. Así que le dije que sí, que ningún problema. Yo le di permiso para que fuera a jugar.
El Tito no era maldadoso, era muy cariñoso, servicial. A las vecinas les decía “vecina, yo le voy a comprar el pan”. Le encantaba ir, hacerle favores a las vecinas, a todos por aquí. Le gustaba andar en la calle, pero yo no lo dejaba que fuera a donde quisiera. Yo siempre le ponía mis reglas. Ir al club, jugar por aquí nomás. Sobre todo de Gutiérrez para allá, yo no lo dejaba salir. Era bien cercano con su hermano menor, el Luis. Incluso cuando mataron al Tito, el Luis perdió el año en el colegio, porque le dio una depresión muy fuerte. Eran muy unidos los dos. El día que mataron al Tito, él estaba en la casa y me dijo que iba a ir a entrenar y que se venía luego, porque yo le dije que el papá ya iba a llegar del trabajo y teníamos que tomar once. En eso llegó el papá y Tito no llegaba así que tomamos once nomás. Y yo me sentía rara, como ahogada, porque una como mamá siente… así que salí a tomar aire afuera en el parrón que teníamos. Me senté ahí y sentí el disparo, fue muy fuerte porque le dispararon con una metralleta Así que mandé a mi hijo mayor a la endesa para que viera qué había pasado porque el Tito estaba allá. Y no volvía nunca, así que fui yo a ver, y en el camino me encontré con el Jaime [otro hijo] que me dice “el Tito está acostado en la endesa”. Y me voy a ver al Tito, lo tomé en brazos y los militares que estaban en la pandereta, que eran dos, me dijeron que no lo tocara, yo les respondí “es mi hijo”. Lo tomé en brazos y quedé toda llena de sangre y perdí el conocimiento. Ese día don Jorge también estaba ahí, sí él me dijo a mí “se nos cayó la pelota para adentro [de la pandereta] y ellos [Héctor y Sergio] se subieron a pedirla”. Y según el militar [que le disparó], él había visto un bulto y por eso había disparado. Pero a esa hora, 07:20 de la tarde, cómo no iban aver que era una persona. A esa hora está claro en diciembre. Después de eso llegaron a mi casa, no me acuerdo si eran carabineros o militares, y me dijeron que tenían que llevarse al Héctor. Mi marido les preguntó por qué se lo tenían que llevar, que por qué no lo llevaban al Instituto Médico Legal, así que ahí los militares le respondieron que al día siguiente, cuando hicieran el relevo, se lo iban a llevar. Y eso hicieron, y mi esposo con un hermano los acompañó. Cuando llegaron allá [al Instituto Médico Legal] los hicieron sentarse y los militares hicieron los papeles a su manera, porque después yo saqué un certificado de defunción y decía que Héctor murió de un descargue eléctrico en Cerro Navia, no de un balazo. Y después los mismos militares lo fueron a dejar a mi casa, había mucha gente esperando, los profesores del colegio y otras personas más. Y siempre me acuerdo de que la persona [militar] que vino a dejarlo me dijo “ya, señora, tome. Yo no quiero que con esto se haga un comentario”. Nunca se me ha olvidado esa palabra.Y me dice “hay toque de queda, así que la gente que se va, se tiene que ir ahora. Y los que se quedan, se quedan, pero cierren muy bien las ventanas”, porque como andaban toda la noche helicópteros aquí, me dijo “porque si le ven luz, pueden disparar”. Así que así se veló a mi hijo. Y al otro día lo llevamos al Cementerio General. Pero fue muy doloroso, muy grande. Como madre, tenga una los hijos que tenga, la muerte de un hijo es muy dolorosa, muy grande. Yo no se lo daría a nadie. Y con una muerte tan rápida, con ocho años y con la muerte que tuvo, para mí fue horrible. Nunca lo voy a olvidar, y ya va a cumplir cincuenta años.
El vecino de al lado también estuvo con tratamiento psicológico después de todo esto porque también eran amigos. Acá se vieron muchas cosas en ese tiempo, sobre todo en los primeros tiempos de la dictadura, pero el funeral fue tranquilo. Fue mucha, mucha gente, profesores, el director del colegio, las mamás del curso y amistades, nosotros tenemos mucha amistad, y la gente del club también fue. A mi hijo lo recuerdo como un niño muy inquieto, muy amoroso. Era muy cariñoso conmigo, siempre me abrazaba. Me decía “mamá, cuando yo sea grande voy a jugar a la pelota y a ganar plata y le voy a comprar una casa”. Era un niño muy amistoso, muy bueno con todos aquí. Él nunca peleaba con los niños. Y el destino de mi hijo fue así, yo siempre le he dicho a este niño [Sergio], porque él nunca me ha dejado de lado, siempre ha sido muy atento conmigo. Yo lo quiero mucho a este niño. Yo ahora puedo abrirme y conversar, pero estuve mucho tiempo, años, que no le contaba a nadie. Quedé con mucho temor. Perder un hijo es un dolor muy grande, aunque uno tenga los hijos que tenga. Aunque ha pasado tanto tiempo, sus hermanos siempre se acuerdan de él, siempre conversamos de él.
Fuente :cerronavia.cl sin fecha
Al Tito lo conocí jugando en la calle, como niños. En ese tiempo no había reja entonces uno pasaba para allá, para acá, y así en la infancia nos conocimos. Después ya éramos como hermanos porque andábamos para todos lados juntos, íbamos a los juegos, jugábamos pichangas, íbamos a jugar a la pelota. Íbamos a la endesa también, en los tiempos de los volantines, a buscar los volantines. Y siempre veíamos los partidos acá [del barrio], estaba la cancha acá, del Duarte, así que así nos entreteníamos. Estábamos en el mismo curso también. Teníamos la misma edad. Nos iba bien igual, no éramos tan flojitos, más o menos le aplicábamos [ríe]. El Tito era como loco por la pelota, si no lo iban a buscar, nos amanecíamos jugando, todo el día y toda la noche. Según él que iba a ser Caszely, y era bueno, bravo para la pelota. Nosotros teníamos un club, él era la mascota, era muy querido por el club. Incluso un tiempo le pusieron su apellido, se llamó Club de Defensa González Duarte.
Pasábamos juntos prácticamente todo el día, con los niños que eran nuestros vecinos y con el caballero, don Jorge, que también era muy querido y respetado y nos llevaba a jugar al Resbalón. Antes de que mataran al Tito nosotros estábamos arriba de una muralla. Se nos había caído la pelota hacia el otro lado y nos subimos a pedirla. Los milicos [que estaban al otro lado de la muralla] estaban tomando. Estaban curados, no estaban lúcidos, porque se amanecían ahí haciendo la guardia… y llegó el momento en que yo me bajo [de la muralla] y el Tito quedó arriba, y de repente siento un balazo… y cae el Tito. Después me fui llorando [a la casa], bramaba. Mi mamá dijo que llegué diciendo “el Tito, el Tito”. Era lo único que decía. Estuve con tratamiento psicológico mucho tiempo. Y como me había subido a la pandereta, yo vi. Estaban fumando y tomando. Estaban curados. Yo recuerdo al Tito como un muy buen amigo, muy querido. Voy a recordarlo para siempre. Fue mi único amigo, ahora no tengo amigos. Yo era muy unido con la mamá del Tito, con la señora Juanita, y él también era unido con mi mamá. Él iba para allá [su casa] y yo venía para acá. Éramos como hermanos.
Fuente :cerronavia.cl sin fecha
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