Moisés Ayanao Montoya

Rut : 7.159.552-8
Fecha Asesinato : 21-10-1973
Comuna Asesinato : Coyhaique
Fecha Nacimiento : 20-10-1954
Edad : 19
Oficio o Profesión : Obrero
Nacionalidad : chilena

Antecedentes del Caso

I.- Que se condena a los encausados Juan José González Andaur y Nelson Hernán Ojeda Soto como autores del delito de homicidio calificado en la persona de Moisés Ayanao Montoya, perpetrado el día 25 de octubre de 1973, en el kilómetro 26 del camino Puerto Aysen - Coyhaique, sector Villa Los Torreones, a cada uno de ellos a la pena de 541 días de presidio menor en su grado medio, a la accesoria de inhabilidad absoluta perpetua para derechos políticos y a las de inhabilidad absoluta para cargos y oficios públicos durante el tiempo de la condena.

Fuente :Poder Judicial, 25 de Octubre 2013

Fecha :25-10-2013

El 21 de octubre de 1973 fue muerto por una patrulla militar, en el camino que une Coyhaique con Puerto Aysén, Moisés AYANAO MONTOYA, 19 años, obrero, sin militancia política conocida.  Por diversos antecedentes que pudo estudiar esta Comisión tuvo por acreditado que el afectado fue muerto por efectivos militares, sin que mediara provocación alguna de parte suya.  La inscripción de su defunción indica como causa de la muerte, "impartida por la autoridad militar, herida a bala".  El requirente de la inscripción es un oficial de Ejército y el médico que certificó la muerte fue un profesional perteneciente a la misma institución.  El cadáver fue enterrado en Coyhaique, cementerio El Claro, sin darse noticia de ello a los familiares del joven Ayanao.

                        La Comisión se formó convicción que la muerte del afectado constituye una grave violación de los derechos humanos, por tratarse de una ejecución al margen de la ley, basando tal convicción en los elementos siguientes:

            - La certeza de la muerte y de su autoría, por los certificados tenidos a la vista;

            - La inexistencia de una explicación sobre los hechos que condujeron a dicha muerte, circunstancia inexcusable dado que los autores de ella fueron agentes premunidos de la autoridad del Estado.  Ello sin perjuicio del juicio que la Comisión se formó sobre lo irregular de esta ejecución por la evidente desproporción de fuerza entre el menor Ayanao y una patrulla militar dirigida por un oficial;

            - La inhumación irregular del cuerpo de la víctima, que hace presumir precisamente un ánimo de ocultamiento. 

 

Fuente :(Informe Rettig)

Prensa

La Corte Suprema dictó sentencia definitiva en una serie de casos de violaciones a derechos humanos, cometidas en la región de Aysén en octubre de 1973, y que investigó el ministro en visita de la Corte de Apelaciones de Coyhaique Luis Sepúlveda Coronado.

En la sentencia, los ministros de la Sala Penal Milton Juica, Hugo Dolmestch, Carlos Künsemüller, Haroldo Brito y Lamberto Cisternas rechazaron los recursos de casación presentados por los episodios denominados: Puerto Cisnes, Puerto Aysén y Villa Los Torreones; y acogieron los recursos de casación por el episodio Coyhaique.

En el fallo, la Segunda Sala del máximo tribunal confirmó las sentencias apeladas por el homicidio de Jorge Vilugrón Reyes, perpetrado el 8 de octubre de 1973, en Puerto Cisnes; el homicidio de Julio Cárcamo Rodríguez, ocurrido el 2 de octubre de 1973, en la segunda comisaría de Carabineros de Puerto Aysén; y por el homicidio de Moisés Ayanao Montoya, ejecutado el 25 de octubre de 1973, en el sector de Villa Los Torreones (ruta que une Puerto Aysén con Coyhaique).

En tanto, se acogió el recurso y se dictó sentencia de reemplazo por los secuestros calificados de Juan Vera Oyarzún, José Rosendo Pérez Ríos y Néstor Hernán Castillo Sepúlveda, ocurridos a partir del 27 de octubre de 1973, en Coyhaique.

Fuente :biobiochile.cl, 5 de Septiembre 2014

Fecha :05-09-2014

En octubre las ovejas se van a parir al monte. Por ello en ese mes de 1973,
a sus 13 años, el niño Héctor Ainol Saldivia tenía la concreta tarea de
recorrer los cerros aledaños a su hogar para no perder lanares durante la temporada
de parición.
Vivía en el fundo Río Negro, a unos 10 kilómetros al interior del sector de
Villa Los Torreones. Su madre –Carmen Saldivia Barrientos– y su padrastro
–Segundo Montoya– eran trabajadores del campo.
La familia también compartía vivienda con el hermano mayor de su padrastro
–Honorio– y con el adolescente sobrino de estos: Moisés Ayanao
Montoya, un muchachito de 19 años, moreno, de contextura media y muy
ágil para correr. La casa de los campesinos era pequeña y rústica, pero se las
arreglaban bien.

La familia completa trabajaba sin descanso en las labores del campo para
lograr el sustento. En Aysén la vida para los campesinos es así. Mucho esfuerzo
y poca recompensa, pues la tierra y el clima son hostiles. Se trabaja de
mañana a noche sólo para conseguir comer.
La mañana del 25 de octubre, después de tomar unos mates, Carmen y Segundo
se pusieron manos a la obra para preparar la tierra del huerto cercano
a la casa. Como todos los años, iban a sembrar papas. Decidido y afanoso, se
les unió el joven Moisés, quien llegó al huerto con sus botas de goma puestas
ya que la intensa humedad siempre calaba hasta los huesos.
Todos los años la familia vendía varios sacos del tubérculo a una clientela
que ya era fiel y a la que no se podían dar el lujo de perder. Las papas del sector
son de muy buena calidad y algunos creen que se debe al húmedo terreno. Villa
Los Torreones queda a 26 kilómetros de Puerto Aysén, una de las comunas
más lluviosas del país. El profundo verde de sus paisajes, los espesos bosques
que cubren las laderas de los cerros y la gran cantidad de arroyos, riachuelos y
mallines le dan a esta zona una belleza soñada.
Durante la faena, Segundo Montoya se percató de que le hacían falta algunos
sacos y otros enseres para continuar con su trabajo. No podían detenerse
para ir a Puerto Aysén a comprar las cosas. Entonces decidió ir a pedirle prestado
lo faltante a su vecino Manuel Jiménez Álvarez, que vivía unos pocos
kilómetros más allá. Más tarde se daría cuenta de que esa decisión le salvaría
la vida.

Mientras, el pequeño Héctor se encontraba desde muy temprano en el
alto de un cerro aledaño a la casa buscando a las ovejas que estaban pariendo.
De pronto, el niño observó que 4 personas se acercaban caminando hacia su
casa. Enfocó la vista y se dio cuenta de que era una patrulla compuesta por
4 militares. Claramente se notaba que uno de ellos daba las órdenes. Héctor
sintió miedo, por lo que decidió esconderse un poco más arriba, en el mallín,
para no ser descubierto. Desde esa distancia no podía ver los rostros de los
desconocidos, pero sí distinguía perfectamente que con sus armas apuntaban
hacia la tranquera del corral, en dirección contraria hacia donde él se
encontraba. En ese instante, escuchó la descarga de unos 4 balazos, seguido del inconfundible griterío de los teros. Acto seguido vio que los militares se
retiraban, lo que lo hizo salir de su escondite y bajar a casa. Al acercarse se dio
cuenta de que se había equivocado. Los militares se encontraban en el interior
de la vivienda. Sintió nuevamente el deseo de huir, como un animalito
ante su predador, pero ya había sido descubierto.
–¡Oye tú, baja! –oyó que lo llamaban, mientras le apuntaban con sus armas.
Asustado, obedeció de inmediato y se acercó a ellos.
–¿Escuchaste los tiros? –Sí.
–Matamos a un peuco que se quería llevar las gallinas: ahora no va a molestar
más –dijo uno y Héctor, cabeza gacha, no se atrevió a decir ni a preguntar
nada.
–¿Tú sabes dónde se metió Segundo Montoya?
–Se fue caminando a la casa de Manuel Jiménez, en el kilómetro 30 – respondió
el atemorizado niño.
Entonces llegó, montando a caballo, su vecino Enrique Ramírez. Los uniformados
le ordenaron que se bajara del animal y le solicitaron a la familia
una lona que tenían a un lado de la casa.
–Éntrense a su casa y ni se les ocurra salir –les dictaminaron a punta de
fusil.

Después de unos minutos, y al ver que los militares se alejaban, la curiosidad
fue más fuerte que el miedo. Salieron a mirar al patio de la casa y, agazapados
detrás de un cerco, vieron que la patrulla sacaba un bulto a la altura de
un arroyo que quedaba en la parte baja de la propiedad. El misterioso paquete
fue envuelto en la lona y puesto atravesado en la cangalla de la montura. 2
miembros de la patrulla se fueron hacia el camino principal acompañados
del vecino Enrique Ramírez, quien tiraba del caballo con la carga. Los otros
2 se prepararon para ir a buscar a Segundo a la casa de Manuel Jiménez por
un camino interior. Pero antes se devolvieron y caminaron hacia a la casa de
los Montoya.

El 25 de octubre de 1973 una patrulla militar –integrada por el sargento
Luis Egaña Salinas, el instructor de Artillería cabo Juan José González Andaur,
el cabo de Reserva José Maricahuin Carrasco y el conscripto Nelson
Hernán Ojeda Soto– llegó a orillas del río Simpson, a la altura del kilómetro
26 del camino Puerto Aysén-Coyhaique. Se movilizaban en el camión Unimog
del Ejército, que conducía Juan José González. Esa madrugada el capitán
Joaquín Molina les había designado la misión específica de arrestar y trasladar
a un “elemento guerrillero” hasta el Regimiento n.° 14 de Coyhaique.
En persona, Molina le dio una orden por escrito al sargento Egaña con los
detalles del individuo y su dirección: Segundo Montoya, poblador del sector
de Los Torreones.
Luego de llegar a la ribera del río Simpson, a la altura del kilómetro 26,
el cabo González estacionó el camión Unimog en la orilla. Cruzaron en una
pequeña balsa que se encontraba en el sector para que los pobladores pudieran
trasladarse. Los militares no tenían una referencia exacta de cómo llegar
a la propiedad de la familia Montoya, por lo que caminaron sin rumbo por
un sendero hasta llegar a la casa del campesino Daniel Contreras, quien los
salió a encontrar.
Daniel Contreras San Martín y sus hijos Margarita y Timo vivían a aproximadamente
un kilómetro del río Simpson. Avanzada la mañana, mientras se
preparaban para sembrar avena, vieron a los 4 militares camino a su hogar.
Timo, de 17 años, acompañó a su padre y juntos fueron a recibir a la desorientada
patrulla.Al momento de acercarse, inmediatamente reconoció a uno de ellos: era
Juan José González Andaur, un militar al que todos por el sector conocían
como el Johny y que con frecuencia asistía a jugar pichangas de fútbol con los
jóvenes de los alrededores en la cancha de Villa Los Torreones.
Los uniformados dijeron que estaban perdidos. Buscaban a Segundo
Montoya, pero se cuidaron de no dar razones.
Daniel Contreras le ordenó a su hijo Timo que guiara a la patrulla por el
monte hacia la casa de la familia Montoya. El joven conocía el sendero a la perfección. Caminaron por un par de horas unos 6 kilómetros, subiendo por
una huella maltratada y pedregosa, hasta llegar a una explanada desde la que
se divisaba a lo lejos una humilde casa de madera con un antejardín. Era el
hogar de Segundo Montoya y su familia.
–Ahora devuélvete rápido para tu casa –le ordenó el cabo González al
joven.
Timo obedeció sin chistar y rápidamente enfiló cerro abajo hasta llegar
a su casa. Volvió a trabajar en la siembra de avena con su padre, tal como lo
habían planificado. En eso estaban cuando escucharon a lo lejos el sonido de
3 o 4 disparos.
–Deben haber matado al vecino Segundo –comentó su padre con honda
inquietud. Los miembros de la patrulla estaban cansados. La búsqueda de Segundo
Montoya había sido lenta y trabajosa. Las horas de trayecto en camión, bote
y a pie por senderos montañosos los tenía hastiados.
Al acercarse a la vivienda de madera encontraron a 3 personas: un hombre
mayor, de unos 65 años, que se identificó como Honorio Montoya; una
mujer, Carmen Saldivia, pareja de Segundo Montoya; y un joven, que aparentaba
la edad del conscripto Ojeda, llamado Moisés Ayanao Montoya. Los
apuntaron con sus fusiles.
–¿Acá vive Segundo Montoya? –preguntaron–. Sí, pero mi tío no está
–respondió Moisés.
–Tenemos que detener a ese huevón por extremista. ¿Dónde se metió tu tío?
–Salió a hacer unos trámites –respondió un temeroso Moisés.
–¡Si no está tu tío, tú también debes estar metido en política! –le gritó
encolerizado uno de los militares al tiempo que lo golpeaba.
En un acto de protección hacia su sobrino Moisés, Honorio se interpuso
para defenderlo. Los 4 miembros de la patrulla se abalanzaron sobre el anciano. La paliza que recibió fue bestial. De un golpe lo tiraron al suelo. A punta
de culatazos, golpes de puño y patadas en todo el cuerpo llegaron a dejarlo
inconsciente.
Después obligaron a entrar al anciano y a la mujer a la casa, dejándolos
encerrados. Afuera, dando insultos, golpearon a Moisés mientras lo interrogaban
sobre supuestas actividades subversivas.
–¡Habla, mierda! ¿Dónde están las armas?
El joven campesino, aterrado, no entendía por qué los militares le hacían
esto a él y a su familia. Nunca había hecho nada más que ayudar a sus tíos en
el campo. De política, poco y nada entendía.
La vida para Moisés y sus hermanos no había sido fácil. Acababa de celebrar
su cumpleaños número 19. Había nacido el 20 de octubre de 1954 en
Puerto Aysén. Su madre, Nieves del Carmen Montoya Muñoz, y su padre,
José Ayenao Huilipán, luego de tener 3 hijos (Ariela, Vicente y Moisés) terminaron
su conflictiva relación cuando este último tenía sólo 2 años. José
Ayenao se fue para nunca más volver.
Nieves Montoya tuvo que partir en la búsqueda del sustento con sus niños
y se trasladó desde Coyhaique a Puerto Aysén, ciudad en la que vivieron 6
años hasta que en 1963 –cuando Moisés tenía 8– su madre lo dejó al cuidado
de su hermano mayor, Honorio Montoya, quien vivía en su campo en el
sector de Villa Los Torreones. Honorio lo recibió y cuidó como a un hijo.
Nieves partió a trabajar a Coyhaique con sus hijos Vicente y Ariela.

Moisés creció como un muchachito sano y cooperador en las labores del
campo. Medía aproximadamente un metro 75. Su figura era musculosa debido
a la gran actividad física que realizaba a diario por su trabajo. Su cabello
y sus ojos eran negros y tenía el rostro alargado que despuntaba en una pera
prominente y la nariz delgada. Ese día de octubre vestía camisa celeste, suéter
de lana cruda de oveja, pantalones café oscuro de trevira, botas de goma y un
vistoso cinturón de cuero artesanal que él mismo se había fabricado.
Cuando dejaron de golpearlo, uno de los militares le gritó que corriera hacia
el sector más bajo de la propiedad. Moisés no lo pensó 2 veces. Con gran agilidad el jovencito corrió despavorido y resuelto a alejarse lo más rápido
posible de la crueldad de los forasteros que invadieron su casa y lo maltrataron
a él y a su familia.
La patrulla en pleno –Egaña, Ojeda, Maricahuin y González– apuntó
con sus fusiles hacia el campesino. Maricahuin se apoyó en un tronco para
mejorar su puntería. Mientras Moisés arrancaba, comenzaron a dispararle.
Luego de 3 tiros, no dieron con el chico. Corría sorprendentemente rápido.
Ya varios metros más abajo, Moisés se encontró con el cerco del corral. Paró y
se encaramó para saltarlo. En ese momento le llegó uno de los impactos en el
tórax. Cayó al suelo como una gacela herida. Los teros, aves siempre sensibles
ante los sonidos, volaron dando sus característicos alaridos ante el estruendo
de los disparos. Un miembro de la patrulla se acercó y verificó que Moisés ya
estaba muerto. Minutos más tarde un atemorizado niño llamado Héctor Ainol
bajó del cerro. Los militares decidieron encerrarlo en la casa con el resto
de la familia.
Por orden de los militares, Enrique Ramírez llegó en su caballo a la casa
de los Montoya. Mientras la familia permanecía en la vivienda, los uniformados
fueron a recoger el cadáver del joven que estaba tirado al costado de un
arroyuelo. Lo envolvieron en una lona y lo cargaron atravesado arriba de la
montura del caballo. 2 de los miembros de la patrulla bajaron hacia el camino
principal con Ramírez a cargo de tirar las riendas del animal. Los otros 2 decidieron
quedarse en la propiedad para intentar buscar a Segundo Montoya.
Luego de aproximadamente una hora, la comitiva llegó hasta la casa de
Daniel Contreras. Con horror la familia completa vio que cargaban un cadáver
puesto boca abajo y envuelto en una lona. La patrulla le pidió al dueño
de casa un caballo manso para trasladar el cuerpo y un bote para cruzar el río
Simpson. Nuevamente Timo fue el encargado de ayudarlos.Entre los 3 bajaron el cuerpo de Moisés del caballo de Ramírez y lo pusieron
en el pasto. A Timo nunca se le olvidaría la imagen. Moisés, que tenía
uno o 2 años más que él, era su amigo de infancia. Venía semidesnudo de la
cintura hacia arriba por lo que alcanzó a ver que tenía una herida debajo de la
tetilla izquierda. Además, de su boca salían cuajos y chorros de agua mezcla dos con sangre. Su cuerpo estaba blando, es decir, sin lividez, lo que indicaba
que había fallecido hacía poco. Tenía las botas de goma puestas y su cinturón
de cuero.
En silencio y atemorizado, Timo llevó el caballo a tiro hasta el embarcadero
cercano a su casa. Entre los 3 bajaron el cuerpo del animal, lo arrastraron
por la orilla y lo subieron al bote de los Contreras. Timo remó por unos
minutos hasta dejarlos en la ribera norte del río Simpson y lo más rápido que
pudo se devolvió a su casa.
Los 2 uniformados quedaron a la orilla del río con el cuerpo de Moisés a
sus pies. Tenían que cargarlo al camión Unimog que estaba estacionado un
poco más abajo y volver al Regimiento n.° 14 de Coyhaique.Para octubre de 1973 Ariela Ayanao Montoya tenía 18 años y llevaba
poco tiempo de casada. Vivía con su marido en el sector de Viviana, en el
kilómetro 20 del camino Aysén-Coyhaique. Villa Los Torreones quedaba
cerca, por lo que con frecuencia visitaba a su hermano Moisés. Él era la única
familia que le quedaba. A su padre prácticamente no lo conocía, su hermano
Vicente se había ido a vivir a Argentina y a su madre Nieves, desde que había
hecho nueva vida en Coyhaique, casi no la veía.
Al día siguiente, un vecino le fue a contar que los militares habían matado
a su hermanito Moisés. El murmullo de la noticia había corrido rápido entre
los campesinos del sector. Ariela partió de inmediato al fundo Río Negro a
ver a su familia y constatar con sus propios ojos lo que había ocurrido.
Después de unas horas caminando llegó a la casa. Sus tíos Honorio y Carmen
le contaron que una patrulla de militares había llegado y después de golpearlos
habían matado a Moisés a tiros. Carmen también le confidenció que
después de irse 2 de ellos con el cuerpo de su hermano, los 2 que quedaron
volvieron a la casa y le pidieron que les preparara comida. Luego tomaron
alcohol a destajo, la llevaron al dormitorio, la maltrataron y violaron. Ariela
estaba desolada. Habían matado a su hermanito. Él era un niño inocente. No tenía idea de
política, sólo sabía trabajar duro en el campo.
La joven se trasladó a Coyhaique y le rogó a su madre que fuera a reclamar
el cuerpo. Nieves, ante las advertencias de los vecinos, no se atrevió a ir al
regimiento a pedir el cadáver de su hijo Moisés. Se le dijo que si iba a pedir
información un familiar del ejecutado este también era asesinado.

Ya caía la tarde cuando Segundo Montoya iba llegando a Villa Los Torreones
después de visitar a su vecino Manuel Jiménez cuando se encontró con
un camión militar. Al identificarse, los militares le informaron que quedaba
detenido y lo subieron a la carrocería del camión. En la soledad de ese campo
agreste, Segundo no se imaginó que lo apresarían por ser simpatizante del
Partido Comunista. Lo tuvieron encerrado unos días y luego lo soltaron.
Lo primero que hizo la patrulla fue presentarse ante la autoridad máxima
de la región, el coronel Humberto Gordon Rubio, para informarle lo sucedido
durante la misión. El cuerpo del inocente Moisés fue dejado en la morgue
del hospital de Coyhaique mientras se decidía cuál iba a ser su destino. Se
extendió un certificado de defunción cuya causa de muerte estipula “impartida
por la autoridad militar, herida a bala”. El documento también manifiesta
que el requirente de la inscripción era un oficial del Ejército y el médico que
certificó el fallecimiento había sido José María Fuentealba Suazo.
El doctor Fuentealba fue un ferviente colaborador del Ejército entre 1972
y 1982. Su fanatismo era tal que, apenas ocurrido el Golpe, asistía a atender
los partos en el Hospital de Coyhaique vestido con tenida de combate, fusil
incluido.
Luego de 2 días, Maricahuin y Ojeda, en compañía de otros soldados, trasladaron
el cuerpo de Moisés al cementerio del Claro de Coyhaique para enterrarlo
en la oscuridad de los gallos y la medianoche. El conscripto Nelson Ojeda
Soto estuvo a cargo de cavar una pequeña fosa en la que pusieron a Moisés con
dificultad. Se cuidaron de no poner cruz ni marca alguna. Días más tarde, se
percataron de que lo habían enterrado en un pasillo del camposanto.Ariela Ayanao estaba destrozada con la dramática pérdida e ignoraría el
paradero del cuerpo de su hermano hasta muchos años después. sólo luego
de que comenzaran las investigaciones lo encontraron en la misma fosa del
cementerio del Claro, enterrado al lado de la sepultura del ejecutado Juan
Bautista Vera Cárcamo. Estaba con las mismas botas de goma y el cinturón
artesanal de cuero que se había puesto la mañana del 25 de octubre de 1973
para salir a trabajar en la siembra de papas.
En la actualidad Luis Egaña se encuentra fallecido, llevándose a la tumba
parte de los antecedentes del caso. Maricahuin se encuentra viviendo en la
zona sur del país. Juan José González Andaur aún vive en Coyhaique y trabaja
de guardia de seguridad en una ferretería en el sector alto. Y Nelson Ojeda
es propietario de un café en el centro de la ciudad. Últimamente se lo ha visto
protestando por las cotizaciones previsionales que no se le cancelaron durante
su extenso servicio militar.
Ariela Ayanao Montoya, después de una serie de trámites y pericias, pudo
descansar algo al ser reconocido el cuerpo de su hermano menor y así darle
una digna sepultura. A pesar de recibir una indemnización por parte del Estado,
la paz nunca va a llegar. Nada revivirá a Moisés. Está enferma del corazón,
y está segura que es a causa de la pena que ha cargado por más de 40 años.El 4 de septiembre de 2014 la Corte Suprema confirmó el fallo que condenó
a 5 años de presidio de José Maricahuin Carrasco como autor del delito de
homicidio, con el beneficio de la libertad vigilada; y de 541 de presidio para
Juan González Andaur y Nelson Ojeda Soto, también con el beneficio de la
libertad vigilada.

Fuente :Libro Aysén - Muertes en dictadura

Testimonios, fotografías, cartas, testimonios y otros documentos que familias, amigas y amigos entregaron o escribieron especialmente para ser publicados incorpora el libro “Rompiendo el silencio de niñas, niños y adolescentes ejecutados políticos durante la dictadura cívico-militar 1973-1990”, el que fue realizado por la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos (AFEP) con el apoyo del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, a través de la Unidad de Cultura, Memoria y Derechos Humanos, y a la Cátedra de Derechos Humanos de la Universidad de Chile.

La publicación basada principalmente en el Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación (1991) y el Informe de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (1996), busca reconstruir de forma integral y cuidada cada una de las vidas e historias de las víctimas.

Durante la investigación se accedió al archivo de la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos, donde se custodian documentos que las familias han preservado a través de años. También se incluyeron ilustraciones que estuvieron a cargo de Álvaro Gómez.

El proceso de creación fue un desafío complejo que implicó conjugar delicadeza, respeto y rigurosidad metodológica para enunciar en esta obra una verdad dolorosa e ineludible.

Fuente :cultura,gobierno.cl 20/4/2023

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Ultima Actualización : 05/06/2025