Sabugo Silva Jorge

Rut:

Cargos: Comandante del Buque Escuela Esmeralda Director de la Academia de Guerra Naval Comandante en Jefe de la Tercera Zona Naval

Grado : Almirante

Rama : Armada


Woodward murió en la Esmeralda

Fuente :lanacion.cl, 12 de Octubre 2008

Categoría : Prensa

Por Jorge Escalante y Javier Rebolledo

La revelación judicial pone fin a una de las más grandes interrogantes en el caso del sacerdote desaparecido. El oficial (R) admitió que el cura chileno-británico, a quien habían torturado hasta dejarlo agónico, llegó a la nave en muy mal estado y falleció luego que fracasaran los esfuerzos por reanimarlo.

El sacerdote Miguel Woodward murió a bordo del buque escuela Esmeralda. Hasta ahora el lugar exacto de su fallecimiento se movía entre la niebla, al menos públicamente. Pero quien era entonces el segundo comandante del barco, Eduardo Barison Roberts, lo reconoció claramente en el proceso que instruye la magistrada Eliana Quezada. "El intento de reanimar al sacerdote Miguel Woodward duró bastante. Los enfermeros lo asistieron tratando de revivirlo, pero falleció en el mismo recinto. Lo habían ingresado en una camilla por el portalón a la enfermería. Informé del deceso inmediatamente al comandante Sabugo", sostiene Barison, quien en ese momento estaba bajo el mando del comandante de la Esmeralda, el capitán de navío Jorge Sabugo Silva.

Según testimonios del proceso, entre Barison y Sabugo se dio una fuerte discusión pocos minutos antes de que el sacerdote fuera subido al barco. Mientras el primero se negaba a ingresarlo a la nave, debido a que tenía varias heridas que lo hacían sangrar profusamente, su comandante señalaba lo contrario. Finalmente primó el criterio de Sabugo. "Me enteré que era sacerdote y que su nombre era Miguel Woodward. Me dijeron que estaba en calidad de detenido", afirma Barison.

La calidad de prisionero le fue informada a Barison por los custodios del sacerdote, dos hombres que en el proceso son caracterizados con mamelucos de mezclilla y que llegaron al molo de abrigo en una camioneta de la Armada.

Barison sostiene que el religioso se encontraba "agónico, porque venía con gran cantidad de hematomas en el rostro. Su estado era inconsciente y no pronunció palabra". El autor del testimonio asegura que durante el proceso de reanimación salió varias veces de la enfermería para informar a su comandante de lo que sucedía con Woodward, y culmina su relato judicial admitiendo que tras fallecer, el sacerdote fue trasladado hasta el Hospital Naval, ubicado entonces en el cerro Playa Ancha, a un costado del Regimiento Maipo.

Pero antes de que el cuerpo de Woodward saliera del buque escuela, al menos dos marinos que transitaban sobre cubierta lo vieron pasar muerto por su lado. Se trata de los suboficiales Álvaro Sánchez Luna y Lorenzo Felipe Rivas. Este último declara que vio a tres o cuatro personas, ajenas a la Esmeralda, trasladar sobre una camilla un cuerpo inmóvil de cerca de 35 años con una herida en la frente. Luego expresa que le informaron que se trataba de un sacerdote, el único que pasó por la Esmeralda. Sánchez afirmó algo similar.

En el proceso se estableció que la orden para subir al sacerdote al buque escuela la dio el entonces jefe de Estado Mayor de la Armada, capitán de navío Guillermo Aldoney Hansen.

En la investigación judicial, Aldoney simplemente cargó los dados a su ex camarada de armas Saburgo, ahora muerto. "Recibí una llamada del comandante Sabugo diciéndome que una patrulla llevó a un sacerdote al barco para su atención médica. Me dijo que su estado era muy precario, temiéndose por su vida aparentemente por problemas respiratorios causados por una pulmonía y me pidió instrucciones para proceder", declaró Aldoney. Fallecido Woodward, la orden de trasladar su cuerpo al Hospital Naval también fue de Aldoney.

Hundido en la piscina

La investigación judicial aporta además nuevos antecedentes del calvario del "gringo" como apodaban cariñosamente al sacerdote sus compañeros del Mapu en el puerto en su paso por el recinto de torturas que la Armada instaló en dependencias de la Universidad Técnica Federico Santa María.

Allí, Woodward no sólo fue golpeado, sino también torturado y sumergido colgando en la piscina universitaria. Así lo indica el testimonio del suboficial de infantería de Marina José Manuel García Reyes, quien en sus declaraciones relató cómo el religioso fue reiteradamente hundido en la piscina hasta que su cuerpo mostraba signos de ahogamiento.

Quien tuvo más contacto con el sacerdote en esas horas fue el entonces teniente y actual capitán de navío en retiro Luis Holley de la Maza, que en la noche del 20 de septiembre de 1973 comandó la patrulla que lo detuvo en su casa de cerro Los Placeres y lo trasladó hasta el centro de detención.

A Woodward lo ingresaron a ese recinto en horas de la noche, por una puerta secundaria. Los integrantes de la Escuela de Operaciones de la Armada, que dirigía el capitán Víctor Valverde Steinlein, lo obligaron a transitar por el conocido "callejón oscuro", es decir, caminar entre dos columnas formadas por marinos que lo insultaban y golpeaban al pasar. Fue la particular forma de darle la bienvenida y celebrar su arresto, pues lo habían buscado desde las primeras horas de producido el alzamiento militar. Luego de este recibimiento, al detenido lo condujeron hasta la guardia de ingreso, donde también fue maltratado físicamente por un segundo equipo de turno esa noche.

Además de comandar su detención y propiciar los golpes de arribo, Holley de la Maza condujo el grupo de custodios que llevó a Woodward hasta la piscina donde se inició la sesión de tortura.

El último procesamiento, dictado el 22 de septiembre por la ministra de la Corte de Apelaciones de Valparaíso, Eliana Quezada, y que mantiene recluidos a 13 marinos, se relaciona con el paso de Woodward por la universidad: su detención a cargo de Holley, la cadena de mando sobre él, los suboficiales que lo acompañaron en la acción y los integrantes de la Escuela de Operaciones que lo recibieron aplicándoles tormentos.

En la Academia

Dónde pasó la noche el sacerdote esa tormentoso día del 20 de septiembre de 1973 es algo que en la investigación aún está poco claro. Algunos testimonios apuntan que fue retenido en una sala o en la misma guardia de la universidad, y otros señalan que tras la tortura simplemente fue dejado a un costado de la piscina, empapado. Las declaraciones de quienes lo vieron ahí coinciden sí en que fue sacado de Los Placeres cerca de las ocho de la mañana, aún mojado, con rumbo a la Academia de Guerra Naval (AGN), en Playa Ancha.

Tampoco está claro quiénes lo llevaron hasta ese lugar. Sí se encuentra probado en la indagatoria que allí las torturas continuaron y se volvieron aún más duras. "Al ingresar lo vi vestido de civil, encapuchado, sentado en una silla y con las manos amarradas, y frente a él, el principal interrogador, Jaime Román Figueroa, junto a otros oficiales de la Armada. Le daban golpes. Estuve como una hora presenciando tales hechos", relató judicialmente el oficial retirado de Carabineros Nelson López Cofré, que también fue parte de los equipos que operaron en algunos centros de detención y tormentos de la Armada.

En esta sesión de torturas aplicadas al sacerdote en la Academia de Guerra estuvieron presentes algunos de los procesados en esta causa, que habrían formado parte de un equipo torturador que se movía entre este recinto, el cercano Cuartel Silva Palma y el buque escuela Esmeralda: Juan Mackay Barriga y Ricardo Riesco Cornejo, entre otros.

Se cierra el círculo

Desde la Academia de Guerra el religioso fue llevado en muy malas condiciones físicas al buque escuela. No está claro por qué, pese a que Woodward estaba casi agonizando, lo llevaron al barco y no al Hospital Naval, que también estaba bastante cerca de la AGN. Según fuentes de la investigación, podría deberse a que en aquellos días las instalaciones de la llamada "Dama Blanca" también habían sido equipadas como hospital de campaña.

El arribo de Woodward al barco ocurre, según la bitácora que la Armada entregó a la jueza, a las 11:30 del día 22 de septiembre de 1973. Una vez fallecido, su salida ocurrió según la misma bitácora a las 12:30 horas. Sin embargo, el certificado de defunción que extendió el oficial médico del Hospital Naval, Carlos Costa Canessa, una vez que el cuerpo llegó a ese recinto hospitalario, sitúa la hora de muerte a las 12 horas. Esto constituye otro antecedente que inequívocamente sitúa el deceso del religioso a bordo del barco prisión.

La razón por la que la Armada no entregó el cuerpo de Woodward a representantes de la Iglesia Católica en Valparaíso se desconoce. Nadie de la Marina ha aportado hasta ahora un antecedente creíble en la investigación. Finalmente, su cuerpo fue sepultado clandestinamente en una fosa común en el Cementerio de Playa Ancha, donde se perdió todo rastro de sus restos. //LND


Funan a La Esmeralda al llegar a Valparaíso

Fuente :elmostrado.cl, 5 de Noviembre 2000

Categoría : Prensa

Unas cien personas vinculadas a organismos de derechos humanos y la Comisión Funa se manifestaron hoy en contra del buque-escuela La Esmeralda, que arribó hoy al puerto de Valparaíso tras concluir una gira por las Américas. Junto con los buques Lebu y Maipo, La Esmeralda fue utilizada como lugar de detención y tortura de prisioneros políticos tras el golpe militar de 1973, como ha sido consignado en el Informe Rettig y otros informes de la Organización de Estados Americanos (OEA), Amnistía Internacional y el Senado de Estados Unidos.
La Comisión Funa sindicó como responsables de las torturas en Valparaíso tras el golpe militar a los siguientes oficiales:

– Vicealmirante Adolfo Walbaum Wieber, Comandante 1ra Zona Naval
– Vicealmirante Pablo Weber Munnich, Comandante en Jefe de la Escuadra
– Contralmirante Hugo Cabezas Videla, Jefe Estado Mayor de la Armada
– Capitán de Navío (CN) Sergio Huidobro Justiniano
– Capitán de Navío Guillermo Aldoney Hansen, Jefe Estado Mayor 1ra Zona Naval
– Capitán de Navío Carlos Borrowman Sanhueza, Director de la Escuela Naval
– Capitán de Navío Raúl López Silva, Director de la Academia de Guerra Naval
– Capitán de Navío Homero Salinas Núñez, Director de la Escuela de Ingeniería Naval
– Capitán de Navío Arnt Arentsen Pettersen, Director de la Escuela Infantería de Marina
– Capitán de Navío Jorge Sabugo Silva, Comandante del Buque Escuela Esmeralda
– Capitán de Navío Hernán Sepúlveda Gore, Comandante de Infantería de la Marina
– Capitán de Fragata Jorge Davanzo Cintolesi, Director de la Escuela de Armamentos
– Capitán de Fragata Hernán Soto-Aguilar, Subdirector de la Escuela de Infantería de Marina
– Capitán de Fragata Julio Vergara, Jefe Servicio de Inteligencia Naval, 1ra Zona
– Comandante Santa Cruz Infantería Marina, Cuartel Silva Palma, Valparaíso
– Teniente Luis Rebolledo, Infantería Marina, Motonave Lebu
– Teniente Guillermo Morera, Infantería Marina Motonave Lebu
– Teniente Rafael Yussef, Motonave Lebu
– Teniente Rodríguez, Infantería Marina, Buque Escuela Esmeralda
 


Testimonio de Luis Vega

Fuente :Libro: "Mis Prisiones", 16 de Enero 2006

Categoría : Testimonio

Testimonio de Luis Vega 

(MIS PRISIONES: Experiencia personal en La Esmeralda, Isla Dawson, Melinka, Ritoque, Tres Alamos y Policía Internaciona; LA CAIDA DE ALLENDE: anatomia de un golpe de ESTADO, fue enviado por su hija Raquel)

……Las torturas de mis hijas y mías sólo sirven como testimonio, y están insertas en el sufrimiento de todo el pueblo de Chile. Empiezan para mí a las 20.20 horas del 11.9.73 cuando, los mismos comandantes con quienes había trabajado hasta la noche anterior, al mando de una fuerza armada de sesenta hombres, fueron a detenerme al edificio de la Caja de la Defensa Nacional, donde estaba mi domicilio. Todo fue simple. Allanaron mi casa y me llevaron detenido. Más tarde, la armada, para impedir mi expulsión del país, informaría que "metralleta en mano" resistí a "las fuerzas aprehensoras". Esa versión de los hechos fue comunicada a la embajada israelí que se preocupaba por averiguar mi paradero, y a todos aquellos que indagaban por mí.

En la camioneta estaba ya Leopoldo Zúljevic, funcionario aduanero de carrera jubilado como superintendente de aduana. Y la caravana fue a detener al diputado Sepúlveda y al regidor por Valparaíso, Maximiliano Marholz. En las calles desiertas sólo se escuchaban gritos y disparos de marineros y soldados. Era una ciudad en estado de guerra. Pero las armas, estaban sólo en manos del ejército de ocupación. Los "enemigos" estábamos inermes. La caravana llegó al molo de abrigo de Valparaíso, donde estaba atracada la "Dama Blanca" el buque-escuela "La Esmeralda", transformado ahora en prisión y cámara de torturas.

Había empezado para nosotros la Operación Vela, en cuyos marcos rodaríamos de prisión en prisión bajo el yugo de crueles torturadores.

Después de la absurda ceremonia, a la que antes me he referido, en que fuimos entregados como "prisioneros de guerra", se nos informó que el país estaba en "estado de guerra". El molo estaba cubierto por miles de hombres y mujeres arrodillados con los brazos en alto, o hacinados como maderos unos sobre otros, o de bruces en el suelo, manos en la nuca, también los había afirmado en las paredes con los pies separados y sostenidos en la punta de los dedos. Y todo esto entre luches y sombras, con la luz de gas de mercurio. Todo parecía fantasmal. Irreal.

Un tipo vestido de mezclilla, con zapatillas de básquetbol, alto, rubio, ojos azules, tipo ario, me cogió del brazo, me llevó hasta la borda y me dijo:"¿Te acordai de mí, huevón? Párate aquí y no mires a ninguna parte". Era imposible no ver el espectáculo dantesco que habia abajo en el Molo. De pronto recibo un atroz golpe de trompetilla en el cuello, y la culata del AK en los riñones. No pude reaccionar, ni hablar, ni moverme, ni respirar. Y el sujeto me miró a los ojos y repitió: "Huevón, ¿te acordai de mí ahora?". Y me acordé. Dos veces lo había procesado. Y la última a raíz de un allanamiento en la casa de seguridad de Patria y Libertad en calle Montealegre del Cerro Alegre, donde fue detenido junto a Luis Gubler, un contacto de A DOS con este grupo. El nazi del AK, y otros, a puntapiés y culatazos nos condujeron hasta el "Camarote de Señores Guardiamarinas". A un lado de la puerta, un letrero con humor negro decía: "Reservado exclusivamente para señores socios". Los "socios" éramos los "prisioneros de guerra". De un puntapié me arrojaron abajo. Y un individuo me colocó, al caer de bruces, un pie en los riñones y la trompetilla del AK en la nuca. Y otros me desnudaron a viva fuerza en medio de gritos y ruidos espantosos.

El espectáculo era infernal. Las ampolletas rojas. Los torturadores vestidos con trajes de entrenamiento y máscaras negras. Me amarraron las manos a la espalda y cada uno de los diez dedos. A golpes me condujeron a las duchas, a las cuales les habían sacado la parte de la salida del agua, y caía un chorro tremendo de agua de mar a presión. Parecía una cave existencialista. Me arrancaron a viva fuerza una cadena gruesa de oro que tenía en el cuello y llevaba soldada. Hasta hoy tengo las señales que me dejaron al arrancármela. El chorro de agua partía el cráneo, y el agua entraba por los ojos, nariz, boca y oídos. Y uno sentía que se ahogaba, que reventaba, que ensordecía. Nos sacaron y nos arrojaron de bruces al suelo donde procedieron a patearnos y golpearnos a los seis hombres y una dama que ahí estábamos. Toda esa noche permanecimos tirados en el suelo, golpeados y cada cinco minutos llevados al agua. Durante unas 72 horas estuvimos sin dormir, comiendo como perros, con las manos atadas y en escudillas que colocaban en el suelo. Nos torturaron ilimitadamente y nos hicieron absurdos cargos en general: que en nuestras casas había oro, dólares, drogas, alimentos, armas; que dirigíamos grupos guerrilleros, que éramos instructores que habíamos estudiado técnicas guerrilleras en el extranjero. Esa noche había solamente una mujer. La habían detenido por haber recogido un volante del suelo en una reunión de mujeres, en solidaridad con las esposas, madres e hijas de los marineros detenidos, que se había celebrado en la Asociación de Obreros Portuarios. Ella afirmaba no haber estado. Lloraba por su hijo y su marido; y nosotros, nada podíamos hacer por ella. El día 12 éramos ya 42 hombres y 72 mujeres, hacinados. Esa misma noche del 12 un oficial ordenó poner una lona que separara el recinto de hombres del de mujeres.

El trato dado a las compañeras era infamante. Les manoseaban los pechos, glúteos, muslos; las metían bajo el agua y gritaban histéricos: "Todas las huevonas alegan estar con la regla…". Durante diez días escuché las protestas valientes, los gritos desgarradores, y los lamentos de hombres y mujeres torturados. Vi la violencia y el odio desatados. Estaban convencidos que nosotros los íbamos a asesinar a ellos en un auto-golpe del gobierno. Vi a mujeres e hijas de amigos ser torturadas. Y durante días me reconfortó la presencia siempre serena, digna y femenina de Lucía Kirberg.

Traté de resistir todo. Sentía -al igual que todos los que ahí estábamos- que tenía una tremenda responsabilidad y que no podía ser débil. En parte sentía que era responsable por haber permitido esa locura colectiva de terror y sadismo; por haber sido tan discreto y no haber denunciado a los torturadores cuando me informaron. Me aterraba pensar que nuestras vidas estaban en manos de un loco sádico a quien llamamos el "pájaro torturador". Era un psicópata que se quedaba 48 horas continuas de guardia para torturarnos.

En la madrugada del 13 me llevaron vendado y desnudo al castillo de proa, a la cámara de oficiales. Me sacaron la venda y me prestaron una manta. Había nueve oficiales de los servicios combinados de inteligencia, más un sujeto bajo, cabezón, rubio, macizo y con unas manos descomunales. De sus preguntas deduje que él estaba a cargo de la policía política. El trato de estos oficiales, debo decirlo, fue absolutamente correcto y profesional. Tenían todo el material de mi oficina. Me pidieron aclaración sobre diligencias en los sumarios. No había problema. Se trataba de procesos contra nazis. El tipo rubio y bajo trató de sacarme información sobre el paradero del estudiante cubano que el 11.7.73 había desaparecido y el presidente me encargó ubicarlo. En el motel de Reñaca, donde vivía, sólo encontramos cartas personales y la pesquisa no dio resultado positivo alguno; así informé al presidente. El sujeto rubio también quería que declarara que estaba en el cerro Los Placeres con unos "sacerdotes guerrilleros". Después me leyó una larga nómina de personas, entre las cuales estaban mis hijos, pidiéndome que le diera sus paraderos. Me acusó de ser miembro de un comité regional secreto del partido Comunista. Todo eso era ajeno a los expedientes y copias de telex sobre los cuales me pedían información. De repente este sujeto dijo: "Éste los está engañando, no les dirá nada. Déjenmelo diez minutos y lo hago cantar". Estaba equivocado: lo que él quería saber yo no lo sabía; y lo que yo sabía, no me lo preguntó. Y se retiró de la sala.

A la salida, después de un largo rato, me volvieron a vendar y amarrar. Me pusieron contra una pared de acero, y un individuo me dijo: "Concha de tu madre, éstos son los últimos momentos de tu vida". Y después se alejó y gritó órdenes de fusilamiento. Cuando dijo "apunten", vi, en una pantalla en amarillo y negro, toda clase de imágenes de mi vida. Me vi niño, con mis padres. Me vi con mi mujer, con mis hijos; ellos niños, y yo joven; y otras escenas fugaces, sin pensamiento hablado. Sólo pensamientos e imágenes. Estos "simulacros de fusilamiento" eran un aporte de los brasileños a las técnicas de tortura.

A la noche siguiente, uno de los guardias me dijo: "Levántate que vamos donde los inspectores". Me pusieron los pantalones, me vendaron y ataron las manos. Y encima una toalla. Entré en una sala grande, porque anduve diez pasos. Una voz dijo a los guardias que se retiraran. Antes, el individuo que habló me desamarró y ordenó que me esposaran a un poste de acero; me ató los pies. Me dijo: "Sé que eres karateca, que fuiste milico y que eres jefe del GAP de la provincia. Vamos a ver en qué condiciones estás…". Y sin más me golpeó el estómago, me pateó los pies desnudos, los muslos, y me hizo "pinzas" en el vientre y antebrazos. No me quejé. Era el tipo rubio de civil de la noche anterior. Él debe haber recordado que yo miré sus manos. Le dije: "Una mano golpea igual que otra mano, y todas golpean igual". Y empezó el interrogatorio. El primer tema: debía informarle las relaciones comunistas y/o socialistas de varios almirantes y capitanes de navío que me nombró; y de oficiales de ejército y carabineros. En especial de los almirantes Daniel Arellano y Raúl Montero. Le expresé que todas las relaciones habían sido dentro de funciones profesionales, administrativas, y que jamás había existido ninguna clase de relación política con ninguno de ellos. Indignado porque no sabía un asunto relacionado con el almirante Arellano, me dijo: "Luchito, me estás mintiendo; te aplicaré corriente". ¿Cómo me aplicará corriente él sólo?. Lo hizo con un aparato muy primitivo que no sabía usar. Me rompió la boca por dentro, y me produjo dos tres descargas. De pronto me dijo:"Yo sospecho que tu eres un 'soplón' del Viejo. Para mí no hay otra explicación que estés aquí. Tu eras un regalón. Nada pudimos en contra tuya, el Viejo siempre te defendió, habló bien de ti. Y hacías lo que tú querías con él. Así es que tendrás cuidado en lo que informes, si es que sales de aquí". (Se refería al almirante Merino).

Al volver de esta sesión me golpearon, me metieron al chorro de agua. Estaba tratando de relajarme cuando llegó otro guardia: "Levántate que subimos donde el fiscal". (En Chile legalmente habían tres fiscales navales, uno en cada una de las tres zonas navales: Punta Arenas, Talcahuano y Valparaíso. El 11.9.73 se designaron quince fiscales más) Vuelta a vestirme, vendarme, ponerme una toalla y un saco encima de las vendas. Ya arriba me hicieron sentarme en una silla. Me amarraron los pies y me aplicaron "el teléfono" para que no conociera la voz del fiscal. Éste hizo que me colocaran un casco de seguridad en la cabeza, y me preguntó:"¿Sabe, colega, qué es esto? Es un casco como el que usaba el 'compañero' presidente, que no le sirvió de nada cuando nuestros soldados liberaron La Moneda". Después hizo que me colocaran una especie de chaleco burdo, de fuerte lona, y con grandes bolsillos. Me dijo: "¿Sabe lo que es esto?" Le respondí que no lo sabía. Replicó: "¿Cómo no va a conocerlo cuando Ud. ordenó confeccionar cincuenta que serían usados por los 'kamikazes' de su GAP que se mezclarían entre las tropas cuando se retiraran el 18 del elipse de Playa Ancha?". Le dije que nada de eso era verdad. "Es inútil que mienta; antes de morir su jefe Daniel Vergara en La Moneda, encontramos en su caja de fondo el Plan Zeta del gobierno, llamado Plan Djakarta para Valparaíso, y en él figura Ud. como el jefe a cargo de un GAP de 900 hombres que le entregaron los comunistas y socialistas. Ud. dispuso de 900 metralletas, parake y de 400 kilos de amón gelatina". Lo interrumpí diciéndole que jamás había oído hablar de un Plan Djakarta, excepto el de Indonesia, donde los militares masacraron a 300 mil comunistas. Debe haber hecho una señal, porque me dieron un golpe brutal en el casco hundiéndomelo hasta los ojos. Y me golpearon en la espalda, hombros, piernas y brazos. "Miente, el Plan Zeta estaba dirigido por el Ministerio del Interior, y el día de la parada militar, a través del país, los abogados del Ministerio en cada cabecera de provincia, haría asesinar a la oficialidad y a las tropas. Aquí, mientras Uds. le daban una recepción en el Salón Rojo del Palacio de la Intendencia al almirantazgo y a los altos oficiales de toda la guarnición. Ud. saldría afuera y desde la puerta dispararía y masacraría a los oficiales; en las calles, los 'kamikazes' con los chalecos que Ud. ordenó confeccionar, se mezclarían con las tropas, harían estallar la dinamita, y sus hombres los asesinarían con las metralletas". Le contesté que él no sabía lo que decía; me estaba dando una capacidad de fuego superior a la que tenía la armada y el ejército en la ciudad de Valparaíso. Conociéndome como me conocía, debía saber que de haber tenido yo esos hombres y armamentos, en ese momento no estaríamos ahí y el enfrentamiento habría sido diferente. Hizo que me golpearan nuevamente. Y agregó:"Firme esta declaración; los documentos de Daniel Vergara y el recibo por armas, municiones y dólares lo incriminan". Le respondí: "No firmaré nada, no existen tales recibos, ni Daniel Vergara me ha entregado metralletas ni dólares, ni he firmado recibo alguno. Y esto es una locura que en ningún tribunal se aceptaría como prueba". Hizo una seña. Me soltaron los pies amarrados, me quitaron el casco y el chaleco, y me golpearon salvajemente, tirándome amarrado al suelo, dándome de puntapiés. Ordenó que me llevaran "abajo". Me sacaron a rastras, y vuelta al "Camarote de los Señores Guardiamarinas", y a desnudarme, y a un largo rato bajo el agua fría y a presión. Al sacarme, ya sin vendas, un sargento me dijo:"Tú conoces el oficio. Párate en la espalda de tu amigo y ayúdalo". No entendía de qué hablaba. Miré al suelo, y ahí estaba desnudo y medio inconsciente, con la espalda sangrando y cubierto de gran cantidad de sal de mar que un esbirro aplastaba en su carne viva con la culata del automático, el ingeniero Walter Pinto, director de la ENAMI. Me obligaron a subirme a sus espaldas y, con los pies, aplastar la sal. Pinto me dijo en la Isla que entendía que había sido forzado, y que, por lo demás, mis pies le causaron menos dolor que el fusil. Pasaron largas horas de golpes y gritos. Y otra vez frente al fiscal. "¿Por qué no firma y se evita todo lo que le está sucediendo?". Le contesté: "Ya pasé la edad de la inocencia. Puede hacerme matar, pero no voy a firmar nada". Y entonces, cambió de táctica. me hizo una proposición que ya me habían hecho horas o días antes ahí mismo:"Por qué no colabora con nosotros? ¿Por qué no se une a la acción patriótica de las fuerzas armadas? Puede ser designado fiscal…" Me habían dicho que tendría un poder tan grande "como jamás te lo has soñado". Me negué; expresé que era abogado, hombre de principios, fiel a derecho y a la justicia, y que jamás podría mirar de frente ni a los míos ni a nadie si hacía algo así. Y que, por lo demás, el asunto no me interesaba, no era ese mi lugar ni mi destino. Después me habló de las actividades de otros abogados, hombres y mujeres de la UP. Expresé que nada sabía de ellos, y que debido al exceso de trabajo, extrañamente no habíamos alternado durante todo nuestro gobierno.

Debí ir y venir a diversos inspectores, por diversas y absurdas cosas. ¿Dónde vivía fulano? ¿Dónde estaba escondido Emilio Contardo? ¿Quién era Hernán Concha y por qué fue nombrado intendente? El 17 me llamó nuevamente el mismo fiscal. Me dijo: "Debe firmar, tengo copia de la declaración de Daniel Vergara, y de otros abogados del Ministerio a través del país, en las que confiesan que el Ministerio del Interior dirigía el Plan Zeta. Y Ud. organizó aquí todo el trabajo de seguridad y el GAP". Expresé que el trabajo de seguridad lo había organizado el almirante Merino (me refiero al del gobierno de la UP) con el jefe del A DOS y los únicos contactos que tuve con el llamado GAP fue como acompañante del almirante, que planificaba las medidas de seguridad. Me agregó: "No es así. Y tengo un testigo que fue su lugarteniente y Ud. lo contrató para seguridad". El testigo era un muchacho un tanto retardado mental que había sido recadero en la intendencia; yo le había conseguido trabajo como aprendiz en una fábrica de guantes "de seguridad industrial" de un amigo mío. El fiscal le preguntó al muchacho qué había de verdad en esto y éste contestó que todo era efectivo. El fiscal exclamó:"Con este huevón por testigo no llegaré a ninguna parte…" Y lo hizo salir. "Tenemos los documentos de Daniel Vergara y ellos prueban que Uds. organizaron desde el Ministerio del Interior un ejército paralelo, que daría muerte a los altos mandos y a los mandos medios de las fuerzas armadas, y que lograron infiltrar a muchos oficiales". Lo curioso es que nadie me hablaba de los informes que yo le había enviado a Daniel Vergara, y que estaban en su caja de fondos, y que comprobaban que eran los mandos altos y medios los que complotaban en contra del gobierno. ¿Había descoordinación entre la armada y el ejército? De todas maneras, desde el momento en que el nazi me golpeó decidí no declarar nada, no saber nada, no recordar nada. Bloquearme por completo. Y de ahí nadie me sacaría. No puedo aceptar la tortura. No puede haber diálogo ni entendimiento alguno con esos sub-hombres. Nadie puede destruirle a un hombre decidido su auto-respeto. Y yo los despreciaba a ellos. Y los desprecio. Sentía rabia, odio, y estos sentimientos primaban por sobre el temor o el dolor. Insistí en que nada firmaría. Y me devolvieron al camarote.

El día 14.9.73, al finalizar la tarde, los torturadores enmascarados del camarote, me dijeron: "Vamos a ser buenos. Sabemos que no pueden andar porque están acalambrados". Ordenaron que Sergio Vuskovic y yo nos levantáramos. Nos ayudaron, como cuando íbamos a torturas. Nos afirmaron a unos barrotes y empezamos a hacer lentamente flexiones. En ese momento empezó en algunos lugares de la ciudad un intenso tiroteo. Uno de los torturadores salió a averiguar. A los pocos minutos regresó gritando:"Los comunistas están asaltando el Molo para rescatar a estos huevones". Otro nos dijo a Sergio y a mí: "Si los comunistas llegan a la puerta verde (la primera entrada), a Uds. dos los fusilamos al momento, primero que nada". Lo extraño está en que el tiroteo era en toda la ciudad. Al día siguiente aparecieron 256 cadáveres de obreros en el camino a Santiago "llevados por los comunistas".

El sábado 15.9.73, después del mediodía, nos llevaron al Barco mercante Lebu. Estaba lleno de detenidos; alcancé a ver al senador demócrata cristiano Benjamín Prado en cubierta, con unos oficiales; les indicaba quiénes eran de su partido y habían sido detenidos erróneamente. Era el comienzo del Golpe. Y la DC lo apoyaba decididamente. Nos llevaron a una bodega con orines y excrementos; a la hora, llegó una nueva orden cancelando la anterior. Se trataba de "un error" y nos volvieron a La Esmeralda. Nuevamente el nazi rubio me vio, me golpeó y me hizo poner junto a mis compañeros de infortunio, en las piras humanas, colocando otros prisioneros encima nuestro. Una dolorosa experiencia. No hay nada más doloroso, asfixiante, desesperante que esta tortura. Un oficial nos buscó e increpó al nazi: "No es éste el destino de ellos. ¿Quieres que se fuguen o que los vean?". Regresamos al camarote; el Pájaro Torturador nos dijo: "Mal agradecidos, ingratos, después de tantos cuidados se fueron sin decirme adiós". En la noche, un encapuchado me sacó. Me llevó al baño y me dijo: "Un abogado habló, lloró pidió colaborar. Me besó los pies. Y lo llevaron arriba. Dijo que el hombre de confianza de Allende era Ud., y que los intendentes eran solamente decorativos, que nada sabían ni ninguna influencia tenían en el asunto de seguridad. No estoy de acuerdo con Uds., pero Ud. ha estado bien, y, yo no acepto mariconadas". Para romper el equilibrio, me dio dos bofetadas, y me dijo: "Sé que no contará esto, pero le haré una paleteada". Al día siguiente me obligó a golpear al secretario-abogado. El día 16 me llevaron delante de otro fiscal. Y ahí me di cuenta de que la información era cierta: el otro abogado había hablado. Me imputó el aparato de seguridad para la visita de Fidel Castro, el operativo de seguridad del 21.5.72. Me preguntó algunos nombres de socialistas y comunistas de un supuesto "aparato de seguridad" y de reuniones que yo habría tenido con ellos. Me mantuve en que nada sabía y que todo el aparato de seguridad era de carabineros y la armada. Que jamás había oído nombrar a esas personas. Me agregó que yo tenía contactos con gente de la armada. Le dije que sí, y cuando iba a dar el nombre de la persona del A DOS, una voz, perentoriamente me ordenó: "Sr. Vega, no lo nombre, nosotros conocemos ese asunto". Al salir me arrojaron al suelo a puntapiés, y nuevamente me hicieron el simulacro de fusilamiento. No me causó ninguna impresión. No es heroicidad. Es algo extraño; he conversado con psiquiatras interesados en esta extraña experiencia.

El día 18 nos permitieron hacer unas flexiones y pretendieron que contara chistes o cantara. Les expresé que yo estaba en calidad de "prisionero de guerra" y no de bufón o cantor. Y no canté. Después hubo una situación jocosa. El 15, después que me permitieran, o me ordenaran golpearlo, dejaron libre al secretario-abogado. No lo juzgo; había sido más de 22 años funcionario de la armada. Había sido operado de la vesícula; todas las noches a las 20 horas llegaba un paramédico de delantal blanco y un gran vaso de agua. Cumplía la orden: "20 horas, Camarote de Guardiamarinas. Purgante abogado". Ese día, a las 20 horas, llegó preguntando por el abogado; y los guardias me señalaron. El tipo me encajó todos los brebajes. Pensé que era un "tratamiento psicológico" a base de drogas para hacerme hablar. Me dije que con ninguna droga hablaría porque no me preguntan lo que sé. Y no puedo confesar mentiras o lo que no he hecho. No corría ningún riesgo. El tipo me dio tres cucharadas. A la medianoche me di cuenta de que no era la "droga de la verdad", sino un poderoso purgante. Pedí permiso para "subir al jardín para la mayor", como se dice en la jerga marinera. Esto se repitió. El 18, el sargento Pájaro Torturador me dijo: "Luchito, tú no eres cobarde, pero ¿por qué cagai tanto?". Le respondí, "muy sencillo, seguiré así mientras me sigan encajando todas las tardes tres cucharadas de purgante". Hechas las averiguaciones se constató el error y me suspendieron las dosis del brebaje. Pero "las subidas al jardín" me habían servido. Iba con un guardia que apuntaba, pero era tan estrecho, que no podía él entrar al servicio mismo, y en el suelo había diarios del día, con noticias en contra nuestra, del gobierno y de la UP.

El 19 por la noche me llevaron al fiscal que me imputaba los hechos relacionados con la visita de Fidel Castro y los del 21.5.72. No lograron progresar y me devolvieron al camarote. Solamente me metieron bajo el chorro. Más tarde me llevaron nuevamente ante el inspector de las "manos grandes". Me amarró, me golpeó contra el poste de acero, e hizo que otros me pisaran los pies con sus botas. Y empezó a pedirme datos sobre el almirante Merino. Si era verdad que Merino deseó ser intendente, cómo se portaba en las reuniones del comité político de la UP, y respecto a los almirantes Montero, Arellano, Poblete y otros, como un coronel y algunos mayores de carabineros y el ejército. E insistió en vincular al almirante Montero con el partido comunista. De pronto me dijo: "¿Quién es Hernán Concha?, sabemos que fue auditor general del ejército y que es apolítico. ¿Por qué lo nombró Allende? Sabemos que trabajaba en el Ministerio de Defensa con la comandancia en jefe y que de ahí salió la recomendación. Pero no sabemos quién se lo recomendó a Allende". Le respondí que las mismas preguntas ya se me habían hecho. Y que, por lo demás, había sido un intendente parecido al abogado Carlos Soya; serio, responsable y respetuoso de la ley. No sé si estaba cansado, pero ordenó que me volvieran al camarote. Y vuelta a las acusaciones colectivas, cama por cama. Una serie de preguntas absurdas en ese mundo extraño y alucinante del Camarote de Señores Guardiamarinas. Vi torturar en público a Bartolo Vaccareza, dueño de un edificio en que funcionaba el periódico "El Popular", donde sostenían que habría funcionado una escuela de guerrillas comunistas. Vi quejarse al Dr. Gilberto Zamorano, a quien habían sacado de su cama del hospital. Vi vejar al neurocirujano Dr. Mario Contreras, presidente de la Asociación Internacional de Neurocirugía. Y entre las cosas absurdas de estos alienados, vi su enfermo orgullo nacionalista. Habían detenido a jóvenes peruanos, bolivianos, brasileños, argentinos, franceses, norteamericanos; a todos ellos, con sus propios cuchillos de comandos les cortaban espantosamente el pelo. Y los torturaban. Todos eran muchachos jóvenes, y en las torturas gritaban. Y se les despertó el patriotismo: "El chileno resiste más la tortura que el extranjero". Después de torturarlos a ellos, nos torturaban a nosotros. Los golpes eran iguales, pero nosotros éramos hombres ya mayores y no nos quejábamos tanto. Soportábamos más. Y oficiales y marineros decían: "¿Ven? Hasta estas mierdas traidoras de la Unidad Popular son más valientes que Uds.". El 18, el Pájaro Torturador se puso un guante de béisbol. Dijo:"Les voy a pegar igual, pero con este guante no les dolerá tanto y habrá más ruido. Estamos en Fiestas Patrias…".

El 20 de septiembre, como a las 0.30 horas me llevaron al castillo de proa. El inspector de las "manos grandes" me dijo: "Acabo de hacer cagar de dolor a un amigo tuyo… Ahora te toca a ti". Y agregó:"No sentís el olor a mierda que hay aquí?" Le dije que con los trapos que tenía en la cabeza, la falta de sueño y el nerviosismo no sentía nada. "Putas que tenís suerte, huevón -me dijo- yo ya vomito". Y siguió diciéndome: "Me has mentido todo el tiempo, has negado saber lo que te preguntan, y te has pasado por el forro de las huevas a todos. Pero ahora hablarás. Voy a empezar con mi golpe de 'martillo' en tus hombros. Y me los golpeó con la mano empuñada desde arriba hacia abajo; creí que me habían sacado los brazos. Y me dijo, "aquí está tu declaración como jefe del GAP. O la firmas o aquí te quedai". Le dije que me permitiera una pregunta. "Aquí estás para contestar, no para preguntar. Pero pregúntame". Y le dije: "¿Cree Ud. que si yo hubiera tenido 900 hombres armados estaría aquí desnudo y amarrado?". Me dijo: "Buena pregunta". Y agregó:"A lo mejor te habrías arrancado por tu cuenta…". Me dijo que sabía que habían armas. Le expresé que no, que ellos habían allanado y nada habían encontrado. Y que no detenían a los señores que tenían fusiles con miras telescópicas alegando que eran "cazadores", "sportman". Me dijo: "Firma que eras jefe del GAP. Lo eras ¿para qué te creas problemas? Veremos si ahora con la corriente bien aplicada sigues tan gallo". Hizo que me dieran un golpe de corriente en el pecho. Me doblé en el poste de acero y me azoté la cabeza.

En ese momento entró un oficial y dijo: "Alto, no me toques a Luchito, él tiene otro destino". Responderá, pero no aquí. Me lo llevo". El inspector le dijo que yo tenía que terminar un asunto con él. La respuesta fue: "Si va a hablar, que lo haga voluntariamente. Que me diga por qué los milicos pusieron a Hernán Concha para crearnos problemas, dónde está Guastavino, dónde está Emilio Contardo, que estuvo con él hasta el 10 a las 18 horas; quiénes son los otros dirigentes secretos del PC aquí, y dónde está la lista de los del GAP, y dónde está escondido el cubano". Le dije que yo estaba fuera del PC muchos años, que era secretario general del Instituto Chileno-Chino. Me interrumpió: "Ese instituto tuyo era del PC. El de los chinos está en calle Pedro Montt, en los altos del teatro Imperio. Y tú fuiste a China como espía soviético. Bien, habla". A los 10 minutos me dijo: "¿Sabís que más, Luchito? Me tenís más enredado que un plato de tallarines. Lárgate". Me llevaron al camarote. A los 10 minutos, a siete de nosotros, en silencio, nos hicieron afeitarnos, lavarnos, vestirnos correctamente. Y de "La Esmeralda" nos pasaron a un bus lleno de infantes de marina armados. Nos hicieron sentarnos separados, y fuimos advertidos que, a la primera palabra, gesto o movimiento, nos dispararían. Fuimos hacia el centro de la ciudad. Pasé cerca de mi casa, a la cual ya nunca volvería. Atravesamos una ciudad en guerra, nos dirigimos por Avenida España a Viña del Mar. Al llegar al final de la Avenida Libertad pensé que íbamos a la Escuela de Telecomunicaciones, y pensé que allí sería reconocido; y todo terminaría para mí. No, seguimos hacia Quintero. Y en una playa fuimos alumbrados con focos de camiones militares. Pensé que seríamos asesinados allí y arrojados al mar nuestros cadáveres. Y también me equivoqué. En la Base Aérea de Quintero nos entregaron a un comandante que nos dio su nombre y grado, y nos presentamos. Nos dijo que tenía órdenes selladas de enviarnos en avión a un lugar determinado. Si nosotros le dábamos nuestra palabra de no hacer nada en contra del avión, nos daría facilidades. Lo hicimos, como era lógico, y tuvimos un viaje sin tensiones; aún cuando no sabíamos adónde íbamos. Suponíamos que éramos relegado a la ciudad de Punta Arenas. Pese a todo, aún éramos muy ingenuos.

Criminales y Cómplices:

Comandante Jorge Sabugo Silva, Oficial Jaime Román Figueroa (a cargo del Buque); capitán Carlos Fanta; Teniente Rodríguez (Infantería de Marina); Teniente Luna (Infantería de Marina); Sergio Arce (abogado), Kenneth Gleiser (Medico)


Las cuentas de la Armada

Fuente :puntofinal.cl, 29 de Octubre 1999

Categoría : Prensa

El almirante sigue mintiendo. Sus palabras se pierden entre los cerros y el viento de Valparaíso. Pero la memoria de los porteños víctimas de la represión de la Armada es obstinada y certera. Nadie ni nada podrán borrar jamás el horror entronizado a las orillas del Pacífico, entre la garúa nocturna, los arreboles del atardecer y los sempiternos pelícanos de la bahía. Es que el 11 de septiembre de 1973, junto a los barcos de guerra estadounidenses participantes en los denominados ejercicios UNITAS, la escuadra retornó a puerto a fin de vincularse a las unidades en tierra para dar comienzo al golpe militar contra el gobierno de Salvador Allende. El temprano copamiento de la ciudad transformó a ésta en un gigantesco campo de concentración donde se enseñorearon el miedo, la tortura y la crueldad. La Armada, con inusitada ira y profundo desprecio clasista, reprimió a los porteños y, para tal efecto, desplegó todos sus efectivos, incluidos cadetes de la Escuela Naval. Habilitó, también, varios lugares de reclusión como la Academia de Guerra Naval, el cuartel Silva Palma, y los buques Maipo, Lebu y Esmeralda donde se torturó a miles de aterrorizados habitantes de Valparaíso.

Sin embargo, el almirante Jorge Arancibia, jefe de la Armada, continúa sosteniendo que en aquellos lugares de detención "jamás se torturó a nadie", que tan sólo constituyeron instancias de tránsito para albergar a prisioneros producto de las circunstancias extraordinarias que se vivían. Pero, miente el almirante y miente conscientemente, pues es imposible que no haya estado en conocimiento de lo sucedido en los recintos de la Armada. Son millares los testimonios de víctimas que experimentaron en carne viva la violencia y el odio de oficiales y clases de la aparentemente flemática marina chilena. Tal es el caso de María Eliana Comené, estudiante de castellano de la hacia adentro. Ellos estaban pegados en todas las paredes, yo conté ocho infantes de marina, algunos encapuchados y otros con las caras pintadas de negro. Me dicen que me desnude. Yo empecé a desnudarme y me dejé puesta mi parte de abajo, porque tenía puesto el apósito de la menstruación. Entonces, cuando me obligaron incluso a sacarme el calzón yo dije que no podía, porque estaba indispuesta. Me obligaron a hacerlo y ahí ya viene toda la rebeldía femenina, la rebeldía del luchador, por mucho que nos quisieran hacer sentir como animales llegaba el momento en que la dignidad del ser humano se rebelaba contra todo eso. Y fue tal mi ira, la indignación, que me saqué los calzones, tomé el apósito con sangre y se lo puse en el rostro al teniente que estaba dirigiendo el grupo. Luego de eso, todavía desnuda, por orden del teniente, dos infantes de marina por detrás, me tomaron los glúteos y se agacharon para mirar por el ano". Tal era la calidad moral de los marinos del almirante, los mismos que no trepidaron en violar mujeres para demostrar su poder y su lastimosa hombría, cubriendo sus rostros con pasamontañas y ocultando sus grados. En la Esmeralda, recuerda María Eliana, "había violencia las 24 horas del día, sacaban a los compañeros, los golpeaban, los torturaban, volvían morados y vomitando sangre. Cuando me trasladaron al Lebu estábamos separados de los compañeros quienes se encontraban en las bodegas. Nosotras estábamos en los camarotes y éramos tantas que no podíamos respirar, teníamos que dormir sentadas en el suelo. Nos daban de comer una sola vez al día, a las 9 de la mañana. Eran unos porotos que hasta gusanos tenían, una vez que reclamamos nos dijeron burlándose que para qué nos quejábamos si nos daban 'carne'". Pero la alimentación no era lo que más preocupaba a las prisioneras políticas, sino que el trato inhumano y cruel por parte de sus aprehensores, la mayoría jóvenes marinos. Aunque también las torturaban civiles y, como en el caso de María Eliana, carabineros. Ella había tenido el infortunio de haber sido detenida con ocasión de la retoma de la Universidad Católica en el puerto en los meses previos al golpe. Fue agredida por carabineros al mando de un teniente de apellido Pérez, sin embargo, logró defenderse y golpear a sus agresores.

 

EL cabo Antonio Ruiz Uribe fue torturado en recintos de la Armada.

Obviamente jamás pensó que el devenir político le enfrentaría una vez más al sádico teniente, esta vez a bordo de la motonave Lebu. Pero así fue, en una oportunidad -relata María Eliana- "me llevaron a un camarote que había sido habilitado como sala de interrogatorios y allí estaba este teniente que me comienza a manosear y a gritar diciendo: ¡defiéndete ahora, pos, huevona! Me corrió mano de una manera espantosa, fue más de una hora de sólo eso. Estaba vendada y humillada por lo que estaban haciendo, impotente ante lo que estaba pasando, ante los gritos espantosos que se escuchaban". Pero no era sólo en el barco que se torturaba y degradaba a centenares de porteños. También sucedía en otros centros de tortura de la Armada. Por la Academia de Guerra Naval, en el cerro Playa Ancha, pasó también María Eliana. "Allí estuve como cuatro semanas, me sacaban todas las noches para interrogarme, me golpeaban los oídos con las manos, me ponían corriente en la lengua, en la vagina. Nos sacaban para divertirse con nosotros, para abusar sexualmente. Fueron violaciones masivas. Al final una se desconecta, trata de subliminar lo que está pasando, pero es imposible de olvidar, de hecho, cuando ya me encontraba en la cárcel, hice una seria infección, con vómitos y fiebre. Me enviaron al Hospital Naval y ahí dijeron que era sólo un ataque de vesícula y me enviaron de vuelta a la cárcel. No obstante, era algo mucho más serio. Era gonorrea, y era imposible saber cómo y dónde la había contraído, ¿en la Esmeralda, en el Lebu, en la Academia? Lo único claro es que quedé con el endometrio total y absolutamente destruido".

 

ACADEMIA DE GUERRA

NAVAL: CASA DEL HORROR

 

Y fueron millares las vidas destruidas física y sicológicamente en las casas del horror de la Armada en Valparaíso, El Belloto, Colliguay, Puchuncaví y Talcahuano. Por tales centros de detención y tortura pasó Humberto Arancibia, presidente del sindicato de trabajadores de Enadi, ex Compañía de Gas de Valparaíso. Fue detenido en Villa Alemana el 3 de octubre de 1973 en la noche. Fue trasladado por los infantes de marina que le detuvieron al cuartel Silva Palma en el puerto. Llegamos, recuerda Humberto, " a una sala grande repleta de gente, hombres y mujeres tirados en el suelo, muchos con el pelo cortado a bayonetazos. Un infante me preguntó por qué me encontraba ahí. Le respondí que no sabía, que simplemente era dirigente sindical. Exactamente, me dijo para preguntarme por otros dirigentes, para ver si habían robado o no". Los marinos, los militares, sabían perfectamente bien que nadie había robado nada, del mismo modo que sabían que nadie iba a atentar contra la integridad física de los miembros de las Fuerzas Armadas y sus familias como pretendieron hacer creer a través de la difusión de un absurdo Plan Zeta. Simplemente intentaban justificar lo injustificable: la represión, las masacres, la tortura, las violaciones.

Por ello, "alrededor de una hora después de haber llegado, continúa Humberto, me vendan, me ponen sobre la cabeza una capucha negra, me amarran las manos a la espalda y me sacan de la pieza. ¡Así que tú eres Carlos Nicolás! (administrador de la Compañía de Gas), me dicen mientras me dan un golpe en la boca del estómago. Perdí la respiración, me dan palos en la espalda, en las costillas, todo esto camino al interrogatorio. Siento que llegamos a una pieza, tomo aire: no, yo me llamo Humberto Arancibia alcanzo a decir. ¡Por qué no dijiste eso antes conche tu madre! Me gritan. Ahí me di cuenta lo que me esperaba, como iba a ser el tratamiento. En la sala de torturas me pegan con las manos abiertas en los oídos (teléfono), combos en el estómago, palos en las costillas. Todo el tiempo tenía las manos y los pies amarrados con alambre. En un momento pensé que me iban a colgar, pero en realidad lo que hicieron fue ponerme corriente. Esto se repitió muchas veces en medio de todo tipo de insultos".

Luego de una interminable noche de tormentos Arancibia fue trasladado al buque Lebu. "Parecía un barco pirata -señala Humberto- con hombres hacinados en las bodegas del barco. Estaban barbones, algunos con el pelo cortado a cuchillo, con abrigos, frazadas, sucios y hambrientos. A veces nos tiraban pedazos de pan y lo compartíamos entre todos. Lo mismo hacíamos cuando, por milagro, aparecía una naranja. La comíamos entre seis, hasta la cáscara nos comíamos. Más adelante nos daban fideos, masas de fideos más bien. También porotos llenos de gorgojos. Cada comida era vigilada por marinos armados. No todos comían sí, había un compañero de apellido Villarroel a quien mantenían en una jaula desnudo y nunca le daban de comer.

Los marinos nos obligaban a levantarnos a las seis o siete de la mañana. Subíamos a la plataforma del buque y nos manguereaban desnudos en el frío de la mañana. Está claro que no teníamos dónde hacer nuestras necesidades y, en algún momento, pusieron mitades de tambores de aceite -que llamaban 'chutes'- donde comenzamos a orinar y defecar".

En el Lebu se denigraba a la gente, se intentaba deshumanizar al supuesto enemigo, hombres y mujeres, sin importar la edad. También se interrogaba y torturaba. Los interrogatorios selectivos y más brutales se llevaban a efecto en la Academia de Guerra Naval. Allí fue llevado nuevamente Humberto. "Me dijeron que me había reído de ellos la primera vez, me pusieron un paño en la boca y me tiraron contra la muralla y comenzaron a golpearme. Perdí la noción del tiempo, del espacio, pensé que me iban a matar. El estar ahí, aunque no te torturan era igual, porque se sentían gritos, golpes, lamentos desgarradores de gente que se moría. Siempre se estaba en un estado emocional tenso, sabías que después te iba a tocar a ti, ibas a pasar por el mismo proceso. No se tenía ninguna esperanza, no sabías si ibas a salir vivo. Eran varios los que se habían intentado suicidar lanzándose por alguna de las ventanas del cuarto piso de la Academia o golpeándose contra unos pilares que había en la sala grande".

Llegaba a tal punto el pánico, la desesperación, la violencia contra gente indefensa, que no fueron pocos los que prefirieron morir a continuar soportando el horror de la tortura. Sin embargo, el almirante Arancibia insiste en que en los recintos navales jamás se torturó. Incluso en aquellos lugares donde no se interrogaba, imperaba un régimen de represión permanente y de castigos humillantes para los presos políticos. Tal es el caso del campo de concentración de Isla Riesco o Melinka, ubicado en Colligüay al interior de Valparaíso. Allí, cada vez que llegaba un nuevo grupo, se organizaba en la noche, cuando los prisioneros se encontraban encerrados en sus cabañas, un montaje de amedrentamiento. Se oían ráfagas de ametralladoras y fusiles automáticos, se explotaban minas del sector que rodeaba el campo, amén de gritos y carreras. Al día siguiente se informaba a los prisioneros que un grupo de "extremistas" había intentado rescatarlos durante la noche y que habían sido eliminados por la guardia del campo. Si sucedía nuevamente -advertían- lo primero a eliminar era el peligro interno, es decir, los presos.

 

TORTURAS A MARINOS DEMOCRÁTICOS

 

 

EL buque-escuela Esmeralda donde el 73 se torturó a presos políticos.

Además, se castigaba a muchos sumergiéndolos en pozos de excrementos y orina, a culatazos, hundiéndoseles en la basura u obligándoles a correr a latigazos. Eran los infantes de marina los que torturaban de esta manera. Y tenían experiencia, pues fueron los que iniciaron la práctica masiva y sistemática de la tortura en agosto de 1973 al detener y flagelar a un grupo de marinos constitucionalistas que denunciaron los intentos golpistas de la Armada. Antonio Ruiz, cabo segundo, mecánico electrónico con mención en control de fuego, fue uno de ellos. Antonio Ruiz recuerda vívidamente el día en que fue detenido, "fue el 7 de agosto de 1973 en Talcahuano. Oficiales de inteligencia me sacaron de la unidad para trasladarme al Fuerte Borgoño. Allí había un escuadrón de al menos doce cosacos esperándonos. Me obligaron a sacarme la ropa y comenzaron los golpes, comenzó el tratamiento de guerra. Pasamos a ser el enemigo. Para los infantes de marina era una práctica en vivo, fuimos sus conejillos de indias. El oficial que nos interrogaba, para que no se notaran los golpes, usaba guantes mojados. Nos metían en tambores de excrementos y orina; dos cosacos nos sujetaban de las piernas y nos hundían en los tambores hasta que no podíamos respirar. Era tal la desesperación ante la tortura y las amenazas que al final uno se rebelaba y encaraba al oficial gritándole: ¡mátame conche tu madre! A ellos no les importaba lo que uno decía o sentía; al contrario, perfeccionaban las técnicas de tortura día a día. Al poco tiempo ya no te sujetaban por las piernas, sino que habían instalado una roldana desde donde te lanzaban al tambor con excrementos. Nos tenían amarrados de pies y manos, nos amenazaban de muerte y hubo muchos simulacros de fusilamiento. Eramos como 50 los detenidos, pero finalmente quedamos menos de la mitad. Había gente de filiación azul (Asmar) y de filiación blanca, tanto de la dotación Escuela como de la Escuadra. Posteriormente fuimos derivados a la cárcel de Talcahuano en tránsito y, finalmente, a la cárcel de Concepción. Allí nos pilló el golpe, nos despertamos con los disparos, presentimos la muerte, Carabineros se hizo cargo del presidio y nos amenazó con que tendríamos que pagar. Se hizo un simulacro de fusilamiento y toda mi vida pasó delante de mí, muy rápido. Esperaba con los ojos cerrados la muerte. Afortunadamente no sucedió nada y, eventualmente, fuimos traslados a Valparaíso, pasando por el campo de concentración de Isla Riesco o Melinka, cuartel Silva Palma y la cárcel pública del puerto. Otros marinos democráticos fueron detenidos y torturados en el Fuerte Miller de la Infantería de Marina en Las Salinas, y en la Escuela de Ingeniería de Viña del Mar.

A 26 años del golpe de Estado iniciado en Valparaíso, el almirante Jorge Arancibia sigue negando que la Armada violó masivamente los derechos humanos. Entonces ¿por qué habría que creer en sus supuestas buenas intenciones al impulsar junto al gobierno una "mesa de diálogo" destinada -también supuestamente- a poner término al problema de los derechos humanos?

Ningún aparente gesto conciliatorio puede ocultar el hecho irrefutable de que el sacerdote obrero Michael Woodward fue asesinado en la Esmeralda, su Esmeralda, señor almirante

Mauricio Buendía

En Valparaíso

 

 

 

RESPONSABLES DE TORTURAS DE LA ARMADA

Vicealmirante. Adolfo Walbaum Wieber, Cdte. I Zona Naval

Vicealmirante. Pablo Weber Munnich, Cdte. en Jefe de la Escuadra

Contraalmirante Hugo Cabezas Videla, Jefe E.M. de la Armada

Capitán de Navío (CN) Sergio Huidobro Justiniano, Cdte. Cuerpo Infantería de Marina (IM) C.N. Guillermo Aldoney Hansen, Jefe EM. I Zona Naval

C.N. Marcos Ortiz Guttmann, subjefe EM.Armada

C.N. Carlos Borrowman Sanhueza, director Escuela Naval Arturo Prat

C.N. Raúl López Silva, director Academia de Guerra Naval

C.N. Homero Salinas Núñez, director Escuela de Ingeniería Naval

C.N. Arnt Arentsen Pettersen director Escuela del Cuerpo de IM

C.N. Jorge Sabugo Silva, Cdte. Buque Escuela Esmeralda

C.N. Hernán Sepúlveda Gore, Cdte. Destacamento IM "Miller" de Viña del Mar

C.N. Cristián Sloraker Pozo, Jefe EM de la Escuadra

C.N. Oscar Horlscher, Director Hospital Naval Almirante Nef

Capitán de Fragata (CF) Jorge Davanzo Cintolesi, Director Escuela de

Armamentos

CF.Víctor Valverde Steinlen, director Escuela de Operaciones Navales

CF. Hernán Soto-Aguilar Cornejo, subdirector Escuela Cuerpo IM

CF. Jorge Valdés Romo, subdirector Escuela Naval Arturo Prat

CF. Patricio Villalobos, Cdte. Base Aeronaval de El Belloto

CF. Ernesto Huber Von Appen, Cdte.Aviación Naval

CF. Julio Vergara, Jefe Servicio de Inteligencia Naval, I Zona Naval

Cte. Santa Cruz IM, Cuartel Silva Palma, Valparaíso

Cap. Bunster, IM Fuerte Borgoño, Base Naval de Talcahuano,

Cap. Jaeger, IM Fuerte Borgoño, Base Naval de Talcahuano,

Cap. Koeller, IM Fuerte Borgoño, Base Naval de Talcahuano,

Cap. Acuña IM, Fuerte Borgoño, Base Naval de Talcahuano,

Tte. Federico Stigman Servicio Inteligencia Naval

Tte. Luna, IM Fuerte Borgoño, Base Naval de Talcahuano,

Tte. Tapia, IM Fuerte Borgoño, Base Naval de Talcahuano,

Tte. Maldonado, IM Fuerte Borgoño, Base Naval de Talcahuano,

Tte. Alarcón, IM Fuerte Borgoño, Base Naval de Talcahuano,

Tte. Letelier, IM Fuerte Borgoño, Base Naval de Talcahuano,

Tte. Boetsch, IM Fuerte Borgoño, Base Naval de Talcahuano,

Tte. Schuster, IM Fuerte Borgoño, Base Naval de Talcahuano,

Tte. Luis Rebolledo IM, Motonave Lebu

Tte. Guillermo Morera IM (r) Motonave Lebu

Tte. Rafael Yussef ( r) Motonave Lebu

Tte. Rodriguez IM, Buque Escuela Esmeralda

Tte. Juan Gonzalez IM, Campo de Concentración de Isla Riesco

Suboficial Aguayo IM, Campo de Concentración de Isla Riesco

Cabo Soto IM, Campo de Concentración de Isla Riesco

Cabo Bustos IM, Campo de Concentración de Isla Riesco


Querellas presentadas contra el General (r) Pinochet y otros

Fuente :fasic.org, 23 de Agosto 2002

Categoría : Prensa

La Ministra Corti declaró el sobreseimiento definitivo de Augusto Pinochet basada en la sentencia de la 2ª Sala Penal de la Corte Suprema que acogió la tesis de su estado de salud mental. La resolución recae en las siete querellas que ella investiga por secuestro calificado.

Querella por los delitos de genocidio por motivos de índole religioso, terrorismo de Estado, homicidio calificado, secuestro calificado, torturas, inhumación y exhumación ilegal perpetrado en la persona del Sacerdote Michael Woodward Iriberry. Valparaíso, 22-23 de Septiembre de 1973
La acción va dirigida también contra 16 funcionarios de la Armada, entre los cuales se puede mencionar a Adolfo Walbaum Wieber, comandante de la Iª Zona Naval de Valparaíso; Capitán de navío Sergio Huidobro Justiniano, Comandante del Cuerpo de Infantería; capitán de navío Jorge Sabugo Silva, Comandante del Buque Escuela Esmeralda; Capitán de Fragata Julio Vergara, Jefe del Servicio de Inteligencia Naval y Jorge Bosagna, sacerdote, Vicario general de la Diócesis de Valparaíso.

Querellante : Patricia Woodward Iriberry, domiciliada en Madrid, España.


Crónicas de un hombre bicentenario por Marcelo Sánchez

Fuente :lemondediplomatique.cl, 12 de Septimebre 2011

Categoría : Prensa

Desde el sitial de aquel que ha observado y sentido el paso del tiempo, de aquel que por las extrañezas de la vida se ha proyectado más allá de un tiempo sujeto, sosteniéndose en un tiempo llamado intenso, me he permitido poder observar los avatares de la vida desde la tribuna que otorga el ser protagonista y espectador del pasado y el ahora. Esos recuerdos afloran como espejismos en una mente frágil y cansada, el tiempo intenso no evita la rigurosidad de la vida, sólo distribuye nuestra finitud de forma más misericorde sobre esta cáscara material, siendo estirados aquellos trazos de experiencias, pero a pesar de todo están ahí develando nuestra existencia.

II

Aún recuerdo aquellos arduos días en los cuales de sol a sol y lluvia tras lluvia debía trabajar para las tierras de mi patrón Simón Riquelme de la Barrera y Goycochea, al tiempo terminé trabajando en la Hacienda Las Canteras al servicio de su nieto. Esas tierras de Chillán ese sur de recuerdos, en ella al igual que muchos campesinos convivíamos con el sufrimiento y el esfuerzo, pero las oportunidades de diversión entre tanta fiesta popular nos hacía olvidar nuestra posición en la escala social. En el esfuerzo diario siembra y cosecha, nunca nos importaron los problemas o desavenencias de los patrones, eso de juntas y reyes, de prisión y libertad y menos eso de peninsular y criollo, de español y americano, pa nosotros eran lo mismo, había que trabajar igual, uno iba donde el patrón le dijera, esa era la suerte del mestizo.

No entendí por eso lo que ocurrió ese día 18 de septiembre de 1810, no estaba dentro de nuestras preocupaciones. Convocatorias en las ciudades, con mi patrón Bernardo nos desplazamos desde el sur. En el palacio de la Real Audiencia mucha gente importante se reunió tempranamente al grito de ¡Junta queremos! ¡Junta queremos!. Para cerca de las tres de la tarde su solicitud era ya un hecho, pero teníamos junta y sin embargo el rey seguía siendo nuestra autoridad, le jurábamos fidelidad. Bueno, qué me sorprendía, los patrones eran complejos de entender, pero sus decisiones o mejor dicho indecisiones nos afectaban de forma radical. Siento que me levanté temprano como todos los días, pero en un momento me encontraba arando la tierra y en un abrir y cerrar de ojos me vi enrolado en el recién formado ejercito patriota, yo ni sabía si era patriota, si ni me preguntaron, pero la autoridad patronal no se objetaba, si el jefe iba, con él también íbamos sus campesinos, claro que como perraje no más, ni pensar en ser oficial, creo eso sí que uno que otro lo logró, como el bandido Neira, quien más adelante creo llegaría a ser oficial, pero lo fusilaron igual por ladrón dijeron.

Sin preparación alguna aprendí el uso del fusil y la bayoneta, fui testigo de tantas victorias y tantas derrotas. El enemigo eran los godos, esos realistas, pero entre criollos también habían diferencias, la irrupción de los hermanos Carreras, conflictos de poder con mi patrón Bernardo, alternancias en el mando militar. Uno acataba, iba de un lado a otro, la guerra no era nuestra, los intereses que la producían estaban ajenos a nuestras preocupaciones y necesidades, pero a pesar de ello peleábamos por una abstracción llamada libertad y por algo más confuso aún, creo no sólo pa nosotros, sino que pa todos, por algo que llamaban patria de Chile.

Vi las consecuencias de esas diferencias, el desastre de nuestras fuerzas en Rancagua, vi perder todo lo que dijeron que era nuestro, bueno de ellos entendiéndose por ellos mis patrones, pijes notables o aristocracia a la chilena. De manera forzada tuve que ir al destierro, partiendo con el resto de la tropa, en condiciones deplorables, derrotados, hambrientos. De hacienda en hacienda iniciamos el cruce de los andes, llegamos a Mendoza, en donde un tal San Martin y mi patrón, se abocaron a organizar un nuevo ejército que buscaría liberar Chile de los realistas; de los hermanos Carrera, yo no supe más hasta su muerte, por rebeldes y golpistas se decía.

En eso estuvimos algunos años, Mendoza parecía taller militar, pólvora, cañones soldados, me costaba ver alguna iñora, y es que a pesar que uno este peleando por la patria, tenía sus necesidades también, si por algo uno era hombre y bien hombre. Durante nuestra estadía forzada en Argentina se supo por ahí que algo me manejaba con el caballo, además como era hombre de tierra y ladino también me destacaba en el manejo del cuchillo, era experto y varios habían tenido la suerte de probarlo. Frente a mis habilidades no precisamente ilustradas, me enviaron con un grupo de avanzada a Chile, a preparar la llegada del ejercito libertador y organizar la resistencia, nos mandaba don Manuel Rodríguez, era vivo y más ladino que uno, con él crucé muchas veces la cordillera, por pasos antiguos y en ocasiones abriendo pasos nuevos. Nos transformamos en los más buscados del reino, nos perseguían los hombres del Gobernador Casimiro, hombre extraño aquel, muy refinando y cruel, había maltratado con mucha equidad, lastimó desde la elite hasta los paisanos más humildes. Esos actos provocaron un cambio, el sentimiento patriótico era distinto a cuando me fui, ahora todos querían ser libres del dominio español, ayudó mucho el gobernador en ese despertar patriota.

Cuando el ejército libertador cruzó por allá por 1817 la cordillera, nos unimos a sus fuerzas, peleé en Chacabuco y en Maipú, y fui testigo de ese abrazo grandilocuente entre los próceres, ahí estaba don Bernardo malherido, arriba de un caballo estrechando la mano de don José, me pareció extraño que sobre un campo de batalla lleno de muertos, heridos y sangre por doquier se gestara eso que llamaban Patria, hacía muchas exigencias el alcanzarlo, para ese tiempo no sabía que exigiría más el mantenerlo.

Era difícil gobernar parece en esos tiempos, a los chilenos de la elite les costó, dejaron a don Bernardo como más alta autoridad, pero la nueva forma de gobernar tuvo dificultades entre el desorden, la inexperiencia y los problemas económico. Se puso muy estricto mi patrón, en las chinganas le decían dictador. Yo por mi parte me quedé en el ejército, hacía tanto tiempo que no araba que ya se me había olvidado; era un soldado del Estado de Chile. La idea de patria ahora era más confusa ya que ahora se hablaba de la idea de Estado y la República, parece que cuando se quiere ser libre se lucha por la patria, pero cuando uno tenía control, ahí era Estado, bueno uno no entendía esas cosas, si hasta bandera con estrella teníamos, pa muchos a eso se reducía la patria y Estado, antes teníamos bandera con corona y ahora teníamos una de hartos colores y con estrella, creo que esta última representaba a los araucanos, y eso de la bandera reflejaba que éramos libres y no esclavos.

Costó esto del Estado y la República, hubo tras la salida forzada de don Bernardo, un período de conflictos, una guerra civil incluso, el poder era disputado de forma alternada por conservadores y pipiolos, cual aves de rapiña sobre su presa. Tales conflictos perduraron hasta que apareció Don Diego Portales, a él me parecía haberlo visto bailando zamacueca en algunas de las chinganas de la Chimba, no recuerdo muy bien pero creo que frecuentaba la del “Parral”, era bravo pal baile y estricto pa gobernar, decía constantemente que el orden fuerte y centralizado era la única forma pa que Chile saliese adelante, que la democracia debía esperar cuando hubiésemos sido moralizados en el espíritu cívico, no había votado nunca y debía seguir esperando. Ahí me di cuenta que a algunos les estaba destinado la labor mesiánica de la dirección del Estado, autoritaria fue el nombre que le pusieron al República que él estructuró, ahí se decía que con él había caído sobre nosotros el peso de la noche.

III

El despegue económico comenzó tarde, el ejército ya no me llamaba la atención, volví al campo, ahí en cierta forma muy pocas cosas habían cambiado. Me reencontraba con el mundo que había dejado al tomar la bandera de la independencia, me incorporé como gañan y después como inquilino, trabajaba día a día, pero cada vez costaba más sobrevivir. Decidí seguir el rumbo de muchos trabajadores del campo y partí a trabajar pal norte a las salitreras, si bien estaban en suelo boliviano, la mayoría de las empresas eran chilenas y se ofrecía atractivo pa las necesidades que uno tenía, a pesar de lo peligroso, se veía como buena paga.

No sé en qué momento el norte se transformó, desde el interior de sus quebradas emergieron pactos secretos y sentencias de remates y casi sin darme cuenta, nuevamente se declaró la guerra entre tres naciones. Las tropas chilenas ocuparon Antofagasta, de acuerdo a como lo entendíamos había que evitar la violación de los acuerdos comerciales. Se vejaba a nuestro Estado y tal acto no podía ser permitido. Se bloqueó el puerto de Iquique, y desde sus costas vimos aquel combate singular. Tras unas cuantas horas y una serie de embestidas con aquel espolón de muerte, vimos hundirse a esa vieja corbeta Esmeralda, con el cuerpo de su capitán inerte en la cubierta del Huáscar, luego de un fallido intento de poder abordar por la fuerza a aquel coloso de metal, un espectador que desde su lecho mortuorio vio desaparecer esa bandera tricolor, bajo aquel mar inclemente.

Frente a esas circunstancias cierto sentimiento patriótico me inundó y volví a ocupar quepis y fusil. Siguiendo el ejemplo de muchos mineros, nos enlistamos, y a punta de bayoneta y yagatanes, avanzamos a través del desierto, en un estado de catarsis, de sangre, miedo y patriotismo, llegamos a ocupar hasta la propia Lima; buen mando ejerció el Gral. Baquedano, aunque los excesos cometidos durante la ocupación no son un buen recuerdo en mi memoria. Ahí comenzaba a percatarme que los errores y violaciones del vencedor pueden ser perdonados por decretos oficiales que sentencian “comportamiento sujeto a derecho”.

Se ganó a dos naciones e incorporamos sus tierras, pero la guerra había sido por tratados y la propiedad de las salitreras, por eso me extrañó a igual que muchos que, estas pasaran de preferencia a manos y propiedad de ingleses. Muchos acuerdos se firmaron entre el nuevo sector financiero y empresarial chileno con aquellos extranjeros, y nosotros, que a punta de chupilca tomamos el morro, que avanzamos en el campo de la alianza, ni gracias nos dieron. El pelear por la libertad debiese ser un honor más que suficiente para cualquiera de sus miembros, esa era una nueva enseñanza que había aprendido, el Estado exige sacrificios, y el asumirlo te da honor y condecoraciones, y tuve hartas de esas en forma de medallas.

IV

Tras el fin de la guerra, los conflictos no tardaron en aparecer en la clase política; guerra civil y la muerte de un Presidente eran justificables con tal de no alterar el orden natural providencial de las cosas, parece que el Laissez Faire y los intereses ingleses bien valían una revolución.

Las necesidades me trasladaron en búsqueda de trabajo a la oficina de San Lorenzo en Iquique, ubicada en pleno desierto de Atacama. El trabajo era duro y extenuante y lo extraño es que pagaban en fichas, y estas debían ser cobradas en la pulpería del patrón al interior de la salitrera. No era libre de hacer con mi paga lo que se me antojase, antes ya se me había pagado en el campo en trozos de cuero, ¡pero en el campo!, ahora se me pagaba casi en especies. Yo era calichero, trabajo arduo, el sol trazaba grietas de miseria por mi rostro. Trabajamos más de lo correspondiente, mala paga y sin resguardo, pero a nadie sorprendía. Vivíamos en condiciones de miseria, siempre bajo la atenta mirada y “resguardo” de los vigilantes de la oficina. Comenzábamos al despuntar el alba y hasta esconderse el sol, la pampa y el sol eran el escenario de la explotación.

Frente a tantas injusticias comenzamos al calor del frío de la noche a organizarnos, compartíamos lecturas, a veces comentábamos como si hubiésemos leído a Proudhom o Marx, pero el conocimiento de oídas es milagroso frente a la ignorancia. De a poco, había mutualistas, anarquistas y socialistas. Decidimos paralizar la producción, al pasar los días se fueron sumando más compañías y trabajadores. Acordamos bajar al puerto de Iquique con familia y todo a entrevistarnos con la autoridad civil para que mediara en el conflicto, fue un largo recorrido por el desierto, en un viaje de dignificación. En el puerto fuimos recibidos por el intendente de la zona, tras dilatarse la solución se nos permitió quedarnos en la escuela Domingo Santa María. La forma de dialogar del intendente no fue de señores, fue con argumentos de fuego, nuestras esperanzas quedaron destrozadas entre arena y sal, nuestra dignidad dispersa entre charcos de sangre, pólvora e ignominia asesina. Así dialogaba el Estado en defensa de los ricos. Amparados tras metralla, el asesino de Iquique provocó una tragedia. Con dolor y sangre entendí que el Estado no aceptaba cuestionamientos, a él no se le increpa, la abstracción era ahora lisa y llanamente la idea del ciudadano con derechos, el Estado Policial era ya sin duda una realidad.

V

El golpe dolió, el Estado y su fuerza al servicio de los poderosos no escuchó, a nadie importó nuestras demandas, éramos de la poblada, el bajo pueblo sin moral. En mi fuero íntimo quedé destrozado, mis antiguos compañeros de armas, con los cuales había peleado codo a codo en el norte, sin cuestionar se habían transformado en sicarios del Estado. Pero a pesar de lo que esperaban los grandes y poderosos, aquellas atrocidades sirvieron para sensibilizar la opinión pública. Nuevas voces, algunas desde la iglesia de fuerte ascendencia sobre la elite, pedían un nuevo trato. Nosotros los obreros organizados sólo pedíamos atención y reconocimiento de nuestra existencia. De aquellas aspiraciones que repercutían como eco de justicia en el desierto, serán tomadas como bandera, por un león venido desde el norte, el cual, bajo un discurso social pretendió transformar la obscena realidad. Fue un avance, pero el inicio de las disputas entre aquel que no está dispuesto a perder lo conquistado y aquel que no está dispuesto a seguir siendo explotado.

Desde la trinchera de lo popular, desde mi condición de marginalidad, el recuerdo de matanzas, las eternas promesas de igualdad y libertad, fueron transformándose en una necesidad y obligación. Tras los sucesos del norte, estuve malherido por mucho tiempo, transitaba solo, amparado en el silencio de la noche, buscando la caridad del trabajador amigo. A pesar de lo cansado de mi cuerpo, apenas tuve fuerzas suficientes inicié un trayecto en dirección opuesta al campo de matanza, desde Iquique a Copiapó, la Serena, Pichidangui, Quilimarí, los Vilos, hasta llegar, luego de ardua travesía, a Valparaíso, tras la promesa de tranquilidad. Entre puertos y cerros construí un nuevo, bueno, puede sonar exagerado hablar de hogar, ya que no pasaba de ser un rancho común y corriente como tantos, pero uno se encariña con lo propio aunque no sea mucho. Desde aquel escenario improvisado por la vida, veré esperanzado el surgimiento de proyectos políticos que posicionaban su atención en nosotros, los excluidos. La pobreza había sido mi compañera con su fría presencia, el rigor de la vida y la tragedia eran lo cotidiano, a veces sólo sopa y pan podían paliar el hambre, pero agudizaban la desesperanza, sin embargo ahora se observaban en el viento porteño las banderas que enarbolaban las posibilidades de un futuro mejor.

Desde mi trabajo de estibador en el puerto, entre carga y descarga, a la sombra de las embarcaciones se fue fortaleciendo día tras día nuestra posición sindical. Asumimos como sindicato N°1 de Estibadores de la mano con los partidos de izquierda, la promesa de cambiarlo todo. Vimos llegar al gobierno a los Frentes Populares, y también observamos con nuevas angustias pasar de la existencia pública a la clandestinidad, producto de esa ley maldita, la excusa fue la huelga de Lota y Coronel, y muchos de nosotros seremos detenidos, acusados de una pseudo conspiración marxista, a todas luces un excusa de González Videla, ese camaleón en el poder. Muchos seremos enviados a Pisagua, una localidad entre Iquique y Arica, donde por un tiempo estuvo a cargo del centro de detención, el para entonces, capitán Pinochet.

VI

Tras algunos años, de privaciones, y derogaciones, la vuelta a la vida cívica estaba marcada de promesas y esperanzas. Al son de violetas y parras, de peñas y rasgueos se fue construyendo a lo la largo de la década una conciencia dispuesta a movilizar y alcanzar desde las calles su derecho a una vida digna, atrás quedaban los Alessandri, los González Videla, Ibáñez y Frei. Se cantaba en el ambiente el derecho a vivir en paz, los labradores elevaban sus plegarias, preguntaban por Puerto Montt, veían expectantes la reforma agraria, la chilenización del cobre. Las movilizaciones populares acompañadas por guitarras, brochas y pinceles preparaban murales de colores a la espera del momento, de esa revolución con sabor a empanadas y vino tinto. La llegada de don Chicho, el compañero presidente, generó tantas expectativas como odiosidades; alegría tanto como temor, esperanzas tanto como conspiraciones.

Aquel 4 de septiembre era la génesis de la transformación, en las plazas cantábamos el “himno de venceremos, venceremos, mil cadenas habrá que romper”, me reí ante el titular del Clarín “aunque derrochó millones la derecha es minoría, Allende Presidente, el pueblo arrasó en los reductos momios”, pero aquella que sentíamos como la oportunidad de reconocimiento y dignidad quedó sujeta a la encrucijada de sus propias contradicciones, a la polarización ideológica, a las paralizaciones promovidas desde Estados Unidos y la clase Empresarial, los atentados, asaltos a bancos y asesinatos. Se predecía el caos, más este no fue una verdad revelada, sino que fue promovida por intereses mezquinos, que se desplazaron promoviendo el desabastecimiento y la violencia política, ello nos hará despertar con el peor de los golpes, de aquel sueño con un inconsciente de libertad.

Duele recordar, desde la trinchera del enemigo cómo se nos llamó: los enemigos del Estado. Bajo aquella lógica, yo al igual que muchos quedamos sujetos al poder y la brutalidad de aquellos que, amparados en la oscuridad ejercían su fuerza como argumento de sumisión. La madrugada del martes 11 de septiembre vi desde el borde costero el regreso de la escuadra naval, que había zarpado el día anterior para participar de las operaciones uñitas. Estas desembarcaron y ocuparon rápidamente el puerto, los infantes de marina se habían apostado en posición de combate, controlando militarmente los puntos estratégicos de Valparaíso. Como pudimos, algunos que ya sospechábamos un golpe, nos desplazamos a las zonas altas, desde Cordillera a Playa Ancha. Desde una radio de transistores, logramos sintonizar la Radio Minería. Cerca de las 9 de la mañana escuchamos la primera proclama golpista, dando a conocer la formación y control de las principales plazas del país. Esa junta golpista aparecía liderada por el Gral. Pinochet, nunca entendí la excesiva confianza que se depositó en él, yo estuve en Pisagua cuando él fue director de ese centro de detención, pero para el presidente era el equilibrio y salvaguarda de este proyecto de gobierno.

Con tristeza escuché el último discurso de nuestro presidente por radio Magallanes, recuerdo esas palabras, retumban en mis oídos de forma penitente: “Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una sanción moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.”, para las 12 nos enteramos del bombardeo y cerca de las tres de la tarde, la muerte del presidente circulaba como una triste verdad que auguraba un periodo de tinieblas.

Algunos estuvimos dispuestos, a pesar del toque de queda, a defender este gobierno. Aquel día cerca del atardecer alcanzamos a resguardarnos y desde las partes altas de la calle Río frío en Playa Ancha, parapetados en las quebradas aliadas, resistíamos a los golpistas que avanzaban desde el sector del estadio Playa Ancha y del regimiento Maipo. Fue una quijotada, de la manera más vergonzosa nos dimos cuenta que nosotros el pueblo no teníamos la fuerza, la armas y aunque duela, las agallas para defender al gobierno popular. El miedo no es sólo de los cobardes, o quizás así lo quisimos creer cuando bajo una mirada tácita huimos en dispares direcciones tratando de salvar la vida, en una ilusión teñida de ignorancia.

La noche la pasé entre el temor y la vergüenza, no sabía lo que pasaba, la oscuridad de mi casa en Quebrada verde, su humildad y pobreza quizás podrían actuar como un escudo ante el nuevo régimen. La noche la pase en vela escuchando el retumbe de balas y movimientos de tropas, mi memoria repite aquellos sucesos una y otra vez, con una claridad que aborrezco, sangre, dolor y sufrimiento. Recuerdo hasta las dubitaciones de aquella noche, cuando pensaba en cómo se había formado mi conciencia política, desde esa marginalidad campesina a una militancia consciente y sin saber cómo entre reflexiones y miedos, mi estado de alerta cedió al cansancio de la derrota.

VII Aquella mañana del 12 de septiembre, fui despertado abruptamente por fuerzas de carabineros, a punta de culatazos fui obligado a esperar tendido boca abajo durante horas en espera de la unidad policial, fui maniatado y arrojado como peso muerto sobre un bus y obligado a mantener una posición de rodillas frente al asiento a lo largo de todo el trayecto, este viaje de ignominia iba acompañado de insultos y golpes de puños y pie. Fuimos llevados a la comisaría Nª 1 de Playa Ancha, luego de descender, fuimos obligados a transitar entre dos hileras de uniformados, recibiendo todo tipo de apremios físicos en lo que llamaban el “callejón oscuro” en una mezcla de juego infantil teñido de frialdad y sadismo militar. Nos mantuvieron incomunicados sin procesamiento formal, hacinados, con hambre y golpes. Desconozco cuanto tiempo estuve así detenido, pero sí recuerdo que fue el inicio de un peregrinar por una serie de centros de detención del puerto.

A los días fui trasladado al Molo, en donde esperaban cientos como yo, arrodillados con los brazos en alto unos, en el suelo o de pies separados y manos en la nuca de cara al muro otros. Esa era la posición del detenido, en espera de su travesía de muerte. Fui “embarcado” como carga de castigo en el Buque “Lebu,” que había sido cedido a la junta siniestra por la Compañía Sudamericana de Vapores, para luego ser “transbordado” al Buque Escuela Esmeralda en ese momento a cargo del Capitán Jorge Sabugo Silva. Aquella “Dama Blanca” será mancillada con sangre al actuar como un centro de Tortura flotante, por el cual transitaban de forma diligente, consistente, consiente y disciplinadamente un grupo especial de la Armada. Ahí fui sometido a todo tipo de vejaciones, los cuales tienen la particularidad que no discriminaban en sus atrocidades entre hombres y mujeres. Diariamente éramos llevados a secciones especiales del buque insigne, en los sitios reservados para los “socios”, como nos denominaban de manera irónica los torturadores.

En aquel centro divisé al padre Woodward, habíamos compartido de forma triste en el Lebu, pero él no sobrevivirá a la brutalidad. Desapareció a fines de septiembre, era constantemente sometido a golpes, hoy día se sabe que murió producto de esos apremios que reventaron sus órganos provocando su muerte. No recuerdo por cuantos centros de detención deambulé, ni de cuantos interrogatorios, palizas y aplicación de corrientes fui merecedor de recibir. De los que tengo memoria es de mi paso por la Academia de Guerra y Pisagua, el destino y el espacio se ensañaban por segunda vez, en aquel reducto de muerte. A pesar de todo lo sufrido, tuve mejor suerte que otros, y un día, así como fui secuestrado fui también abandonado medio muerto por una patrulla militar en el desierto. Costaba asumirlo, pero sentí en aquel momento que para ser una abstracción, el Estado torturaba de formas muy concretas, en conjunto asimilé de la peor manera, que el Estado permite lo que las clases oligarcas establecen, son las cuotas de libertad fijadas con antelación, ceder sin perder. Pero si en el juego de la política, aquella máxima se pone en riesgo, el Estado hará todo lo posible por doblegar cuerpo y alma, con tal de resguardar los intereses de unos pocos que, cubiertos tras el uniforme mancillado y asesino, incitaban a la muerte.

VIII

Tras mi libertad decretada por la fortuna, el trauma del secuestro y la tortura hizo eco en mi memoria emotiva y física. Con aquel recuerdo, la evasión de la realidad me transformó en un espectro en vida, conviví con la miseria y la ausencia sin conciencia. Se doblegaba mi espíritu solo con sentir la noche y el freno intempestivo de algún vehículo tras mi espalda, a veces puede ser complejo el rompecabezas del espíritu más que la reconstrucción de lo físico.

Vi con la entremezcla del temor del torturado y la expectación del que espera redimirse ante el fracaso y la derrota colectiva, cómo desde mediados del 80, comenzaron a gestarse y reclamar en las calles los estudiantes, las mujeres, obreros y Chile entero, los que al ritmo libertario de cacerolas y bocinazos exigían el fin de ese régimen siniestro.

Para sorpresa de todos, incluyéndome, para esa fecha como un escéptico atormentado, aquel plebiscito famoso dio por vencedor a la opción NO, y bajo la protección del arcoíris, se nos presentó la promesa nuevamente de un mundo mejor, de oportunidades y por sobre todo tolerante, plasmadas de forma original en ese coro multicolor: ¡chiiiile la alegría yaaa vieeeneee!¡porque pase lo que pase uno es libre de pensar! Esa sola estrofa era capaz de resumir lo que queríamos y sentíamos, el cambio del fusil por la ciudadanía, pero en aquel momento pensábamos que aquel Chile vendría con justicia y no como finalmente se instaló, con el olvido.

IX

A lo largo ya de estos últimos 20 años, cuando uno siente producto del tiempo flaquear el espíritu, he vuelto a mis espacios de origen, las tierras de Chillán, desde los prados y acompañado por la tranquilidad que da la soledad, desde mi retiro voluntario en la quietud del campo, he visto el paso del progreso, la transformación urbana, las promesas del desarrollo, las revoluciones tecnológicas. Pero también, al alero de aquel progreso he visto resurgir las mismas aspiraciones y demandas que ya me parecen de otredad, desde la cual mi cuerpo y sus cicatrices son fiel testigo. He sentido en el aire el dolor y la tristeza de generaciones, el clamor reivindicativo del pueblo mapuche, la demanda de sus tierras y la judicialización y politización del conflicto, he escuchado con fuerza los gritos estudiantiles por una mejor educación o desde su mediático sitial la incertidumbre de aquellos conocidos simplemente como los 33, que nos desnuda la fragilidad de nuestras legislación laboral, el incumplimiento de normativas y la transacción mercantil de la vida. Me parece estar, en este mismo momento, reviviendo mis propias experiencias del caliche y el salitre.

Entre tanta modernidad pregonada, reflexiono de lo dulce y agraz de este Chile, que como muchos, desde abajo he visto surgir y desde el anonimato infructuosamente intentado transformar. Desde mi cuerpo encorvado, mi mirada cansada, levanto los escombros de lo que en algún momento fue mi hogar. La tecnología y la modernidad a veces olvida la naturaleza, pero esta siempre se encarga de ser recordada, sin discriminación social remece a todos por igual. En ese espacio suspendido en el tiempo, resistiendo al presente del consumo, levanto lenta y cansinamente un ladrillo tras otro, frente a la experiencia que el tiempo “intenso” me ha otorgado, me doy cuenta que a diferencia de mi hogar que se ha desmoronado, éste mantiene sus cimientos. En cambio este Estado y Nación, todavía está en construcción de los suyos y mientras esto no ocurra, sólo será una Utopía la tan anhelada “Emancipación del Hombre”. Sólo queda, de la mano de la memoria de todo un pueblo seguir resistiendo “para que más temprano que tarde se abran las grandes alamedas para que transite el hombre libre”, y esto lo recojo desde el recuerdo de quien simplemente le ha tocado ser un “Hombre Bicentenario”.


Jueza inspeccionará buque escuela Esmeralda por muerte de cura Woodward

Fuente :elmostrado.cl, 11 de Diciembre 2007

Categoría : Prensa

La ministra Eliana Quezada, encargada de investigar la muerte del sacerdote chileno-británico Miguel Woodward, inspeccionará este miércoles, en una diligencia inédita, el buque escuela Esmeralda, según versa la resolución que dictó este martes por la tarde, confidenciaron a El Mostrador.cl fuentes allegadas al caso.

La diligencia de inspección ocular, se indicó, buscará fijar el lugar donde habría estado detenido el religioso en 1973, como eventualmente interrogar también en el supuesto sitio del suceso a algunos testigos de los hechos y posibles inculpados.

Está acreditado en el expediente que lleva esta magistrada que el religioso estuvo detenido en el Esmeralda, ya que fue la propia marina que entregó en marzo de 2006 la bitácora de este barco a la justicia, correspondiente a 1973, donde aparece como ingresado a la nave.

De acuerdo a la información recabada por este diario, la jueza tendría acreditado que Woodward fue torturado y supuestamente subido al buque en muy mal estado de salud, donde habría recibido atención médica, luego de estar detenido en el cerro Placeres de Valparaíso. Finalmente, habría sido trasladado al hospital naval de Viña del Mar, donde habría muerto.

En los testimonios que logró recoger la Comisión de Verdad y Reconciliación (Rettig), hubo oficiales como Guillermo Aldoney y Carlos Fanta que confirmaron estos últimos hechos.

También quedó acreditado que el cuerpo del sacerdote fue enterrado en el cementerio de Playa Ancha por agentes de la Armada, en una fosa común.

Según una publicación del diario La Nación, la inhumación habría sido confirmada en la causa por Bogarett Cepeda Pinto, un ex empleado de la funeraria de la institución, como también los sepultureros del lugar, que reconocieron que los marinos llegaron con el cadáver envuelto para realizar el entierro.

Según el informe Rettig, "ha quedado acreditado que fue detenido por una patrulla naval en el cerro Los Placeres el 16 de septiembre de 1973 y que en su lugar de reclusión fue torturado. Un médico de la Armada intentó darle atención de urgencia en el molo de abrigo, recinto custodiado por la Armada en que se hallaban atracados el buque escuela Esmeralda y el carguero Lebu. Desde allí fue llevado al hospital naval donde falleció a causa de un 'paro cardiorrespiratorio', producto del lamentable estado físico en que se encontraba".

La querella que inició este caso la interpuso el 30 de enero de 2002 Patricia Woodward, hermana del religioso, y fue dirigida en contra de los oficiales en retiro vicealmirante Adolfo Walbaum, contralmirante Hugo Cabezas Videla, los capitanes de navío Sergio Huidobro Justiniano, Arnt Arentsen Pettersen, Jorge Sabugo Silva, Guillermo Aldoney Hansen (llegó a integrar el cuerpo de almirantes) y los capitanes de fragata Keneth Gleiser Jo (médico que integró el cuerpo de almirantes en 2001 como director de Sanidad Naval) y Julio Vergara.

Se sumaron también los tenientes de Infantería de Marina Rafael Yussef Sotomayor, Guillermo Morera, Luis Rebolledo, Roberto Camus, y otros de apellidos Middleton, Rodríguez y Luna.


Reabren caso Woodward

Fuente :australosorno.cl, 27 de Febrero 2005

Categoría : Prensa

Por unanimidad la Corte de Apelaciones de Valparaíso ordenó reabrir la causa que investiga la muerte del sacerdote chileno-británico Miguel Woodward, la que se habría producido tras las torturas que habría recuibido antes de ser trasladado al buque escuela Esmeralda, pocos días después del 11 de septiembre de 1973.

De este modo, se revocó el sobreseimiento definitivo que en noviembre del año pasado había dictado, en primera instancia, la ministra en visita Gabriela Corti. Esta, habría considerado que los delitos que fundamentan la querella interpeuesta por la familia de Woodward se encontraban prescritos.

Sin embargo, según la resolución del tribunal, el motivo por el cual se debía reabrir el caso era que las diligencias aún no se encontraban agotadas, "lo que impide, en estas circunstancias, dictar resoluciones conclusivas".

Con esto, se le ordena a la jueza realizar diversas diligencias que han sido mantenidas en reserva, ya que, como dice la resolución, retorna "al estado de sumario, disponiendo su reserva hasta que se efectúen las diligencias que se ordena realizar y que en sobre cerrado se remiten".

 

LA QUERELLA

 

El 30 de enero de 2002, Patricia Woodward- hermana del sacerdote- presentó una querella en contra de los oficiales en retiro vicealmirante Adolfo Walbaum; contralmirante Hugo Cabezas; los capitanes de navío, Sergio Huidobro, Arnt Arentsen, Jorge Sabugo Silva y Guillermo Aldoney, y los capitanes de fragata Keneth Gleiser y Julio Vergara, entre otros.

La familia Woodward, luego que la magistrada aplicara la prescripción al delito de secuestro, la acusaron de prevaricación por considerar que obvió la legislación internacional sobre derechos humanos, según la cual, los delitos de lesa humanidad no se pueden amnistiar, ni tampoco prescriben. Esto, ya que según los abogados querellantes, el caso se trataría de un secuestro permanente, delito que según los tratados internacionales y la doctrina de la justicia chilena, no se extingue. Además de las diligencias, los abogados solicitaron careos y una reconstrucción de los hechos a bordo de la Esmeralda.