Fuentes Morrison Cristian Roberto

Rut:

Cargos:

Grado : Comandante

Rama : Fuerza Aérea

Organismos : Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea (SIFA)

Año Fallecimiento : 1989


Todos los rostros de “El Wally”

Fuente :CasosVicaria.cl

Categoría : Prensa

Desde el comienzo, Roberto Fuentes Morrison destacó por su elevado porte, su personalidad extravagante y su dureza. Llegó a ser el jefe de los grupos operativos del Comando Conjunto. En el papel figura como un civil con una historia previa de deportista y bombero abnegado. Sin embargo, desde su propio seno revelan que operaba como agente secreto para la Fuerza Aérea desde antes del golpe militar y que en esa labor, incluso, podría haber infiltrado a Patria y Libertad. Especialista en “convencer” a sus adversarios, tuvo un papel desconocido pero relevante en la CNI, que le habría valido su condena a muerte por parte del FPMR Autónomo. Las dudas sobre la verdadera motivación detrás de su crimen y los pasajes escondidos de su vida, dan para una novela. En “El Wally” se inspiró uno de los personajes del octavo capítulo de la segunda temporada de Los archivos del cardenal.
Por Javier Rebolledo

“Había detectado que lo estaban siguiendo. No dejaba que nadie se subiera junto a él a su camioneta blindada. Le decía a sus amigos que creía que lo iban a emboscar”, señala una fuente ligada a tribunales, respecto de lo que creía en 1989 Roberto Fuentes Morrison, “El Wally”.

Hacia el fin de la dictadura, Fuentes Morrison era temido y despreciado por sus adversarios.

Desde su debut en la represión, recién ocurrido el golpe militar, había tenido una posición privilegiada en los grupos operativos del Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea (SIFA). Luego, siguió operando en el Comando Conjunto, el aparato represor que sostuvo una silenciosa guerra con la DINA. Con una altura superior al metro noventa, rubio y de aspecto anglosajón, rompía los moldes de comportamiento del represor normal: podía ser un duro torturador para enseguida convertirse en un tipo cercano, casi cómplice. Quizás por este estilo logró convencer a militantes comunistas como René Basoa y Miguel Estay Reyno, “El Fanta”, de cambiar de bando.

“Se había transformado en un objetivo central a eliminar, ya que luego de los ‘70 y su rol de jefe operativo en el Comando Conjunto, continuó en la represión al Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Nos estaba siguiendo los pasos”, recuerda “Pamela”, una ex frentista, quien accedió a dar su testimonio a cambio de la reserva de su identidad.

El hermano menor de “El Wally”, Luis Fuentes Morrison, no cree esa versión. Ambos eran muy unidos. “Él me había dicho de forma clara y analítica: ‘El Partido Comunista primero me va a pasear por tribunales, declarando en cuanta causa exista. Cuando no les quede nada por sacarme, ahí intentarán asesinarme, y ahí me voy a preocupar. Antes no’. Según su hermano, hubo una motivación más oscura en su muerte: silenciarlo para que no revelara ante la justicia la responsabilidad del Ejército en la muerte del dirigente sindical Tucapel Jiménez, asesinado en febrero de 1982. “Desde el Ejército le estaban haciendo la guerra”, cuenta Luis Fuentes, quien en una extensa entrevista plantea que detrás del crimen de su hermano está la huella de la institución comandada por Pinochet.

“Pamela” recuerda en detalle el atentado, efectuado por el FPMR Autónomo, nueve meses después del triunfo del No en el plebiscito de 1988. Fue en calle Lo Plaza (hoy Alcalde Jorge Monckeberg), a una cuadra de la intersección con Irarrázabal, en Ñuñoa. Cerca de las nueve de la mañana del 9 de junio de 1989, como era su costumbre “El Wally” caminó hacia un estacionamiento, próximo a su departamento ubicado en un primer piso. “Luego de condenarlo a muerte, durante más de un mes se siguió su recorrido, marcando los horarios y fotografiándolo. Como era civil, tenía un circuito más sencillo que los militares. Afuera de su departamento, estaba el encargado de verlo y activar la acción. En el estacionamiento, siete hombres en la línea de fuego, tres adelante y cuatro atrás. Arriba, en el segundo piso de su edificio y a la espera de su salida, dos hombres más. En la calle, dos automóviles esperando”.

John Wayne
Inmediatamente después del golpe militar, el SIFA comenzó a operar en las dependencias de la Academia de Guerra Aérea (AGA), en Las Condes, a cargo oficialmente de la Fiscalía de Aviación, dependiente del coronel Horacio Oteíza López. Hasta antes del golpe, el lugar tuvo por objeto el perfeccionamiento de los aviadores. Inmediatamente después, los subterráneos y el segundo piso comenzaron a llenarse de detenidos. Primero aviadores “constitucionalistas” como el general Alberto Bachelet y luego integrantes del MIR. Encargado de los grupos operativos, el comandante Edgar Ceballos Jones.

Los prisioneros permanecían de pie durante varios días, con pizarras en sus cuellos que indicaban su régimen específico. “Sin comida ni agua durante 48 horas” o “de pie hasta nueva orden”, enunciaban las pizarras.

Muchos quedaron con el recuerdo grabado de Ceballos, conocido como “Inspector Cabezas”, el también comandante Ramón Cáceres Jorquera y junto con ellos, un civil apodado “El Wally”, conocido más tarde como Roberto Fuentes Morrison.

“‘El Wally’ se relacionaba de igual a igual con los militares. Los llamaba por el apellido”, recuerda Carmen Gloria Díaz, detenida desde su casa en La Reina el 14 de diciembre de 1974. Cuando los agentes liderados por “El Wally” y Ceballos la secuestraron, ella les dijo que la DINA había detenido a su madre y que Osvaldo “El Guatón” Romo y Basclay Zapata, entre otros agentes, habían montado una ratonera ahí. Ya en el auto y rumbo al AGA, “El Wally” le dijo: “Sí sé, llevo varios días pasando por afuera de tu casa, disfrazado, vendiendo conejos con un carretón”.

Durante gran parte de su estadía, Carmen Gloria estuvo incomunicada en el segundo piso de la AGA. Recuerda que “El Wally” era brutal. “En medio de la electricidad, le decía a otro que yo debía ser como tonta para el ‘pico’. Vejaciones de ese tipo, muchas. Después, en los intermedios, me ofrecía Coca Cola”.

El ex militante del MIR Ricardo Parvex llegó detenido a la AGA luego de caer junto a su mujer embarazada, Cecilia Olmos. Cuenta que Ceballos Jones y “El Wally” detenían, interrogaban y torturaban en conjunto, pero que, sin embargo, eran distintos. “Ceballos era un funcionario con una tarea que la iba a cumplir a cabalidad, con elementos ideológicos también, pero si te pegaba no unía la voz, tomaba el resguardo. ‘El Wally’ no tenía ese cuidado. Yo te diría que tenía una cierta euforia, con una actitud de sobre excitación y convencimiento antimarxista. Para él esto parecía un incentivo permanente”.

La pareja fue detenida el 14 de noviembre de 1974. Un equipo del SIFA allanó la parcela de La Reina donde se encontraban. Parvex estaba sentado en el living de la casa. “El Wally” entró encabezando el grupo, a cara descubierta. “Dio dos tiros al aire. Tenía un tremendo vozarrón. Era un tipo que difícilmente podías olvidar. Pelo rubio, alto, metro noventa, ojos claros. Tipo John Wayne, con una actitud de pistolero, de cowboy, con órdenes terminantes, sin nervios, sardónico”.

–¿Quién es Parvex?
–Yo soy.
–Sí sé que eres tú. Te tengo ubicado desde hace tiempo.

Días después, Parvex había sido torturado en numerosas ocasiones. Su esposa, Cecilia Olmos, también. Cerca de las dos de la madrugada llegó a su lado un compungido “Wally”. Le traía una mala noticia.

–Tú mujer perdió la guagua.

Parvex lo quedó mirando.

Entonces, “El Wally” le relató los hechos:
–La llevé al Hospital de la FACH y estos desgraciados me la rechazaron. Tuve que dejarla en el Hospital de Carabineros. Ahora está bien -le dijo en tono amistoso, antes de proseguir con precaución- Te lo cuento para que cuando se dé vuelta la tortilla, si es que pasa, ustedes tengan este mismo tipo de consideraciones con nosotros.

Pasados más de cuarenta años, Parvex aún recuerda esas palabras de manera textual. “Para mí era terrible, desconcertante, una locura, porque no era posible saber cómo tratar con él”.

Según Parvex, desde el principio los agentes del SIFA se encargaron de marcar su diferencia con la DINA: “Ceballos me dijo de entrada: ‘A nosotros no se nos mueren los detenidos’. Era parte de su presentación”.

Luego de crueles sesiones de tortura, efectivamente la mayoría de los detenidos en la AGA fue liberada o expatriada. Durante el período que operó ahí, el SIFA registró dos detenidos desaparecidos y tres ejecutados.

Carmen Gloria Díaz, detenida al mismo tiempo que Parvex en el segundo piso de la AGA, oía los gritos de Cecilia Olmos, en medio de las sesiones de tortura practicadas por los agentes que trabajaban con “El Wally”. “En un momento escuché que ella gritaba enojada que la dejaran ir al baño. Era porque tenía una hemorragia, producto de las torturas”, recuerda.

Luego, cuando Carmen Gloria fue liberada, “El Wally” la llevó personalmente en un vehículo hasta la casa de su pareja. Era un mensaje claro. “Con un tono cómplice, antes de dejarme ahí, me dijo ‘que lo dejara’ que era ‘un picante’ y que yo era mucho más que él. Yo efectivamente venía de una familia de mejor posición que mi pareja”, recuerda Carmen Gloria, quien declararía judicialmente haber sido violada en el AGA.

El agente secreto
En uno de los pocos registros formales de su existencia, en 1985 “El Wally” concurrió a declarar ante el ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago, Carlos Cerda, quien en medio de las protestas, la feroz represión de la Central Nacional de Informaciones (CNI) y el poder en las sombras del ex director de la disuelta DINA, Manuel Contreras, investigaba la desaparición de 11 militantes del Partido Comunista y dos miristas, ocurrida durante 1976 y conocida como “El caso de los 13”.

En ese tenso período, “El Wally” señaló que se había vinculado a la Fuerza Aérea tangencialmente durante los años ‘50, mientras integraba el Cuerpo de Socorro Andino, ya que “entre ambas instituciones existe una estrecha vinculación, la que se hace patente cuando ocurren catástrofes”, declaró.

Según Luis Fuentes, su hermano, “El Wally” era aficionado al montañismo. Afirma que desde muy joven comenzó a ascender cumbres junto al célebre montañista Claudio Lucero, quien en 1992 conquistaría la cumbre del Everest junto al equipo de Rodrigo Jordán. “Los dos [Lucero y ‘El Wally’] trabajaron en muchas cosas esporádicas para financiarse sus expediciones, una de ellas el cruce de los Campos de Hielo Sur. Eran fanáticos”, señala.

Fuentes Morrison y su familia venían de Chillán. Su padre fue contrabajista de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Chile y su madre dueña de casa, con una tendencia política “en ningún caso marxista, mucho más cercana al radicalismo que al Partido Nacional”, señala Luis Fuentes.

Había nacido en 1938, como el segundo de tres hermanos. Probablemente heredó el tamaño y aspecto de su madre, nacida en Inglaterra y llegada a Chile siendo una niña.

La familia completa vivió luego en el centro de Santiago, en calle Cuevas, entre Santa Elvira y Victoria. Ahí, según recuerda Luis Fuentes, su hermano hizo sus primeros amigos. “Con 15 años ingresó a la Séptima compañía de Bomberos, ubicada en la Plaza Almagro. Se hizo conocido como ‘El Loco Fuentes’, porque era un hombre completamente arriesgado. Hasta antes del golpe, participó activamente del montañismo y su trabajo de bombero. Luego de eso dejó todo para dedicarse a la inteligencia”.

Su verdadera fecha de ingreso a la inteligencia de la FACH es un misterio hasta hoy. Él narró a la justicia que durante los ‘70, trabajando como vendedor de pesticidas en el sur para el laboratorio Ciba Geigy, comenzó a espiar para la FACH. “Me llamaba la atención la enorme cantidad de extranjeros violentistas infiltrados en los distintos servicios del agro y como yo tenía contactos (…) con oficiales de la FACH, les comentaba tan anómala situación”, declaró por el “caso de los 13” ante el ministro Cerda.

Según él, inmediatamente después del golpe militar, aún en 1973, emigró a Santiago para hacerse cargo de la seguridad personal del entonces ministro de Agricultura, el retirado coronel de Aviación Sergio Crespo, por invitación de un amigo, sobrino del ministro. Luego de eso, señala, pasó a la AGA, para sumarse al SIFA.

Sin embargo, no fue capaz de explicar por qué su Hoja de Vida Institucional señala que su ingreso formal a la FACH fue recién en 1976, año en que aparece llamado al servicio activo debido a su calidad de “oficial de reserva”.

“En esa ocasión mi hermano no contó todo a la justicia por la reserva que imponía su trabajo. Pero en realidad había sido incorporado a la FACH bastante tiempo antes del golpe, como agente secreto, razón por la que no figuraba en los registros de esa institución”, señala Luis Fuentes.

En su declaración ante el ministro Cerda, “El Wally” reconoció que estando ya en la AGA fue el encargado de enrolar a miembros del movimiento ultraderechista Patria y Libertad para la inteligencia de la FACH, quienes pasaron a trabajar con él. También dijo que se había vinculado a esa colectividad durante la Unidad Popular. “Eso es cierto, pero mi impresión es que la FACH, como agente le pudo haber ordenado infiltrar ese grupo”, señala Luis Fuentes.

Llama la atención que tanto César Luis “Fifo” Palma Ramírez como Andrés Potin Lailhacar, ambos reclutados por “El Wally” después del golpe, habían sido procesados junto a un amplio grupo de militantes de Patria y Libertad por el crimen del edecán del Presidente Salvador Allende, Arturo Araya Peeters, ocurrido el 27 de julio de 1973. En 1981 todos los involucrados en el crimen fueron indultados por Augusto Pinochet, por “Servicios prestados a la patria”.

En 1986 el ministro Cerda lo procesó junto a 38 agentes más, incluido el entonces ex integrante de la Junta Militar Gustavo Leigh, por el “caso de los 13”, pero la Corte Suprema resolvió desautorizar al magistrado y nombrar a otro juez, quien aplicó la Ley de Amnistía de 1978.

Recién en 2007 se estableció que “los 13” no habían sido víctimas de “El Wally” ni del Comando Conjunto, sino que de la DINA. Habían sido eliminados en 1976 por la Brigada Lautaro en el cuartel de exterminio de Simón Bolívar.

Eran años confusos en que Manuel Contreras y la resistencia a su poder, integrada por “El Wally” desde la FACH, se peleaban el control de la represión.

El ascenso en el Comando Conjunto
Desarticulado el MIR, en 1975 el SIFA aguzó la puntería contra el Partido Comunista, hasta entonces intacto. En marzo de ese año surgieron las primeras informaciones al interior de la colectividad, en cuanto a que uno de sus militantes, Carol Flores Castillo, estaba trabajando para la FACH. Junto con conocer a parte importante de la militancia clandestina, Flores estaba al tanto de los intentos por tomar contacto con personal militar para obtener información sobre lo que sucedía en los campos de detenidos.

“Hay algunas detenciones en el aparato militar de la zona Sur y de la zona Norte. En esa búsqueda encuentran unos planos de la Base Aérea de El Bosque. Eso llevó al SIFA a centrarse ahí”, señala la periodista Nancy Guzmán, autora del libro Romo. Confesiones de un torturador y quien ha investigado al Comando Conjunto.

Cerca del mes de mayo de 1975, el coronel Ceballos instaló una pequeña oficina de operaciones en el centro de Santiago, conocida secretamente como el Hangar Amunátegui, donde comenzó a elaborar aceleradamente los perfiles de los miembros del Partido Comunista con la ayuda de Carol Flores, además de información obtenida bajo tortura de militantes detenidos en la AGA.

Ese año marcó el inicio de las operaciones del grupo conocido como Comando Conjunto, que integraron también efectivos del Ejército, la Armada y Carabineros, pero que siempre lideró la Fuerza Aérea, y cuya historia fue contada en detalle en el libro Los secretos del comando conjunto (1991) de la periodista Mónica González y el abogado Héctor Contreras. El comandante en jefe de la FACH e integrante de la junta militar, Gustavo Leigh, estaba decidido a contrapesar el poder que crecía en manos de Augusto Pinochet. Desde dentro del Ejército, Leigh sumaba el apoyo del director de la Dirección de Inteligencia (DINE), el general Odlanier Mena, “quien consideraba que Manuel Contreras, un recién ascendido coronel perteneciente a la rama de ingeniería, no estaba calificado para ejercer el cargo de director de la DINA, porque alteraba la férrea jerarquía de las Fuerzas Armadas, donde una dirección sólo puede estar en manos de un general”, señala Nancy Guzmán.

Como primer paso en esta pugna, Leigh transformó la SIFA en Dirección de Inteligencia de la Fuerza Aérea (DIFA), dándole mayor estatus. A la cabeza nombró al general Enrique Ruiz Bunger. La estructura del servicio que había operado en la AGA, con Edgar Ceballos a cargo de las labores operativas y con “El Wally” bajo él, quedó intacta.

Operativamente los aviadores dejaron la AGA, y se trasladaron al edificio donde funcionaba la coordinación en inteligencia entre las Fuerzas Armadas y Carabineros. La llamada Comunidad de Inteligencia del Estado Mayor de la Defensa Nacional tenía su edificio en la calle Juan Antonio Ríos número 6, conocido en la jerga como “JAR 6”.

A partir de ahí comienzan los primeros operativos del Comando Conjunto, que ejecutó detenciones, torturas y desapariciones con el trabajo integrado de la DINE, la Dirección de Inteligencia de Carabineros, el Servicio de Inteligencia de la Armada y la DIFA, junto a los civiles de Patria y Libertad, reclutados por “El Wally” tiempo antes.

Precisar su inicio es imposible, ya que el Comando Conjunto existió en la práctica, pero sin un decreto ni un reconocimiento oficial. Sólo es posible establecer que comenzó a operar a comienzos del segundo semestre de 1975.

Desde el comienzo, la pugna con la DINA se hizo evidente en las calles, ya que se peleaban los operativos y mutuamente se atribuían crímenes.

Este fue el contexto en el que calzaría años después una pieza aportada por el ex agente de la DINA Jorgelino Vergara, conocido como “El Mocito”. Rompiendo el espeso manto de silencio de ese organismo represor, en 2006 Vergara relató a la justicia que a fines de 1975 o principios de 1976, la casa del coronel Manuel Contreras sufrió un atentado nocturno con metralletas. En su declaración identificó a los agresores “como integrantes del Partido Comunista”.

Pasados los años, el hermano de “El Wally”, Luis Fuentes, revela lo que este le comentó en un momento: “Ese atentado fue realizado por el Comando Conjunto. Porque estaba desapareciendo gente y la DINA se la estaba atribuyendo a ellos, lo que era falso. Fue un llamado de atención a Contreras respecto de que la cosa no era como la quería manejar él”.

El protector
En medio de la represión al Partido Comunista, objetivo central del Comando Conjunto, la mano dura de “El Wally” comenzó a hacerse notar, marcando una diferencia con el SIFA, que se ufanaba de recurrir a menos desapariciones y asesinatos en comparación con la DINA. “Si bien las causas judiciales son por un número reducido de víctimas del Comando Conjunto, en la realidad se trata de más de una treintena. Detrás de prácticamente de todas las acciones estuvo ‘El Wally’”, señala la periodista Nancy Guzmán.

Recién iniciadas las labores del Comando, Edgar Ceballos fue destinado a China. En su lugar, a cargo de los grupos operativos quedó Fuentes Morrison, quien acentuó su capacidad de convencimiento sobre sus adversarios ideológicos. En diciembre de 1975 fue detenido el jefe de inteligencia del PC, René Basoa. Gracias a la información privilegiada que manejaba, entregó a gran cantidad de militantes, quienes actualmente figuran como detenidos desaparecidos. “El Wally” lo reclutó como agente del Comando Conjunto.

Lo mismo hizo con el inmediatamente inferior jerárquico de Basoa dentro de inteligencia del PC, Miguel Estay Reyno, “El Fanta”, detenido el 23 de diciembre de 1975 por el grupo de Fuentes Morrison.

Luego de ser torturado, “El Fanta” fue liberado en abril de 1976. “El Wally” lo llevó personalmente hasta la casa de su madre. Luego comenzaron las visitas periódicas. “Se presentó como ‘señor Fuentes’. Me pregunta cómo estoy y me explica que debo tener cuidado por la información que había proporcionado durante mi detención”, declaró “El Fanta” el 9 de septiembre de 1985 al ministro Carlos Cerda en el marco del “El caso de los 13”.

Luego de su contacto con “El Wally”, ese mismo ’76, “El Fanta” pasó a transformarse en antimarxista e integrante fundamental del Comando Conjunto.

El golpe para el PC fue demoledor. “El Fanta” y Basoa habían sido célebres militantes de las Juventudes Comunistas. Manuel Guerrero Cevallos, ex compañero del primero, torturado por el Comando y luego liberado en 1976, fue quien lo desenmascaró ese mismo año como parte del equipo interrogador.

Años más tarde, el 28 de marzo de 1985, ya como agente integrado a Carabineros a través de la Dicomcar, “El Fanta” participó del degollamiento de Guerrero Cevallos, José Manuel Parada y Santiago Nattino, todos ex compañeros en el PC.

En 1995 “El Fanta” fue descubierto en Paraguay, expatriado y condenado a cadena perpetua. Desde la cárcel de Punta Peuco, en 2007 dio una entrevista a Ciper donde recordó que durante su trabajo como agente del Comando Conjunto, “El Wally” fue una persona que lo hizo sentir protegido. “Había elementos de su personalidad que me resultaron atractivos. Tenía gran capacidad de hacer amigos y me dio mucha confianza”, señaló. Incluso le dedicó un capítulo de su libro autobiográfico que denominó “La muerte de un duro”.

Tuvieron una larga amistad. Según Luis Fuentes, hasta los días finales de su hermano, “El Fanta” fue su amigo personal. “Entiendo que, incluso, fue padrino de uno de sus hijos”, cuenta.

El buen amigo
¿Cómo hacía “El Wally” para generar vínculos transversales? “Era un gran tipo, uno de los pocos leales que había en este mundo”, relató el 2 de agosto de 1996 el agente del Comando Conjunto Otto Trujillo en entrevista con la periodista Nancy Guzmán.

Con un historial de agente desde la Unidad Popular, Trujillo fue reclutado en la SIFA por “El Wally” luego del golpe. En 1976, ya en el Comando Conjunto y con la competencia dura entre ese servicio y la DINA, junto al soldado Guillermo Bratti y al ex integrante del PC y transformado también en agente, Carol Flores, comenzaron a entregar información a la DINA con el objetivo de congraciarse con ese organismo y pasar a formar parte de él.

En vez de enrolarlos en la DINA, Manuel Contreras ocupó la información para acusar al Comando Conjunto ante Pinochet de obstruir su acción. Como consecuencia de ello, los directores de los servicios de inteligencia de las distintas ramas debieron firmar un decreto que le otorgaba supremacía a la DINA.

Alertados, “El Wally” y el Comando Conjunto descubrieron a los tres soplones. Flores y Bratti fueron asesinados en el cajón del Maipo y luego lanzados al río.

El agente Andrés Valenzuela, “Papudo”, quien dio a conocer este episodio y también la existencia del Comando Conjunto a través de una entrevista publicada en 1984 en revista Cauce, relató que cuando se supo de la traición de ambos “‘El Wally’ le pasó a ‘Chirola’ y ‘Lalo’ los cuchillos corvos y les dio una semana de plazo para eliminar a Bratti”. Días después Valenzuela vio a “El Wally” y al “Fifo” Palma, entre otros, como los integrantes de la caravana que se llevó a Bratti desde el cuartel “La Firma”, donde se le perdió la pista.

Según “Papudo”, Carol Flores fue eliminado de la misma forma y en el mismo lugar. Solo Trujillo libró con vida. “Él corrió riesgos por mí, cuando no era fácil hacerlo”, dice Trujillo sobre Fuentes Morrison, a quien cataloga como el hombre que lo salvó de ser asesinado.

Consultado para este artículo, el propio “Papudo” calificó a “El Wally” como “un buen jefe, preocupado de sus subalternos, sin quitarle su responsabilidad como un agente que participó de torturas”.

El círculo completo
A diferencia de la DINA, el Comando Conjunto se caracterizó por no mantener a sus detenidos durante demasiado tiempo en un mismo lugar, para así evitar que les siguieran el rastro. De ahí que sus integrantes habilitaran regularmente nuevos centros de detención que utilizaban durante un tiempo y que luego desechaban. Comenzó sus operaciones en un Hangar ubicado en el Aeródromo de Cerrillos conocido como “Hangar Cerrillos”, para continuar con “Nido 18”, “Nido 20”, “Remo Cero” o “La Prevención” ubicado al interior del regimiento de Artillería Antiaérea de Colina. A principios de 1976 se asentaron en el cuartel “La Firma”, ubicado en calle Dieciocho 225-229, donde antes había funcionado el diario El Clarín.

En sus declaraciones, “Papudo” narró algunas de las atrocidades ocurridas en varios de los centros, todos ellos operativos entre 1975 y 1976. Según su testimonio, en el Hangar Cerrillos, los agentes de la DINE destinados en el Comando Conjunto, con Álvaro Corbalán a la cabeza, mataron a un detenido luego de aplicarle corriente directa desde un enchufe. Al día siguiente fueron a buscar el cadáver “por lo que ya estaba rígido y les costó mucho meterlo en el portamaletas, por lo que en un momento pidieron un serrucho para cortarle las piernas”, señaló.

Recordó que otro detenido fue asesinado ahí a golpes por los integrantes de Patria y Libertad, enrolados por Fuentes Morrison. También, que en otra ocasión “El Wally” llegó hasta el cuartel de Colina con una lista. En el listado fatídico estaban Ricardo Weibel Navarrete, Ignacio González Espinoza, Miguel Rodríguez Gallardo y Nicomedes Toro Bravo, entre otros. “‘Wally’ me ordenó junto a otros guardias echar en la camioneta chuzos, palas, unas tres o cuatro metralletas AKA y varios litros de combustible”.

Bajo las órdenes de “El Wally”, “Papudo” realizó todo el recorrido de un agente: detención, tortura y desaparición. Según su testimonio, dos detenidos, Juan René Orellana Catalán y Luis Enrique Maturana González, fueron llevados en caravana por él, Fuentes Morrison y otro agente, hasta la cuesta Barriga. “El Wally” le ordenó observar desde cierta altura que nadie pasara. “Escuché claramente cuando obligó a los detenidos a silbar la canción ‘Venceremos’, siendo imitados por algunos agentes”. Luego vinieron las ráfagas de las metralletas ejecutándolos.

El agente de la CNI
El Comando Conjunto terminó sus operaciones entre fines de 1976 y principios de 1977, luego de que el dirigente comunista Carlos Contreras Maluje fuera detenido en “La Firma” y llevado por los agentes a un supuesto punto de encuentro con Leandro Arratia, en calle Nataniel Cox. Contreras se lanzó contra las ruedas de una micro, denunciando a viva voz a sus captores. Un carabinero corrió al lugar, pero fue conminado a retirarse por agentes de civil que mostraron sus tifas. De todas formas hizo el parte de denuncia y anotó la patente del automóvil. La placa era de la FACH y el auto estaba destinado al traslado del director de la DIFA: Hernán Ramírez Rurange.

Fue el golpe de gracia a la organización. A partir de ese momento, “El Wally” se sumergió. Poco se sabe de este período de su vida. Su hermano Luis revela que en 1978 fue destinado como agente secreto a Arica. “Lo sacaron de las filas de la Fuerza Aérea oficialmente y entró a trabajar para la CTC, pero en realidad cumplió labores de contrainteligencia durante todo ese tiempo. En ese período Chile estaba en casi guerra con Argentina, Perú y Bolivia. Con su unidad, entre otras labores, botaban torres de alta tensión cerca de la frontera con el fin de generar conflictos, desviar la atención”, señala.

Según Luis Fuentes, su hermano volvió a Santiago en 1980, para prestar sus servicios a la CNI luego del crimen del director de la Escuela de Inteligencia del Ejército, teniente coronel Roger Vergara, ocurrido en julio de ese año. El oficial fue ejecutado en calle Manuel Montt por un comando del MIR. “Él, junto a un equipo, logró la detención de Carlos García Herrera, cabecilla del atentado”, señala.

Su próxima aparición, según Andrés “Papudo” Valenzuela, fue tras el atentado del MIR contra el intendente de Santiago, general Carol Urzúa, el 3 de agosto de 1983, donde también murieron sus dos escoltas. Como venganza, la CNI emboscó dos casas de seguridad miristas, las masacres de Fuenteovejuna y Janequeo.

En un episodio hasta ahora desconocido, “El Wally” habría vuelto a aparecer en 1986, luego del atentado a Augusto Pinochet, el 7 de septiembre de ese año a manos del FPMR. “Pamela”, la ex frentista que formaba parte del equipo de seguimiento a “El Wally”, recuerda que esa misma tarde un misterioso aviso de utilidad pública pasado en Televisión Nacional le indicó a ella que debía escapar de su casa. “Llamaba a los integrantes del Club Deportivo Papillón a reunirse. Fue pasado varias veces. En medio de la paranoia de Pinochet respecto de la identidad y orígenes de sus victimarios, la información fue interpretada por el Frente como una alarma de organización de los grupos más leales a Pinochet”.

La madrugada del día siguiente, la CNI asesinó a los militantes del MIR José Carrasco Tapia y Gastón Vidaurrázaga. También a Felipe Rivera Fajardo y Abraham Muskablit Eidelstein, ambos comunistas.

“Ahí comenzó a operar un grupo conocido como ‘Comando 11 de septiembre’, bajo el alero de la CNI, integrado por ‘El Wally’. Se manejaban en dos furgones utilitarios. Arriba de uno de ellos, ‘El Wally’. Allanaron muchas casas. A los detenidos les ponían capuchas y los amarraban de las muñecas con alambre hasta llegar al hueso”, señala “Pamela”.

Según esta entrevistada, el trabajo de Fuentes Morrison se intensificó hasta el 15 y 16 de junio de 1987, cuando la CNI ejecutó a 12 frentistas en la llamada “Operación Albania”, también conocida como la Matanza de Corpus Christi.

El agente de la CNI condenado por esta operación, Luis Arturo Sanhueza Ros, refrenda la versión de “Pamela”. “Siempre estuvo integrando los grupos, ayudando en todo. Participó en Corpus Christi y en otras acciones también. Se veía cercano a Álvaro Corbalán. Era un tipo respetado por la cantidad de información que manejaba. Entraba y salía del Cuartel Borgoño (Centro de tortura y detención de la CNI) trayendo y llevando información en una comisión de servicio constante, hasta su muerte”, recuerda.

Luis Fuentes cree que su hermano pudo tener participación en acciones de la CNI, pero solo de forma tangencial, en un rol de “analista de inteligencia, ya que desde 1982, luego del crimen de Tucapel Jiménez, se había distanciado de Álvaro Corbalán”, señala.

Las cuentas del destino
Según Luis Fuentes, su hermano llevaba más de dos años retirado y alejado de la FACH cuando lo asesinaron. Incluso cree que el crimen no fue digitado exclusivamente por el FPMR, sino que con la colaboración del Ejército, específicamente la DINE, la misma que en los ‘70 integró Álvaro Corbalán y que en ese tiempo formaba parte del Comando Conjunto.

Una de las claves estaría en el crimen del presidente de la Asociación de Nacional Empleados Fiscales (ANEF), Tucapel Jiménez, asesinado de cinco disparos en la cabeza y posteriormente degollado por agentes de la DINE, el 25 de febrero de 1982. Jiménez se había convertido en un peligro para Pinochet porque estaba empeñado en reunificar el movimiento sindical.

El ministro en visita que investigó el caso, Sergio Muñoz, determinó años después que el arma utilizada para eliminar a Jiménez, una Dan Wesson calibre 22, era de Roberto Fuentes Morrison. No estaba a su nombre aún, pero “El Wally” la había pedido al extranjero. Había sido importada por la Armería Italiana, propiedad del tío de “El Fanta”, Arturo Estay. Para esa fecha, uno de los empleados en la armería era René Basoa, ex jefe de inteligencia del PC reclutado por “El Wally”. Un día antes del crimen de Tucapel Jiménez, Basoa atendió a dos agentes de la DINE que llegaron a confiscar el arma destinada a “El Wally”. Basoa la entregó, pero les pidió que firmaran un recibo.

Pocos días después del homicidio del sindicalista, el 19 de marzo de 1982, René Basoa fue asesinado a la salida de su casa en San Bernardo. Sus asesinos, civiles que se movilizaban en al menos dos autos, nunca fueron identificados. “Esto no se conoce, pero antes de morir Basoa le entregó el recibo a mi hermano, quien lo guardó. Creo que temían que declarara en ese caso”, cuenta su hermano Luis.

El ministro Sergio Muñoz –actual presidente de la Corte Suprema- investigó en profundidad e incluso obtuvo que, dentro de su estilo frontal, “El Wally” habría amenazado de muerte a los supuestos agentes de la DINE que ejecutaron a Basoa.

Casi siete años más tarde, el 9 de junio de 1989, antes de las nueve de la mañana, el equipo liderado por el jefe frentista Mauricio Hernández Norambuena llegó hasta el departamento de “El Wally”, un primer piso de calle Lo Plaza (hoy Doctor Alcalde Monckeberg), en Ñuñoa. “Se movilizaron en dos automóviles. Uno de ellos un Volkswagen Santana color rojo, que se estacionó en una calle vecina, a la espera del resultado de la operación”, recuerda “Pamela”.

Sabían que Fuentes Morrison, como de costumbre, debía salir del departamento, abrir la reja del antejardín, y caminar unos metros hasta el estacionamiento, para subir a su camioneta blindada. También sabían que andaba armado. Lo esperaban tres fusileros escondidos tras unos árboles. Dos de ellos eran Ricardo Palma Salamanca y Raúl Escobar Poblete, los futuros asesinos del senador UDI Jaime Guzmán. “Atrás, cuatro fusileros más. Como anillo de seguridad”, cuenta “Pamela”.

Como medida extra, otros dos frentistas subieron hasta el segundo piso del edificio, para tenerlo a tiro cuando pusiera los pies en la calle.

Cuando el jefe de la operación hizo contacto visual con “El Wally”, dio la orden. “El agente salió de su departamento, cruzó el antejardín y abrió la reja metálica. “Al cerrar por fuera, se dio cuenta que lo estaban esperando. Comenzó a sonreír, todavía observando la reja. Terminó y se levantó. Caminó hacia los fusileros. Mientras avanzaba seguía sonriendo al tiempo que se abrió dos botones de la camisa, indicando el lugar para que le dispararan”, recuerda “Pamela”.

Recibió siete balazos, dos de ellos en la cabeza, desde adelante y también desde atrás. Los otros cinco se alojaron en el tórax y en una muñeca.

El FPMR Autónomo siempre reivindicó el asesinato de Fuentes Morrison como parte de su campaña por “hacer justicia” contra algunos violadores de derechos humanos. Hasta hoy, una infiltración por parte del Ejército en ese grupo armado no ha sido comprobada. Pese a esto, Luis Fuentes y “Pamela” aún creen que esta es una posibilidad cierta, aunque con distintos énfasis.

“Para mí, los fusileros de arriba eran miembros del Ejército, beneficiados por el crimen de mi hermano. Eso nadie me lo saca de la cabeza. Lo sospecho porque, según testigos oculares, no huyeron con el grupo operativo, sino por otra vía”, dice Luis Fuentes.

Desde el otro lado, “Pamela” descarta la colaboración del Ejército en la emboscada, pero hoy cree que la decisión de matar a Fuentes se debió a una infiltración en la dirección del FPMR Autónomo. “En su ajusticiamento participó el mismo equipo que mató a Luis Fontaine (responsable del caso Degollados) y a la fecha retirado de Carabineros; el mismo que ejecutó a Jaime Guzmán [ideólogo de la Constitución, colaborador de Pinochet y quien no está implicado en ninguna causa de DDHH]. Aparte de haber participado en la represión ¿qué tenían en común todos ellos? Información respecto de la responsabilidad de Pinochet en crímenes y tortura. El Ejército se vio beneficiado con estos crímenes. Eso es un hecho”.


Los otros muertos de los asesinos de Jaime Guzmán

Fuente :CIPER 01 de Abril 2011

Categoría : Prensa

La dupla integrada por Ricardo Palma Salamanca, “el Negro”, y Raúl Escobar Poblete, “Emilio”, fue una de las más letales del FPMR en los primeros años de la transición a la democracia. Antes de asesinar al senador de la UDI Jaime Guzmán y como parte de la campaña llamada “No a la impunidad”, ajusticiaron en la calle a tres ex agentes de la dictadura.

Roberto Fuentes Morrison, el Wally: La negra historia de un Comando
Dieciocho impactos de bala acabaron con la vida de Roberto Fuentes Morrison, conocido como Wally comandante (R) de escuadrilla FACh. Antes de abordar su camioneta Chevrolet C-10 fue acribillado a la salida de su casa en Lo Plaza 186. Eran las 8:57 del 9 de junio de 1989.

Ricardo Palma Salamanca era uno de los seis fusileros del FPMR-Autónomo que realizaron la emboscada. Asesinaron a Fuentes Morrison pocos días antes de que venciera el plazo de su sentencia de muerte, dictada el 2 mayo, por la dirección nacional del FPMR-A a través de un comunicado en el que se llamó a terminar con la total impunidad de que gozaba Fuentes Morrison por parte de la justicia. Había sido absuelto de su participación en múltiples secuestros y asesinatos que protagonizó como uno de los jefes del llamado “Comando Conjunto Antisubversivo”.

En 1984, transcurridos ya once años del régimen militar, los integrantes del Comando Conjunto se sentían satisfechos. Cuando se hablaba de represión, sólo se mencionaba a la DINA. Casi nadie sabía de su existencia y menos los nombres de sus agentes. Hasta que en agosto de ese año, uno de sus integrantes, el suboficial de la FACh Andrés Valenzuela, se acercó a la periodista Mónica González (hoy directora de CIPER), quien trabajaba en revista Cauce. “Ya no soporto el olor a muerto”, le dijo y le confesó como fueron torturados y asesinados los hombres que pasaron por las cárceles secretas del organismo.

Una vez que su testimonio fue judicializado, comenzarían a surgir decenas de casos que involucrarían de manera directa a Fuentes Morrison y a varios altos mandos de la Fuerza Aérea, Carabineros y la Armada, todos integrantes del Comando Conjunto. El proceso estuvo a cargo del juez Carlos Cerda y terminó abruptamente cuando se le ordenó aplicar la Ley de Amnistía. Cerda se negó, por lo que sería castigado. Pero el expediente quedó en los tribunales. La historia ya estaba escrita.

Los primeros paso del “Wally”

A fines de 1974 se reestructuraron los servicios de inteligencia del régimen de Pinochet. Algunos miembros del antiguo Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea (SIFA), entre ellos Valenzuela y el Wally, pasaron a conformar la Dirección de Inteligencia de la Fuerza Aérea (DIFA), cuyo objetivo sería desarticular al MIR y al Partido Comunista.

El general Enrique Ruiz Bunger se hizo cargo del nuevo organismo. La coordinación se estableció desde el edificio de calle Juan Antonio Ríos N°6. Allí apareció Roberto Fuentes Morrison como oficial de reserva de la FACh. Su tarea: la sección Declaración del Historial del Personal (DHP), encargada de evitar la infiltración izquierdista en la Fuerza Aérea.

Fuentes se reunía periódicamente con los otros DHP de las FF.AA.: Álvaro Corbalán, por el Ejército; Daniel Guimpert, por la Armada y Manuel Muñoz Gamboa, por Carabineros. Bajo esa pantalla institucional se coordinaba la acción represiva del Comando Conjunto.

Para este fin la DIFA dispuso de la instalación clandestina de distintos centros de detención y tortura de prisioneros, a los que el Wally llegaba periódicamente con su cargamento. Uno de los primeros fue un hangar de la Base Aérea de Cerrillos.

“Nido 20” y “Nido 18” fueron otras dos cárceles clandestinas del “Comando Conjunto”. En ellas Fuentes Morrison era visto con frecuencia. Algunos jóvenes de Patria y Libertad -grupo de ultraderecha que integró cuando fue un activo opositor del gobierno de Salvador Allende-, que participaban de las operaciones del comando represor, lo seguían como su jefe. Valenzuela relató cómo operaban:

-En el “Nido 20” murió un hombre al que llamaban “camarada Díaz”. Llegó en una oportunidad un grupo de gente que al parecer era de Patria y Libertad, al mando de Wally. Empezaron a interrogarlo sobre armamento… le pegaban bastante. Eran alrededor de nueve hombres que le daban duro, entre todos. Cuando se fueron, con otro guardia nos acercamos y constatamos que estaba muerto.

El nuevo jefe del comando

Cuando Roberto Fuentes Morrison se convirtió en el nuevo jefe del comando represor, luego de la abrupta salida de Edgar Ceballos por un conflicto con la DINA, decidió ocupar un nuevo recinto para la detención y tortura de prisioneros: la recién creada cárcel militar “La Prevención”, en la Base Aérea de Colina. De allí en adelante sería conocida como “Remo Cero”.

La suerte de los detenidos dependía de la decisión de un solo hombre. Roberto Fuentes Morrison, el “jefe”, era quien decidía si a un detenido se lo exterminaba o se lo dejaba vivo. A fines de 1975, un día en que Andrés Valenzuela se encontraba de guardia en “Remo Cero”, llegó una furgoneta Citroen y una camioneta C10, abierta:

-Wally me ordenó echar arriba de la camioneta chuzos y palas, unas metralletas AKA y varios litros de combustible. Después, nos pasó una lista de detenidos…En esa lista figuraban Ricardo Weibel, Ignacio González y Miguel Ángel Rodríguez, entre otros –confesó Valenzuela.

Días después Valenzuela se enteró por los relatos de los hombres del organismo que a los prisioneros los habían asesinado en terrenos militares de Peldehue y luego los habían quemado.

“Remo Cero” se cerró en marzo de 1976 por un incidente con la DINA. El comando represor se mudó a las dependencias de una vieja casa de calle Dieciocho 229, en la ex sede del diario El Clarín, la que fue llamada “La Firma”. Un periodo en que se intensificó la acción destinada a aniquilar al PC.

La detención del militante de las juventudes comunistas Carlos Contreras Maluje marcaría el fin del Comando Conjunto. Cuando lo sacaron para preparar una emboscada contra uno de sus compañeros, Contreras se lanzó a la calle pidiendo auxilio. Un carabinero intentó infructuosamente ayudarlo –esa misma noche Contreras sería asesinado y enterrado en la Cuesta Barriga–, pero anotó la patente del auto que se lo llevó.

La investigación determinó que pertenecía al vehículo Fiat 125 celeste de la DIFA, asignado para el uso personal del general Enrique Ruiz Bunger, entonces jefe de gabinete del general Gustavo Leigh, integrante de la Junta de Gobierno. La alarma roja se activó en la Junta. Manuel Contreras, jefe de la DINA, exigió que se pusiera fin al Comando Conjunto. Sus cárceles se cerraron, algunos prisioneros fueron liberados, otros asesinados y los archivos pasaron a la Dirección de Inteligencia de Carabineros, que siguió funcionando en calle Dieciocho, en la ex sede del diario Clarín.

Cerrado este capítulo, Roberto Fuentes Morrison siguió una carrera ascendente en la FACh que lo llevó a ostentar el cargo de comandante de escuadrilla. Era un protegido. De hecho, cuando se conoció en 1984 la confesión de Andrés Valenzuela, fue enviado de inmediato como agregado a la embajada de Chile en Sudáfrica. Hasta que en 1987 se retiró de la institución.

En 1989, cuando la dictadura de Pinochet emprendía su retirada para darle paso a la transición democrática, el Wally vivía sin sobresaltos dedicado a los negocios. A pesar de confirmarse la veracidad de la confesión de Valenzuela y de las decenas de testimonios de sobrevivientes que lo reconocieron, la justicia lo dejó libre.

Su atención se concentraba en la fábrica de su propiedad “Ñanque Limitada”, ubicada en Vicuña Mackenna 1887, donde producía partes y piezas de armas y explosivos. Como cada mañana, aquel 9 de junio hacia allá dirigía sus pasos cuando los seis frentistas le salieron al paso. No alcanzó a desenfundar la pistola Browning 9 mm que siempre cargaba en su cinto y tampoco pudo subirse a su camioneta, curiosamente del mismo modelo y marca que usaba la DIFA para la captura y traslado de sus prisioneros.

Luis Fontaine Manríquez: Un blanco a aniquilar
Eran cerca de las 13:30 horas del día 10 de mayo de 1990. Luis Duque Raúl Fontaine Manríquez aguardaba la luz verde en el taxi en el que viajaba junto a su secretaria Margarita Mardones, en calle Santa Isabel a escasos metros de la esquina de Portugal. De pronto 2 escolares que venían caminando por la vereda sur se aproximaron al vehículo desde atrás.

En un rápido y sorpresivo movimiento, los jóvenes desenfundaron sus armas y comenzaron a impactarle disparos a su objetivo. 18 tiros de balas 9 mm blandieron el cuerpo del retirado coronel de Carabineros. Su mandíbula y su cráneo quedaron totalmente destrozados.

Sus pistoleros, disfrazados de estudiantes secundarios, fueron 2 miembros del FPMR Autónomo. De los más legendarios. Ricardo Palma Salamanca, el Negro, y Raúl Escobar Poblete, Emilio, una dupla letal que ya era de temer, especialmente para los violadores a los derechos humanos que gozaban de impunidad. Juntos habían participado en el comando que asesinó al Wally.

Esta vez fue el turno del fundador del OS-7 de Carabineros. Según consta en las páginas de El Mercurio de la época, una semana antes de su muerte Fontaine convocó a una conferencia de prensa en la que declaró que “no le tengo miedo al FMR (sic) ni al Lautaro ni a ningún grupo armado”. En la ocasión, además, se referió al fallo del juez militar que lo absolvió de todo cargo en la muerte del universitario Carlos Godoy Echegoyen, militante del Partido Socialista (PS).

Ya en aquel entonces era uno de los blancos fijados por la dirección nacional del FPMR. Precisamente porque fueron agentes miembros de la Dirección de Comunicaciones de Carabineros (Dicomcar) los que mataron a Godoy, luego de infringirle una brutal tortura, el 22 de febrero de 1985. Y Fontaine era nada menos que el director del mencionado servicio de inteligencia desde el año 1984.

Pero hubo un hecho anterior a este que inscribió a Fontaine dentro de la lista de principales violadores a los derechos humanos. Un caso bullado, que a la larga lo depositarían entre los objetivos a aniquilar por la fracción autónoma del Frente.

La impunidad de un represor

El 30 de marzo de 1985 aparecían degollados por un corvo los cuerpos de Santiago Nattino Allende, José Manuel Parada y Manuel Guerrero Ceballos, todos miembros del Partido Comunista. A los dos últimos los habían secuestrado desde la puerta de acceso al Colegio Latinoamericano de Integración, un día antes, donde Parada era apoderado y Guerrero profesor.

La noche del 29, los tres detenidos fueron torturados en “La Firma”, el cuartel de la Dicomcar de calle Dieciocho, el mismo que había utilizado previamente el comando de Roberto Fuentes Morrison.
Para la investigación del hecho se designó como ministro en visita al juez José Cánovas Robles, quien desde un primer momento estableció que el crimen era responsabilidad de Carabineros.

Todos eran agentes de la Dicomcar. El organismo lo dirigía Luis Fontaine, quien recibía órdenes directas del entonces director general de Carabineros César Mendoza, también miembro de la Junta Militar.

Los primeros procesamientos de Cánovas abrieron la posibilidad de enjuiciar a agentes represores durante la dictadura y de descubrir los posibles nexos que los vinculaban al Comando Conjunto. Esta posibilidad se cerró el 16 de enero de 1986 cuando la Tercera Sala de la Corte Suprema estimó que los antecedentes no eran suficientes para establecer la participación de Fontaine en el secuestro de 4 profesores y una secretaria de la Asociación Gremial de Educadores de Chile (AGECH), ocurrido justo antes del plagio de Guerrero, Parada y Nattino.

Se cerraba, temporalmente, el caso y el proceso no arrojaba ningún responsable. Pero los efectos colaterales se habían dejado sentir en la institución. César Mendoza tuvo que renunciar a su cargo de director general de la policía uniformada y debió abandonar la Junta Militar.

Una suerte similar había corrido Fontaine, llamado a retiro a mediados de 1985. Casi 5 años más tarde, Fontaine se había reinventado como gerente de la industria de luminosos de neón “Riesco y Cía”. Aquel 10 de mayo había salido desde su oficina junto a su secretaria hacia calle Santa Isabel para abordar un taxi. Ahí lo esperaban sus verdugos.

Vestidos de escolares se confundieron con los numerosos colegiales que a esa hora salían de sus clases desde distintos establecimientos del sector. Por eso nadie se alarmó en el instante en que se acercaron al automóvil que transportaba a Fontaine. La sorpresa y la alarma llegaron tarde. Los disparos empezaron a salir alternadamente desde la subametralladora y la pistola semiautomática, ambas cargadas con balas de calibre 9mm.
Cumplido el objetivo, ambos arrancaron por calle Santa Isabel en dirección poniente, acertando un nuevo logro en la campaña “no a la impunidad” iniciada con la muerte de Fuentes Morrison.

Los fusileros tendrían una suerte dispar en su futuro. Mientras Emilio nunca fue detenido ni por esta ni por las diversas acciones subversivas en las que participó, Palma Salamanca cayó en 1992 por esta operación. Fue sentenciado en septiembre de 1994 a 15 años de presidio por homicidio calificado.
Un año antes del asesinato de Fontaine, en mayo de 1989, la justicia había reabierto el llamado caso Degollados. Un nuevo ministro en visita, el juez Milton Juica, sería el encargado de investigar la muerte de Parada, Guerrero y Nattino. La Corte Suprema dictaría el fallo definitivo en octubre de 1995, condenando a 16 implicados al caso, incluyendo cinco cadenas perpetuas.

Víctor Enrique Valenzuela Montecinos : El escolta de Pinochet
Si uno analiza los ajusticiamientos de Roberto Fuentes Morrison y de Luis Fontaine, hay un punto en común que explica por qué fueron blancos del FPMR: ambos participaron directamente en actos de violación a los derechos humanos durante la dictadura militar.

En el caso de Víctor Valenzuela Montecinos los motivos son algo más difusos. Tal vez el haber sido “escolta de avanzada” de Augusto Pinochet fue el factor que terminó sentenciando la muerte de este sargento segundo de Ejército (S), incluido entre los objetivos de la campaña “No a la impunidad” de la agrupación subversiva.

Los pistoleros que se escogieron para su ejecución fueron la dupla más que fogueada que conformaban el Negro Palma y su jefe y compañero de misiones, Emilio.

La acción ocurrió el 26 de octubre de 1990. Temprano en la mañana, al dejar la casa de seguridad en la que pasaron la noche, Emilio le entregó a Palma un revólver calibre.38mm, cargado con 5 balas, y abordaron el taxi Peugeot 504 que habían robado el día anterior para concretar la operación.

Emilio condujo el vehículo con la patente adulterada FB1417, mientras su acompañante se subió en el asiento trasero con la cabeza hundida. Se estacionaron en una calle de tierra y caminaron por una calle paralela a Departamental hasta Maratón, en la intersección con el pasaje Pedro Rezka, en la comuna de Macul. A la entrada del pasaje esperaron por su víctima. Emilio adelante y Ricardo Palma Salamanca a sus espaldas.

Era temprano. Cerca de las 07:15 horas. De pronto, desde la casa ubicada en el número 2020 de Pedro Rezka apareció un hombre de civil, vestido con una casaca de cuero negra, camisa blanca y blue jeans. Emilio le indicó que él era el ex agente CNI al que iban a liquidar.

En su declaración extrajudicial, adjunta a fojas 118 del proceso, Palma Salamanca describió cómo su compañero se acercó por un costado y desenfundó su pistola calibre 9mm:

-Comienza a dispararle por el lado izquierdo. Mientras el sujeto iba cayendo le siguió disparando al cuerpo, casi encima de él, para luego rematarlo cuando éste estaba en el suelo.

En aquel momento el Negrose encontraba detrás de Emilio cuidándole las espaldas:

-Disparé en varias oportunidades con revólver al aire para luego salir corriendo con mi jefe- relató Palma.

Comenzaron su huida hacia el taxi Peugeot. Nadie los detuvo en su fuga. Tal como en el ajusticiamiento a Fontaine, los movimientos fueron veloces y letales. Pero ahora siete impactos de bala les bastaron para fusilar al suboficial experto en explosivos. Siete disparos certeros y fulminantes.

La segunda fue la vencida

No era la primera vez que Víctor Valenzuela se encontraba cerca de la muerte por culpa de miembros del FPMR. En 1986 fue uno de los escoltas que componían la comitiva de Pinochet en el frustrado atentado en el Cajón del Maipo.

Aquella vez salió ileso. Cuatro año más tarde la fortuna no estuvo de su lado. Murió a los 36 años, habiendo desarrollado casi toda su carrera militar en tiempos de dictadura.

En 1973 ingresó al Ejército como soldado conscripto en la escuela de Caballería y egresó en 1975 como cabo segundo del Arma de Ingenieros. Al año siguiente comenzó a desempeñarse en la unidad de antiexplosivos de la Dirección de Inteligencia del Ejercito (DINE), a la que se dirigía cuando fue emboscado por sus fusileros.

Todas las investigaciones de su muerte apuntaban a que fue Emilio el único que le propinó impactos de bala. Así al menos indicaba la declaración extrajudicial de Ricardo Palma Salamanca. Pero surgió un informe del Laboratorio de Criminalística de la PDI que dio un vuelco a esta hipótesis.
El informe realizado por la Sección Balística fue enviado a la Cuarta Fiscalía Militar con fecha 4 de enero de 1991. Llevaba las pericias sobre tres proyectiles extraídos del cuerpo de Valenzuela. Dos de ellos correspondían a balas 9mm de percutidas por una pistola, mientras que el otro era de calibre 38mm proveniente de un revólver.

La conclusión saltaba a la luz. Los disparos habían sido perpetrados por dos armas diferentes. Y aquel proyectil 38mm salió percutido desde el revólver que portaba el Negro Palma. Evidencias que llevaron a la justicia a determinar la sentencia de 15 años de prisión contra Ricardo Alfonso Palma Salamanca.


Miguel Estay, El Fanta: Las razones de un verdugo

Fuente :ciper.cl, 2 de Enero 2017

Categoría : Prensa

Su apodo hace pensar en muerte, en brutalidad, pero sobre todo en traición. Miguel Estay Reyno, alias “El Fanta”, condenado a cadena perpetua por el Caso Degollados, forma parte de la zona más dolorosa y delicada de las violaciones a los derechos humanos: la de los militantes de izquierda que se volvieron perseguidores; la de los que fueron torturados y terminaron torturando. Aquí trata de explicar por qué hizo lo que hizo.

Cómo un hombre llega a delatar a sus amigos, a ser el verdugo de sus compañeros? La pregunta ronda en la cabeza de Manuel Guerrero Antequera como una gran obsesión. Su padre, Manuel Guerrero Cevallos fue degollado junto a José Manuel Parada y Santiago Nattino, en 1984. En el asesinato participó Miguel Estay Reyno, El Fanta, un hombre que era amigo de la familia, un compañero de su padre en el Partido Comunista. ¿Cómo pudo hacerlo?

Estay Reyno cumple cadena perpetua por ese crimen y lleva 12 años preso. Las canas asoman en su pelo cortado al ras y las bolsas bajo sus ojos delatan el paso de los años, pero se mantiene en forma a punta de una intensa rutina de ejercicio y pichangas dos veces a la semana con los que él llama la «Sub- 60» de los presos de Punta Peuco.

Habla pausado, sin grandes gestos. Y a pesar de que aborda capítulos feroces de su vida, todo el tiempo se muestra tan racional como cuando era parte de los escogidos del Partido Comunista para la secreta actividad de inteligencia. Este hombre que parece tranquilo y cerebral colaboró con el Comando Conjunto y la Dicomcar, presenció torturas, entregó a sus compañeros y fue uno de los últimos rostro que vio Manuel Guerrero padre, antes de ser asesinado.

“Tengo deseos de verlo a la cara, mirarlo a los ojos. No sé por qué tengo la idea de que en sus ojos puedo ver aún algún destello de lo que mi papá miró en ese momento. Creo que si nos encontramos, al verme a mí ya adulto, Manuel Guerrero también, alcanzaré a ver algo en esos ojos. Quiero que me cuente su verdad extrajudicial, su versión de los hechos. Quiero tratar de entender lo inentendible”, dice Guerrero hoy. (VER RECUADRO)

Estay sabe que más allá de las responsabilidades judiciales, tiene pendiente una explicación moral de sus actos. Aquí ensaya una respuesta.

Mis compañeros o yo

Es diciembre de 1975 y Estay ha sido capturado y torturado por el Comando Conjunto. Lo entregó René Basoa, su superior en el aparato de inteligencia del Partido Comunista. Al poco tiempo cae también su hermano Jaime, su cuñada Isabel Stange y su amigo Víctor Vega Riquelme. Los detienen cuando acuden a una cita con Estay, que resulta ser una trampa. Hoy sus parientes están vivos pero Víctor Vega continúa desaparecido.

Para los que en esos años hacen frente a la dictadura está claro que Estay ha empezado a formar parte de la cadena de delaciones y traiciones; que le ha tendido una trampa incluso a su hermano. Lo ponen en una lista negra.

Estay dice hoy no ser culpable de la detención de sus familiares ni de la muerte de Vega y muestra un fallo de la jueza Graciela Gómez que lo exculpa de esos hechos. Por el contrario, afirma haberle enviado a su hermano un mensaje para que no fueran a ninguna cita con él.

-¿Por qué mi hermano llega a un encuentro al que jamás debió haber llegado…? No tengo ninguna explicación- dice recordando el episodio. Luego agrega: “La situación de mi hermano es gatillante de todo lo que pasa conmigo. Me obliga a tomar una decisión bajo una condición de apremio inmensa”.

Se puede entender que haya colaborado para salvar a su hermano y cuñada. Pero con el tiempo usted empezó a hacerlo con mucha convicción.

-Nadie es tocado por una varita mágica y se transforma de la noche a la mañana. Es un proceso. Pero si hubiera tomado una decisión distinta hoy sería un detenido desaparecido más. No habría tenido la oportunidad de haber tenido a mi familia, de haber acompañado a mucha de la gente que quiero durante todos estos años y muy probablemente sería juzgado de una manera completamente distinta. Pero hice una elección.

¿La elección fue «mis compañeros o yo»?
-Sí. Y esa fue la concepción con la que trabajaron los servicios de seguridad. Yo opté y la verdad es que he pagado con creces mi decisión. No digo que haya sido una buena elección. Fue solamente la elección posible, lo que es muy distinto. Y no sé si alguien puede atreverse a juzgar tan duramente una elección por la vida…

«Si hubiera tomado una decisión distinta hoy sería un detenido desaparecido más. No habría tenido la oportunidad de haber tenido a mi familia y muy probablemente sería juzgado de una manera completamente distinta. Pero hice una elección.»

-En el camino me fui encontrando con otra gente, con otras ideas y las empecé a asumir. La verdad es que como una parte importante de los chilenos, yo creí en el sello que logró imponer el gobierno militar, fundamentalmente en términos económicos. Y como además tenía cierto grado de especialización en el área de inteligencia, se dio una vinculación relativamente natural con gente de los servicios, por el interés que podían tener en esos conocimientos. Debo reconocer que ya en 1984 ó 1985, cuando me meto en esta sección (Dicomcar), yo tenía un grado de afinidad importante con la visión del gobierno militar.

No parecen razones suficientes para participar en operaciones…
-Es mucho más complejo. La gente se moría… Lo que quiero decir es que si hoy se examinara con verdadera justicia, a la luz de los convenios internacionales contra la tortura, los elementos de presión que están presentes en mi decisión, yo no podría ser juzgado. Por otra parte, hacia fines de 1976, ya estaba en una lista negra del PC. Y eso estableció un trazado de cancha bastante distinto para mí. Significaba no sólo la imposibilidad de retornar a lo mismo, sino también una postura personal que va alejándose cada vez más de lo anterior.

¿Pero cómo se fue al extremo contrario?
-Yo tenía una formación ideológica, un molde con el que me movía. Ese molde, de alguna manera, se volvió una especie de necesidad. Y en las condiciones en que me encontraba fue mucho más fácil cambiar a otro modelo, que rechazar todos los modelos, porque eso deja muchas cosas en el mundo sin explicación.

¿Su hermano entendió que él y su pareja están en el origen de lo que usted hizo?
-Nunca quiso entender. Jaime sigue militando en el PC. Está en México, con él no tengo mayor vinculación.

¿Tuvo oportunidad de explicárselo?
-No personalmente. Pero ahora, a través de una tercera persona, le envié el fallo, bastante sustantivo.

¿Qué espera que pase?
No tengo intención de que él cambie su postura, pero sí sentar mi verdad y con un fallo judicial.

Martirologio

A usted lo entregó su amigo y dirigente del PC, René Basoa…
-A mí me fue a buscar, acompañando a mis aprehensores, una persona que lamento mucho que no esté viva. Pero no podría decir que él me entregó voluntariamente. Estaría desconociendo el efecto de la tortura… Por otra parte mi detención no fue el resultado de la información de una persona. Hubo una sumatoria. Una de las cosas que aún se maneja con mucha cautela es cuánta información aportaron los que desaparecieron o los que fueron torturados y que después recuperaron la libertad. Creo que muchos sobrevivientes no han sincerado sus propias actuaciones. En la Comisión Valech, por ejemplo, se evidenció que la gente que no entregó información es más bien escasa. Claro, no se les puede achacar la misma responsabilidad que la que tiene alguien que lo hace voluntariamente. Pero insisto, toda la gente de mis características y mi generación que no estableció una forma de colaboración, hoy forma parte de los detenidos desaparecidos.

¿Cómo vive después de haber entregado a mucha gente que desapareció?
Dolorosamente… Yo he reconocido mi responsabilidad en la identificación de una cantidad de militantes del PC… Uno intenta justificarse. Eso siempre está presente… Y eso me lleva de nuevo a la pregunta sustantiva: si todo ello justifica la necesidad de ser un detenido desaparecido… Algunos pudieron hacer la opción voluntaria del martiriologio… Pero avalar o respaldar eso me parece éticamente dudoso.

Usted participó más tarde en la Dicomcar y en el degollamiento de Santiago Nattino, José Manuel Parada y Manuel Guerrero. Nunca ha pedido perdón respecto de esos asesinatos.
-En eso hay que ser cauteloso. Esto lo he conversado con el padre Fernando Montes, que ha tenido la inmensa generosidad de acompañarme muchas veces. Lo clave es cómo establecemos la forma en que pedimos perdón. Para algunos, podría ser suficiente algo entre esa persona y Dios. Quiero que me entienda que no existe una forma única de pedir perdón. Por ejemplo, yo me acogí a la Ley de Arrepentimiento Eficaz, la forma que estableció la justicia de poder colaborar con las causas, algo tan sentido para los familiares de las víctimas. Eso fue muy cuestionado en la época. Muchos vieron en esto una forma de aprovechamiento. Y yo les garantizo que si de algo puedo estar arrepentido es de haberme acogido a esa ley, porque me significó, por votación popular de mis compañeros de causa, 6 años en Colina II y aislamiento. Asumir la verdad – como la han asumido Carlos Herrera y otros-, significa un verdadero problema. No es fácil, lo garantizo.

Manuel Guerrero

En el último tiempo Estay Reyno ha cultivado una insólita relación con Nelson Caucoto y Héctor Salazar, dos de los abogados querellantes del Caso Degollados. Ambos conducen el programa «Hablando en voz alta», en radio Tierra y Estay los escucha y les envía sus comentarios.

«No es que todo el mundo en Punta Peuco sea del fans de Salazar y Caucoto», dice el ex agente. Pero reconoce que ese programa los mantiene al tanto de los juicios.

Fueron justamente Caucoto y Salazar quienes le comunicaron que Manuel Guerrero Antequera quería conocerlo.

¿Cuál era su relación con Manuel Guerrero? Su hijo dice que estuvo en su casa y jugó con él…
-Lo conocí en1969, cuando ingresé a la Juventud Comunista. Tenía un rango de dirección y yo era un militante más. Empecé a tener algunas responsabilidades y lo veía diariamente en diversas actividades, pero nunca tuvimos ese grado de cercanía. No recuerdo haber estado nunca en su casa. Conocí a su señora perfectamente bien, pero insisto, no creo que haya habido un grado de amistad. Sí de cercanía.

Manuel Guerrero hijo quiere conversar con usted.
-En agosto de 2006 recibí a través de una tercera persona, una solicitud de Manuel Guerrero Antequera para visitarme acá. Entendiendo que es una situación muy difícil para él y para mí, accedí inmediatamente. Pero no se ha concretado la autorización. Se me ha dicho que él todavía está pensando sobre esta alternativa. Tengo la más absoluta disposición a recibirlo.

Seguramente le va a preguntar por qué mataron a su padre. ¿Como se responde eso a un hijo?
-Es inmensamente difícil poder responder algo así… Espero poderle responder algo que sea lo más cercano a la verdad y que él pueda, de alguna manera, entenderlo. Pero la respuesta tengo que entregársela a él.

La familia cree que una razón por la cuál Guerrero fue asesinado es un relato que escribió en 1976 en donde lo identifica a usted como uno de los hombres que lo torturó en su primer secuestro.
-No he leído el testimonio. Sí he encontrado una multitud de testimonios de esas mismas características. Gente que ha pretendido identificarme y que no correspondería con actuaciones mías.

¿Cómo justifica hoy ante los ojos de la sociedad esos asesinatos?
Es imposible poder justificar ese tipo de cosas hoy…Nada ni nadie puede justificar las muertes ocurridas.

¿Se refiere a todas las muertes?
Absolutamente todas las muertes. No es por escudarse detrás de los más grandes siendo el más chico del curso, pero a mí me han tocado 15 años de cárcel, lo he perdido absolutamente todo y creo que hay muchas responsabilidades que nunca han sido asumidas. Obviamente que esto no empezó el 11 de septiembre de 1973 ni partió por el mal humor de algún general que ese día tuvo la idea de tomarse el poder. Hubo muchas cosas previas, una exacerbación de los ánimos, una sobreideologización en todas partes.

Usted estuvo en la posición más extrema de ambos bandos.
Sí. Soy como el personaje de “La Hora 25”: siempre eligiendo mal. Es parte de las desacertadas decisiones que he tomado toda mi vida. Yo me he equivocado casi siempre.

¿Qué ha sido lo peor?
Indudablemente el tener participación en quitarle la vida a una persona. En cualquier condición es una muy mala cosa.

Doce años junto a Romo

Dice que en estos 15 años lo ha perdido todo…
-Han sido años duros, difíciles. Lo más duro ha sido la lejanía con mi familia.

¿Su quiebre matrimonial fue posterior a la condena?
-Sí, claro. Queda bastante claro que es parte de todo esto…

¿Quiénes son sus cercanos aquí en Punta Peuco?
-Tengo una cercanía muy grande con el suboficial de carabineros Armando Cabrera. También tuve mucha cercanía con Osvaldo Romo. Era mi vecino de pieza y estuve mucho tiempo con él en Colina. En total, pasamos juntos 12 años. En muchas ocasiones me tocó avisar de sus emergencias médicas, de asistirlo porque era altamente dependiente.

¿Cómo era su relación con Romo?
-Ahora, era un anciano diabético, hipertenso, con las siete plagas, incapaz de desplazarse ni apoyarse sobre sus pies. Conservaba sí una buena memoria de largo plazo. Y podía ser incluso entretenido. Tenía muchas historias, aunque no me consta que todas hayan sido verdad… En una docena de ocasiones lo vi muy cerca de la muerte. En una ocasión se lo llevaron agónico. Yo he tenido un reencuentro con la fe católica, por ello creo que había suficientes jueces que lo juzgaban, así es que yo no estaba entre ellos.

¿Él le heredó todas sus pertenencias?
-No, la verdad es que vivió muy pobremente los últimos años. Hubo años completos en que no tuvo ninguna visita. Vivía muy afectado por la situación de su familia en Brasil, indocumentada. Él recibió de la caridad de organizaciones religiosas algunas cosas, especialmente de alguien que siempre fue muy cercano y sigue siéndolo: Sor Yolanda. Lo quería entrañablemente. Los nietos de Osvaldo vinieron desde Brasil al sábado siguiente de su muerte. Cuando fui a saludarlos, me manifestaron que había muchas cosas que no se iban a llevar y que querían dejármelas. Lo agradecí. Una parte fue donada a otro lugar, otras las conservamos yo y otros que las necesitaban.

¿Qué sintió cuando vio su funeral?
-Lo habíamos conversado varias veces… Él tenía un concepto muy claro de que se aproximaba a su fin. Hace un par de años un cardiólogo del hospital Barros Luco lo desahució. A partir de eso se conversó sobre la posibilidad de que se pudiera disponer de sus restos y que la familia pudiera a su vez cremarlo.

Era un paria de la sociedad y la manifestación más física es que nunca se había visto un funeral tan…
-De tanto abandono. Creo que él lo esperaba. El verdadero funeral fue el segundo: fueron las personas a quienes importaba Osvaldo Romo. Sus nietos, esta señora que lo visitaba, un par de religiosos, no más. En los 12 años que estuve aquí nunca conocí otros familiares que lo visitaran. Algunos amigos de repente se aparecían…

El padre Montes contó que vino a una graduación universitaria suya.
-Sí, estando en Colina tomé un diplomado en técnicas de Manejo Conductual de la Universidad Católica del Norte. Duró varios semestres, y la universidad tuvo la generosidad de hacerme una ceremonia acá en Punta Peuco. Y el padre Fernando, a quien quiero inmensamente, tuvo la generosidad de acompañarme. Antes tuve que dar la prueba de aptitud (y muestra el certificado: verbal 745, matemática 679, historia y geografía 749)

Le habría alcanzado casi para cualquier carrera.
-Sí… Mi trabajo de titulación lo hice sobre autismo…(tiene un hijo autista)

La PAA y el diplomado hablan de una actitud frente al encierro, ¿cómo es su vida cotidiana?
-Una de las cosas que uno debe evitar es preguntarse qué voy a hacer hoy. Yo sigo más o menos una misma rutina: me levanto muy temprano, tomo desayuno a las 5:30, escucho noticias, soy bastante fanático en eso. En la tarde me dedico a la lectura. Tengo un montón de intereses distintos. Tenemos la intención de organizar una biblioteca en Punta Peuco y un taller literario. El desencierro es a las 8 de la mañana. A esa hora empiezo las actividades físicas. Hago bastante gimnasia, pesas, corro. Y ahora nos autorizaron a jugar unos partidos de baby fútbol dos veces a la semana. Es la Sub- 60 más o menos.

Culpas ajenas

Aunque está condenado a cadena perpetua Estay Reyno no está dispuesto a cargar con culpas ajenas. Por eso, durante la última visita a Punta Peuco del presidente de la Corte de Apelaciones, Cornelio Villarroel, Estay le pidió estudiar su inculpación en el secuestro de Reinalda Pereira –embarazada de 3 meses- y Edrás Pinto. La investigación del ministro Víctor Montiglio en el llamado Caso Conferencia hizo aparecer otros responsables. Estay pide que lo des-amnistíen y lo juzguen. «Existe una demostración de mi no participación en esos dos casos, habiendo ya personas incluso confesas», argumenta.

Usted está condenado a cadena perpetua, ¿Por qué le importa acreditar su inocencia en esos casos?
-Hoy existe un esfuerzo por fijar judicialmente todas estas situaciones lo más cercano a la verdad. Por ello, también es importante discriminar entre culpables y no culpables. No veo por qué yo debiera cargar con hechos que no me corresponden.

¿Cree que aclarando esos casos podrían indultarlo?
-Siendo bien honesto, no creo que exista el espacio político. Lo solicité el ’97, pidiendo la conmutación de la pena por la de extrañamiento en Paraguay. Se demoraron 7 años en decirme “no”. Pero sí creo que establecer la verdad es importante. Hoy hay una masa de información acumulada que no existía cuando partieron estos juicios y era más fácil quedarse con aquellos que creaban menos problemas. Pero gracias a los jueces con dedicación exclusiva empezaron a aparecer una serie de personajes que estaban bastante protegidos por las instituciones. A los jueces les empezó a resultar sin sentido que personajes muy menores hubieran tenido las responsabilidades, mandos y las posibilidad de acción que se les atribuían.

En el Caso Degollados, ¿qué tan arriba delimita las responsabilidades?
-Tengo la convicción de que hubo una autoría intelectual de la superioridad, pero no tengo las pruebas. Tendría que hablar otra gente, la que sí tenía acceso a esas reuniones. Hoy, ya se ha establecido la verdad: que no se movía ni una hoja sin el conocimiento de las jefaturas de las instituciones. Pero durante mucho tiempo hubo una intencionalidad clara de silenciarlo con equipos y departamentos de contrainteligencia.

RECUADRO 1

Testimonio de Manuel Guerrero Antequera: “De una forma muy perversa y dolorosa, el Fanta es casi un familiar”

El padre de Manuel Guerrero fue uno de los tres degollados de 1985, caso por el cual Miguel Estay Reyno cumple condena a cadena perpetua. Pero la familia Guerrero vive con el fantasma del Fanta desde 1976, cuando Manuel Guerrero Cevallos lo reconoció como su torturador.

El Fanta es un personaje que me causa muchas contradicciones. Por un lado es uno de los asesinos de mi padre, de alguna manera uno de los autores intelectuales y también materiales de su degollamiento. Él estuvo tanto en el momento en que lo tuvieron detenido desaparecido el 76 y participó en sus torturas -reconocido por mi padre-, como también el 85 participó en el momento en que lo deguellan.

Pero también el Fanta es para mí un ex militante de las Juventudes Comunistas de Chile, que fue compañero y camarada de mi padre, de José Weibel, de Ricardo Weibel, de una serie de comunistas jóvenes de esa generación y por lo tanto me despierta una angustia muy grande este ser humano: cuáles fueron las condiciones y posibilidades que hicieron que un militante comunista, que un joven chileno, pudiese convertirse de un día para otro no solamente en alguien que hablara bajo tortura, que sería algo absolutamente normal o humano, sino también en un delator, en un asesino más.

El Fanta para mí es un personaje que extrañamente me causa rechazo y al mismo tiempo una fascinación perversa. Es como ominoso, la maldad misma, pero es un rostro familiar, que alguna vez fue amigo, que alguna vez me tuvo muy cerca cuando niño. Bajo ese rostro de normalidad aparece toda la maldad que como seres humanos también estamos en condiciones de realizar.

Soy un convencido de que tanto los torturados como los torturadores son víctimas que están en posiciones diferenciales en cuando a condiciones sociales y políticas, a cierta forma de ser de la sociedad chilena, salvaje, que permitió la explosión de la práctica fascista en Chile, del aniquilamiento del otro. Son víctimas diferenciales porque algunos fueron convertidos en torturadores y otros fueron convertidos en los objetos a torturar. Sin embargo, estamos hablando de personas que jugaban a la pelota juntos, comían asados juntos, que es el caso del Fanta.

Por lo tanto para mí el Fanta también es una víctima, pero como todo ser humano tuvo la oportunidad de decir no, de por último morderse la lengua y morir. Siempre tuvo la opción, como lo hicieron tantas otras personas, de no volverse no solamente delatores, sino torturadores ellos mismos. Por esa falta de coraje, de decisión y su responsabilidad directa en los crímenes, él tiene que cumplir las condenas en forma plena.

Durante muchos años yo he vivido con el fantasma de El Fanta, un fantasma que está presente desde mi infancia. Luego de que mi padre sobreviviera a las torturas del Comando Conjunto y nos fuimos al exilio, yo loa acompañé a las sesiones de recuperación a raíz de los choques eléctricos que le daban. Viví muy de cerca su tortura en él y es un personaje que estuvo presente en los relatos de mi padre, orales y también escrito. Él dejó testimonio de esta voz familiar que también participó en la tortura, que había sido un ex camarada y que ahora era parte de las “hordas fascistas”, como decía él. El Fanta le habló directamente diciéndole que él conocía a mi madre, a la Vero, a Manolito, le habló de toda nuestra estructura familiar, de detalles que sólo alguien muy de confianza puede conocer. Ése fue uno de los momentos en que mi padre quedó completamente desarmado, más que por la violencia física.

Por lo tanto este fantasma estuvo siempre presente y luego reaparece el 84 y el 85 en los relatos del Papudo (Andrés Valenzuela, agente que desertó), que son publicados y que conoció mi padre. Ahí se sabe nuevamente que en distintas instancias estuvo el Fanta.

Es alguien que ha cruzado mi vida y tengo deseos de verlo a la cara, ya preso. Mirarlo a los ojos porque él fue una de las últimas personas que vio vivo a mi padre. No sé por qué tengo la idea de que en los ojos del Fanta puedo ver aún algún destello de lo que mi papá miró en ese momento. Creo que si nos encontramos, al verme a mí ya adulto, Manuel Guerrero también, alcanzaré a ver algo en esos ojos. Quiero que me cuente su verdad extrajudicial, su versión de los hechos. Quiero tratar de entender lo inentendible. Quizás no tiene mucho sentido, pero el Fanta de alguna manera también me constituye. De una forma muy perversa y dolorosa, es casi un familiar y me duele, me da bronca el Fanta.

En el momento en que los abogados le plantearon mi petición de encontrarme con él, accedió inmediatamente. El Fanta está dispuesto y creo que está a la espera de que lo vaya a ver a Punta Peuco. Creo que hay verdades que no son del ámbito judicial sino de la cotidianeidad humana. Son verdades muy materiales y creo que algo puede aflorar en ese encuentro. No sé exactamente qué, pero por último saber qué le pasó a él mismo, porque él tuvo el privilegio de estar en los últimos minutos de vida de mi padre. Por lo tanto para mí, siendo incluso su asesino, es una persona cercana.

RECUADRO 2

«El Wally» y Basoa: los funerales de “El Fanta”

En 1982, el miedo paralizó a Miguel Estay tras la muerte de su amigo René Basoa, con quien compartió funciones en el Comando Conjunto y ex camarada del PC. Tanto, que no se atrevió a ir a su funeral. Años más tarde se recriminó su cobardía y decidió que no volvería a pasar. Por eso, cuando en 1989 Roberto Fuentes Morrison, «El Wally», fue acribillado en la puerta de su casa –tal como Basoa-, vino desde Paraguay donde se había refugiado con un pasaporte falso proporcionado justamente por el difunto. Llegó tarde, pero visitó la tumba.

Ambos muertos son claves en la vida de “El Fanta”. René Basoa fue su superior en el aparato de inteligencia del PC, juntos pasaron a la clandestinidad y fue quien lo entregó al Comando Conjunto en diciembre de 1975, tras ser torturado. Luego ambos encabezaron la lista negra de comunistas identificados como agentes de Pinochet.

En 1982, Basoa fue asesinado y aunque durante mucho tiempo se pensó en un ajusticiamiento –lo que gatillo el terror de Estay-, la investigación por el asesinato de Tucapel Jiménez arrojó otras luces. En ese tiempo Basoa trabajaba con el tío de Estay, el importador del arma con la que se ultimó al dirigente sindical. Él revólver fue entregado en consignación a la Armería Italiana y Basoa jugó un confuso rol con el recibo que probaba su origen. «Está en la cuenta del DINE, así de sencillo», concluye Estay.

Su relación con Fuentes Morrison surgió tras su cautiverio en 1975 en el Comando Conjunto. El agente de la FACh lo reclutó como colaborador hasta que en 1984 se unió a las filas de la Dicomcar. Bajo su alero se sentía protegido. «Había elementos de su personalidad que me resultaron atractivos. Tenía gran capacidad de hacer amigos y me dio mucha confianza», dice Estay.