Díaz Estrada Nicanor

Rut:

Cargos: Ministro del Trabajo y Previsión Social

Grado : General de Brigada Aérea

Rama : Fuerza Aérea

Organismos : Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea (SIFA)

Año Fallecimiento : 2003


El 11 de septiembre en La Moneda

Fuente : Libro Páginas en blanco, El 11 de septiembre en La Moneda

Categoría : Prensa

“En el Ministerio de Defensa, que se encuentra en la Alameda, frente al Palacio Presidencial, se instaló el cuartel central con el Alto Mando de las Fuerzas Armadas que coordinó el golpe. Fue el Puesto Nº 5.

Representando a la Marina se encontraban. Patricio Carvajal, vicealmirante, jefe del Estado Mayor de la Defensa; Hugo Cabezas, contralmirante; Ladislao D'Hainaut, capitán de Navío; y los capitanes de Fragata Hernán Ferrer, Julio Vergara y Rodolfo Calderón.

Por el Ejército: Herman Brady, general de Brigada, comandante de la II División y de la Guarnición de Santiago, Ernesto Baeza, general de División, jefe del Comando de Infraestructura y Sergio Ñuño, general de Brigada del Estado Mayor de la Defensa Nacional.

Por la Fuerza Aérea: Nicanor Díaz Estrada, subjefe del Estado Mayor de la Defensa, general de la Fuerza Aérea.  

Al Ministerio de Defensa, además llegaron los civiles: Federico Willoughby, periodista; Álvaro Puga, comentarista político y Sergio Arellano Iturriaga, abogado e hijo del general Sergio Arellano Stark.

El general Herman Brady a cargo de la Guarnición Militar de Santiago junto a Arellano Stark tenía a su. cargo la División o Agrupación de Combate Santiago Centro, incluida La Moneda. Herman Brady dirigía la tropa desde el Ministerio de Defensa y Arellano Stark hacía lo propio en la calle, entrando y saliendo del Ministerio de Defensa.

El general Díaz Estrada "puso en acción un centro nervioso: la Central de Operaciones de las Fuerzas Armadas, COFA. A través de esa red manejada por el Estado Mayor de la Defensa, se mantenía el contacto con todos los comandantes de las zonas jurisdiccionales en que se organizaba la Defensa Nacional para efectos de seguridad interior".


Libro: "La Conjura" Capitulo XXIV (Extracto)

Fuente :ciper.cl, 6 de Septiembre 2013

Categoría : Prensa

Publicada originalmente el año 2000 por la directora de CIPER, Mónica González, La Conjura es una profunda investigación sobre el plan para derrocar a Salvador Allende. Revela quiénes fueron realmente los que idearon el golpe y quiénes se subieron a última hora. El año 2012 el libro fue re editado por Catalonia, con más de 100 páginas extra de nuevos datos. A continuación un capítulo que relata lo que pasó el día del golpe.

EL DIA 11

En la madrugada del 11 de septiembre, Salvador Allende, rodeado de su círculo más íntimo, concentraba sus esfuerzos finales en un plebiscito sin destino. Estaba corrigiendo el tono de la convocatoria cuando otro llamado llegó a Tomás Moro. Era de la Oficina de Radiodifusión de La Moneda. La voz de René Largo Farías transmitió el parte de la Intendencia de Aconcagua:

–Se están desplazando tropas desde los regimientos Guardia Vieja de Los Ángeles y Yungay de San Felipe.

Allende se lo hizo saber a Orlando Letelier y el ministro de Defensa decidió hablar con el general Herman Brady, comandante de la Guarnición de Santiago.

–Son tropas para prevenir posibles desbordes por el desafuero del senador Carlos Altamirano y el diputado Oscar Guillermo Garretón –respondió el general Brady, quien era al igual que Allende masón y aún tenía la confianza del Presidente.

Pinochet tampoco dormía. Intentaba relajarse en la penumbra. Estaba solo en la cama de su dormitorio. Su mujer, Lucía Hiriart, y algunos de sus hijos, ya estaban seguros al cuidado de su amigo, el coronel Renato Cantuarias Grandón, director de la Escuela de Alta Montaña del Ejército, en Río Blanco (Los Andes), muy cerca de la frontera con Argentina. Curiosa decisión aquella. Cantuarias era un destacado coronel conocido por sus principios progresistas, los que no ocultaba. Su nombre había quedado registrado en la agenda del general Arellano, el 10 de julio de 1973, en un episodio que lo retrata:

Presido la ceremonia del Juramento a la Bandera en Portillo. Debido a la intensa nevazón me es imposible regresar en el helicóptero y tampoco por tierra. Paso todo el día conversando con los oficiales y suboficiales y siempre con el coronel Cantuarias a mi lado. Surge el tema político, como es habitual y Cantuarias defiende con tanto calor a la Unidad Popular que debo manifestar con firmeza que nuestra obligación es defender el gobierno legalmente constituido mientras éste se mantenga en sus cauces institucionales, pero en ningún caso respaldar tendencias políticas o a determinadas personas. Y ahí corté la discusión.

¿Cómo era posible que Pinochet eligiera precisamente la casa de Cantuarias para poner «fuera de la línea de peligro» a su familia? La respuesta se develaría dramáticamente días después.

A la medianoche, en Valparaíso, uno de los dueños del Golpe, el almirante José Toribio Merino, acababa de tomar posesión del mando de su institución.

–El día anterior a la batalla es mucho peor que la batalla –dijo en la Academia de Guerra, rodeado del Alto Mando de la Armada. Merino y sus colaboradores bebieron whisky para aflojar la tensión y brindar por el éxito de la conjura.[1]

A las 2 de la madrugada, en Santiago, Sergio Arellano estaba en el comedor de su departamento en Latadía. Comió algo rápido y luego trató de dormir pero, una hora y media más tarde, el teléfono lo sacó de la cama. El llamado venía de Concepción.

–Sergio, ¿a qué hora llega la Tía Juana? –le preguntó el general Washington Carrasco.

–La embarqué en el tren nocturno por lo que calculo que debe llegar a las 8:30 horas.

La «Hora H» tenía sus criptogramas. Arellano colgó el teléfono y siguió durmiendo. En Valparaíso, en tanto, el primer toque de diana puso en acción al escuadrón de la «Operación Silencio». Debía acallar las radios y los sistemas de comunicación que unían al puerto con la capital. Otro piquete, con ingenieros y radio operadores, se preparaban para silenciar a partir de las 4:30 horas todas las radios afines a la Unidad Popular. A la par, se terminaban los preparativos para el inicio de la cadena de las fuerzas golpistas a través de la radio Agricultura[2] (del gremio empresarial Sociedad Nacional de Agricultura), en contacto directo con el cuartel general en el Estado Mayor de la Defensa Nacional. Toda esa operación estaba al mando del coronel Sergio Polloni.

En Santiago, a las 4:30 horas, otro equipo de la Armada entró en acción en una casa de la calle Sánchez Fontecilla. En su interior, dormía el almirante Raúl Montero. Ignoraba que ya no era el comandante en jefe de la Armada y que, en su patio, un piquete de la Marina, integrado por hombres que le habían jurado obediencia, cortaba sus teléfonos e inutilizaba su automóvil.

Pasadas las 4:30 horas, el teléfono retumbó una vez más en el oído de Arellano. Era Arturo Yovane. En otro léxico en clave le preguntó por el lugar destinado a la concentración de detenidos. La respuesta fue lacónica:

–En el Regimiento Tacna.

Arellano ya no pudo cerrar los ojos. A eso de las 5 de la mañana, se levantó y lentamente se preparó para una jornada larga e impredecible. A las 5:45 horas debía venir su chofer. Pero a la hora convenida no hubo vehículo ni chofer. Arellano se felicitó por haber citado a una patrulla más que sí llegó en un jeep con exactitud. Pasó a dejar a su esposa a la casa de su amigo y compañero de curso, coronel René Zúñiga Cáceres, a pocas cuadras de su departamento.

En el quinto piso del Ministerio de Defensa, ya tomaban posición los hombres que se harían cargo de la cadena que encabezaría las transmisiones de las fuerzas golpistas. Sergio Arellano hijo llegó acompañado del coronel Polloni. Allí encontró al teniente coronel Roberto Guillard y a dos civiles: Álvaro Puga y Federico Willoughby, gerente de comunicaciones de la Sociedad Nacional de Agricultura, que lideraban Alfonso Márquez de la Plata y Sergio Romero[3].

En Concepción, en la Base Carriel Sur de la Fuerza Aérea, poco antes de las 5 de la mañana, el oficial Mario López Tobar terminaba de ducharse. Faltaba poco más de una hora para que asumiera la identidad de Libra, el líder de los pilotos seleccionados para maniobrar los doce aviones Hawker Hunter subsónicos de origen británico y comprados, en 1966, para otro tipo de utilización que la resuelta por los conjurados. Finalmente, fueron elegidos cuatro aparatos. Estaban armados con 32 cohetes Sura, cada uno de 8 centímetros de diámetro y con una carga explosiva de unos 350 gramos. Llevaban, además, cohetes Sneb, de 6 centímetros de diámetro, y proyectiles de 30 milímetros en los cuatro cañones Aden del aparato, con una carga de 60 gramos de explosivo. La caja de municiones tenía una capacidad de 200 tiros y los cañones una cadencia de fuego de 1.400 tiros por minuto, lo que le daba a cada Hawker Hunter la sorprendente cadencia de tiro total de 5.600 proyectiles explosivos por minuto.

Al avión del segundo jefe de los pilotos de los Hawker Hunter, se le habían adaptado dos modernos lanzadores franceses, recién llegados a Chile, con 18 unidades cada uno[4]. Ese segundo era Rufián, nombre de guerra de Fernando Rojas Vender (nombrado comandante en jefe de la FACH, en 1995, por el Presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle), quien le dijo a la autora en septiembre de 1999:

-Nadie sabía en vuelo a quién le correspondería el blanco de La Moneda. Inventaron que habían sido pilotos norteamericanos y fueron sólo chilenos y no seleccionados, porque el bombardeo se fue postergando, los aviones sobrevolaban, el avión tiene un radio de acción, en un sector esperaba, algunos tenían que irse, llegaban otros y al que le tocó, le tocó…[5]

En la Escuela Militar, a las 6 horas en punto, el coronel José Domingo Ramos, jefe del Estado Mayor del Comando de Institutos Militares, se presentó ante el general Raúl César Benavides. La noche anterior, una patrulla militar le había transmitido la orden de su nuevo jefe: debía interrumpir sus vacaciones y presentarse a esa hora en su puesto de mando:

–Hoy se producirán los desafueros de Altamirano y Garretón. Prevemos desmanes y desórdenes. Hay que poner en ejecución el plan de seguridad interior, el «Plan A». Actúe en consecuencia –le dijo Benavides.

El «Plan A» establecía el estado de alerta para prevenir desbordes de la población. Benavides le informó también que dispondría de un refuerzo de cuatro oficiales del tercer año de la Academia de Guerra. Entre ellos estaba el joven oficial Luis Cortés Villa[6].

A las 6:30 horas, el rector de la Universidad Técnica del Estado, Enrique Kirberg, despertó sobresaltado por el incesante repiquetear del teléfono. Había dormido poco. El día anterior, hasta muy tarde, había preparado el gran acontecimiento del día 11: esa mañana inauguraría la «Semana de lucha contra el fascismo, la guerra civil y por la vida», que presidiría Salvador Allende. Y desde allí, a las 11 horas, el Presidente llamaría a plebiscito.

–Un grupo de civiles armados ha atacado las instalaciones de la radio de la universidad –escuchó decir al otro lado del teléfono.

–¿Hay heridos?

–No dañaron a nadie. Solo inutilizaron la antena. Tanto por el corte de pelo como por las armas que llevaban y el camión que los esperaba afuera, está claro que ha sido un grupo de la Armada.

Kirberg se fue directo a la universidad, ubicada en el sector de Estación Central. Decidió que una vez allá llamaría a la Policía de Investigaciones. Pero nadie le contestó. Supo que algo raro pasaba…

A las 6:30, Arellano ya se había instalado en el Ministerio de Defensa. También lo habían hecho Patricio Carvajal y el general de la Fuerza Aérea, Nicanor Díaz Estrada, los dos jefes del Estado Mayor de la Defensa Nacional; Herman Brady y el general Sergio Nuño. Después, Arellano se reunió con todos los comandantes de unidades que participarían en la acción. Repasaron las misiones y aclararon dudas.

–A las 14 horas deben estar conquistados todos los objetivos fijados.

En ese frío y brumoso amanecer, a las 6:30 horas, el general Yovane iba rumbo al Edificio Norambuena, donde funcionaba la dirección de Carabineros. Hizo un alto en el trayecto. Inspeccionó los pequeños tanques de asalto y el contingente de la Escuela de Suboficiales y de las Fuerzas Especiales, que ya calentaban motores. Las tanquetas cumplirían un rol clave: debían rodear el palacio de gobierno y servir de escudo a la infantería.

En Carriel Sur (Concepción), a las 6:45 horas, los aviones ya estaban listos para ser operados. La primera bandada debía despegar a las 7:30 horas. Su misión: silenciar las antenas de radioemisoras de Santiago y luego permanecer media hora sobre la ciudad en caso de que el general Leigh disponga otro objetivo.

El informe meteorológico indicaba a esa hora que Santiago estaba cubierto de nubes.

El nerviosismo entre los pilotos se delataba en los gestos y en el silencio con el que ejecutaban las maniobras. Era la primera vez que tenían una misión real de ataque a blancos terrestres.

En Tomás Moro, Allende ya estaba en conocimiento de que algo sucedía en Valparaíso. Una llamada de Alfredo Joignant, director de Investigaciones, le transmitió más información:

–El prefecto Juan Bustos de Valparaíso comunica que la Armada está copando la ciudad.

Y luego hubo otra comunicación confirmatoria del jefe de Carabineros de Valparaíso, coronel Manuel Gutiérrez. Las paradojas del destino habían hecho que fuera precisamente un férreo opositor al gobierno de la UP el encargado de dar la alerta en la trinchera oficial. Solo semanas atrás, Gutiérrez, cuyos dos hijos militaban en Patria y Libertad, había sido objeto de la ira gubernamental al ordenar disolver con extraordinaria rudeza una manifestación de izquierda. El gobierno le llamó la atención severamente y lo notificó que su ascenso a general estaba diferido[7].

Lo que desconcertó inicialmente al grupo de asesores de Allende fue que, cumpliendo el programa de la «Operación Unitas», la Escuadra había zarpado rumbo al norte. Pero todo fue un truco: los cruceros Prat y O’Higgins, los destructores Cochrane, Blanco Encalada y Orella, y el submarino Simpson, habían llegado hasta la cuadra de Papudo para regresar a su base y apostarse frente a un Valparaíso ocupado. Solo entonces la tripulación de los barcos fue informada de la conjura.

–Orlando, comuníquese con los comandantes en jefes para saber qué está pasando en Valparaíso –le ordenó Allende a su ministro de Defensa, aún en su cama.

Letelier intentó hablar con el almirante Montero: fue imposible. Llamó a Pinochet: estaba en la ducha, le dijeron. Buscó a Leigh y no lo encontró. Se iba configurando un cuadro alarmante. Finalmente, llamó a su oficina. Esperaba escuchar a su ayudante, el comandante González, pero otra voz lo atendió: la de Patricio Carvajal.

Cuenta Orlando Letelier:

«Tuvo la opción de colgar el teléfono, lo que habría significado que me percatara de que había algo anormal. No lo hizo. Le dije que tenía información de los movimientos de tropas en Valparaíso y del desplazamiento de otras a Santiago. “Mire, ministro, yo creo que es una información equivocada”, dijo. “No, almirante, no tengo ninguna información equivocada”, repliqué. Y ahí dijo tartamudeando: “Voy a tratar de averiguar”. Fue tal su titubeo que tomé el teléfono, lo acerque al oído de mi mujer y le dije en un susurro: “¡Escucha cómo habla un traidor!” Trató de darme mil explicaciones elusivas. Finalmente le dije: “Mire almirante, yo voy de inmediato al ministerio”»[8].

En Tomás Moro, Allende pidió que lo comunicaran con el general Brady. Este le respondió que requerirá información, que no tiene conocimiento de los hechos que menciona.

En Concepción, a las 7:05 horas, los pilotos abordaron los cuatro Hawker Hunter. Veinte minutos después, despegaron de a uno para reunirse en formación de combate y tomar rumbo a Santiago. A 35 mil pies de altura, Mario López Tobar, Libra, trató de escudriñar hacia abajo: solo una espesa capa de nubes.

«Mi corazón galopando como nunca en mi vida. Nada de esto era normal ni previsible. Solo un milagro habría podido detener ese ataque…»

A eso de las 7 horas, en el Ministerio de Defensa, Brady recibió un nuevo llamado de Allende. El Presidente ya sabía de qué se trataban los «rumores». Brady intentó tranquilizarlo.

–Me parece que no quedó satisfecho con mis explicaciones –le dijo Brady apenas colgó a Carvajal, Arellano y Díaz Estrada.

Y tenía razón. Minutos después Allende, enfundado en un suéter de cuello alto y una chaqueta de tweed, abandonó Tomás Moro junto a Augusto Olivares y Joan Garcés. Lo siguieron el jefe de la escolta de Carabineros, capitán José Muñoz, y un grupo del GAP, encabezado por Jaime Sotelo Barrera, más conocido como Carlos Álamos. Partieron a toda velocidad hacia La Moneda. En el camino, Sotelo y Juan José Montiglio (Aníbal) fueron preparando las armas. Entre ellas, había seis ametralladoras AKA, todas ellas regaladas por Fidel Castro al GAP. También tomaron su lugar Óscar Balladares y Manuel Mercado, ambos del GAP, el doctor Danilo Bartulín[9] y el doctor Ricardo Pincheira, integrante del CENOP, más conocido como Máximo.

Hortensia Bussi permaneció en Tomas Moro, bajo la protección de bajo la protección del detective Jorge Fuentes Ubilla[10] y de una escolta a cargo de Domingo Bartolomé Blanco. Bruno había sido miembro fundador del GAP y su jefe desde 1972, cuando el MIR abandonó la seguridad presidencial por diferencias políticas con el gobierno.

El sociólogo Claudio Jimeno, del CENOP, ya había sido advertido por Máximo Pincheira de lo que sucedía. Al igual que todos los miembros del secreto grupo de asesores de Allende, tenía fresco en su memoria el sarcástico comentario hecho por el Presidente el día del «Tanquetazo». Ese 29 de junio, el grupo llegó a La Moneda una vez que la sublevación fue controlada: «¡El CENOP brilló por su ausencia!», les dijo. Se prometieron que no volvería a suceder.

–Gordo, tenemos que irnos de inmediato a La Moneda –le dijo Jimeno a Felipe.

–¿Qué ocurre?

–Hay ruido de sables y ahora la cosa va en serio. Isabel tiene un problema con el auto y no me puede llevar así que me pasas a buscar. Después, recogemos a Jorge (el doctor Jorge Klein).

A las 7:40, Pinochet llegó al comando de tropas de Peñalolén. Lo recibió el general Oscar Bonilla, inquieto por su retraso. Reunió a todos los comandantes y dio inicio a la acción. El mayor Osvaldo Zabala, ayudante del jefe del Ejército, y antes en ese mismo puesto con Prats, le comunicó que estaba en profundo desacuerdo con la decisión adoptada por las Fuerzas Armadas. Fue detenido en una oficina del comando de tropas mientras a su alrededor la adrenalina fluía a raudales.

Orlando Letelier llegó al Ministerio de Defensa para intentar tomar el control de la situación. Arellano fue alertado al instante. Escribió después:

«A las 7:30 horas, llegó el ministro de Defensa Orlando Letelier[11]. Su ayudante, el teniente coronel Sergio González, le manifestó que ya no era ministro y lo lleva a mi presencia. Dispuse su traslado al Regimiento Tacna con una patrulla. Fue el primer detenido del 11 de septiembre».

El jefe del equipo de Investigaciones de la seguridad presidencial, inspector Juan Seoane, había sido despertado por un llamado telefónico desde Tomás Moro con la primera señal de alarma. Llamó de inmediato a sus compañeros. De allí se fue en busca del subinspector Carlos Espinoza, el detective José Sotomayor, el subinspector Fernando del Pino, el detective Juan Collío y el subinspector Douglas Gallegos. Luego de pasar por Tomás Moro y constatar que el Presidente ya había partido a La Moneda, partieron hacia el palacio presidencial. Frente al Hotel Carrera, se les unieron David Gallardo y Luis Henríquez. 18 detectives entraron a La Moneda. Sólo uno de ellos se fue antes de que todo acabara.

Juan Seoane:

«Faltaron solo cuatro. Ellos vieron que la situación era muy difícil y no se atrevieron a enfrentarla. A las 8 horas, cuando ingresamos, el ambiente estaba muy convulsionado, barreras y tanquetas de Carabineros rodeaban el lugar, protegiéndolo. Me presenté de inmediato ante el jefe de la Casa Militar y hablé con el director de Investigaciones, Alfredo Joignant, quien me ordenó permanecer al lado del Presidente. No dudamos un minuto en quedarnos. Ahí estaba el gobierno legalmente constituido que habíamos jurado defender. Lo mismo habíamos hecho el 29 de junio para el “Tanquetazo”. Y ese día nos felicitaron. No éramos héroes, tampoco queríamos inmolarnos por un ideal político. Éramos servidores públicos, con mucho miedo, pero con la claridad suficiente para entender que si abandonábamos nuestro puesto éramos un fraude como policías».

A esa misma hora, el general César Mendoza pasó frente a La Moneda en dirección al Edificio Norambuena. Con estupor contempló el despliegue de las tanquetas de Carabineros en posición de defensa. Entró al edificio en busca de Yovane y le preguntó:

–¿Quién tiene el control de esa fuerza que está en La Moneda?

–Quédese aquí no más. ¡Todo está bajo control! Las tanquetas se retiran cuando yo lo ordene –respondió Yovane, que estaba al mando de la central de radio desde donde se comunicaba por vía interna con Patricio Carvajal, en el comando central en el Ministerio de Defensa.

Allende se encontró en La Moneda con informaciones cada vez más alarmantes. A su lado estaban su secretario Osvaldo Puccio y su hijo Osvaldo, estudiante de Derecho y militante del MIR. A las 7:55 horas, los chilenos se enteraron por la primera alocución de Allende de que algo grave estaba ocurriendo. En las casas los movimientos se congelaron.

–Lo que deseo es que los trabajadores estén atentos, vigilantes, que eviten provocaciones. Como primera etapa, tenemos que ver la respuesta, que espero sea positiva, de los soldados de la patria que han jurado defender el régimen establecido.

Unos partieron raudos a ocupar su puesto de combate, otros comenzaron a experimentar una sensación de alivio y satisfacción: el fin de la Unidad Popular se acercaba.

El general Carlos Prats escuchó, consternado, las palabras de Allende. Instalado en la intersección de Pocuro y Tobalaba, en el departamento de su amigo, el general Ervaldo Rodríguez, agregado Militar en Washington, ya no se despegaría del receptor de radio.

A las 8 horas, Valparaíso estaba totalmente controlado por la Marina. Merino lanzó su primera proclama:

«Las Fuerzas Armadas no pueden permanecer impasibles ante el derrumbe de nuestra Patria. Este no es un Golpe de Estado, solo se persigue el restablecimiento de un Estado de Derecho. No tenemos compromiso, solo gobernarán los más capaces y honestos. Estamos formados en la escuela del civismo, del respeto a la persona humana, de la convivencia, de la justicia, del patriotismo…».

En la Escuela Militar, y cuando el reloj de su despacho marcó las 8 horas, Benavides le ordenó a su jefe de Estado Mayor, el coronel José Domingo Ramos, que citara a reunión a todo el cuartel general. Ramos vio llegar en pocos minutos a los casi 20 oficiales en estado de excitación. A Ernesto Videla ya lo conocía como un excelente oficial. Pensó que era un buen refuerzo enviado por la Academia de Guerra. Se hizo silencio y Benavides comenzó a hablar:

–Las Fuerzas Armadas, a partir de ahora, se hacen cargo del país. Desde este momento somos gobierno. Esta operación está en marcha desde las primeras horas de esta mañana, ya más tarde ustedes sabrán de qué se trata. En todas las unidades del país están dadas las órdenes para que tomen las gobernaciones, las intendencias y se hagan cargo de todas las oficinas y dependencias del gobierno. Si hay alguien que quiera decir algo, este es el momento porque no daremos ni un paso atrás.

Ramos miró a su alrededor. Nadie abrió la boca.

–Pido la palabra –dijo.

Benavides hizo salir a todos. Ramos habló:

–Mire, mi general, no comparto la solución que se ha adoptado para los problemas nacionales. Si me hubieran preguntado una semana antes, yo habría dado todas mis razones y habría explicado las formas de actuar en un caso así, porque para eso nos han preparado, para eso tenemos una profesión y una especialización en el mando. Pero ahora que usted ha dicho que no darán ni un paso atrás, todo lo que tendría que decir ya no tiene sentido. Mi general, disponga de mí, porque no lo voy a acompañar. Este no es el camino, va en contra de mis principios y de los de la institución, los de no intervención en la política nacional.

Benavides solo dijo:

–¡Se acepta su retiro, coronel! ¡Puede entregar su cargo!

Luego le ordenó que pasara a una pieza lateral. Ramos entendió que eso significaba quedar detenido.

–No, no iré a ese despacho. Solo pido hacer entrega inmediata de mi puesto.

Minutos después, Ramos llamó a su esposa y le pidió que le enviara el único traje de civil que colgaba en su armario. En su oficina ya estaba el comandante Roberto Soto Mackeney, su reemplazante. Poco después, abandonó a pie la Escuela Militar. No imaginó que era también el corte definitivo con su «familia militar».

A las 8:20 horas, Allende habló nuevamente al país. Aún tenía la esperanza de que la sublevación solo estuviera circunscrita a la Armada y a Valparaíso, y que la concentración masiva de trabajadores en las industrias ocupadas hiciera dudar a quienes querían desatar la masacre. En esos mismos momentos, los Hawker Hunter habían llegado al sector de Maipú para iniciar una penetración rápida rumbo a la radio Corporación. Bajaron a más de 15 mil pies por minuto y cruzaron la espesa capa de nubes. Entre los cinco y los seis mil pies, los cuatro aviones que volaban casi ala con ala, se abrieron para dirigirse cada uno a su blanco bajo el mando del Libra:

–¡Distancia de tiro! –ordenó López Tobar. Apretó el disparador y ocho cohetes buscaron el objetivo, que voló en pedazos.

–¡Libra Líder a Control Gato! La Corporación ya está totalmente fuera del aire, cambio…

–Recibido Libra líderLibra 2 también ya batió su blanco. Falta saber del 3 y 4. Deme su posición y altura Libra líder. Cambio…

–Estoy orbitando sobre el centro a 20 mil pies. ¿Qué ha pasado?

–La resistencia ha sido casi nula, pero el Presidente todavía está en La Moneda. Hay gente disparando desde allí y también desde el techo del edificio del Banco del Estado y de algunos ministerios. Pero eso es asunto de los militares que están en el lugar. Los UH-1H (helicópteros) del Grupo 10 se encargarán de los que están en las techumbres.

En los estudios de radio Corporación los locutores Sergio Campos y Julio Videla, buscaban frenéticamente junto a Erick Schnacke, cómo seguir en el aire. Radio Magallanes continuaba llamando a los chilenos a que defendieran el gobierno y permanecieran en sus puestos de trabajo. Campos y Videla concentraron sus ataques en la Armada, la única que, hasta ese minuto, había anunciado la sublevación.

En Valparaíso, atracado al molo, un barco cubano descargaba azúcar cuando su capitán se percató de lo que ocurría. Sin dudar ordenó zarpar arrastrando las grúas que hacían la descarga. La alarma se encendió en el cuartel de Merino. Algunos oficiales se convencieron de que Carlos Altamirano y algunos «connotados marxistas» habían escapado a bordo y ordenaron salir a la caza de la nave. No obstante la orden precisa que se impartió, el comandante en jefe de la Escuadra y un comandante de buque, no reaccionaron con prontitud. Su negligencia sería duramente sancionada con posterioridad.

A las 8:30 horas comenzó la guerra.

Diez minutos después, el teniente coronel Roberto Guillard abrió el fuego a través de las ondas de radio Agricultura. Desde su comando, en el quinto piso del Ministerio de Defensa, transmitió la primera proclama del Golpe:

«…Teniendo presente: primero, la gravísima crisis social y moral por la que atraviesa el país; segundo, la incapacidad del gobierno para controlar el caos; tercero, el constante incremento de grupos paramilitares entrenados por los partidos de la Unidad Popular que llevarán al pueblo de Chile a una inevitable guerra civil, las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile…»

Los movimientos en las calles, oficinas, industrias, universidades y en las casas volvieron a petrificarse. La voz de Guillard surgió más intimidatoria cuando anunció las exigencias de Pinochet, Leigh, Merino y Mendoza:

–Primero, que el señor Presidente de la República debe proceder de inmediato a la entrega de su alto cargo a las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile. Segundo, las Fuerzas Armadas y el Cuerpo de Carabineros de Chile están unidos para iniciar la responsable misión de luchar por la liberación de la patria del yugo marxista y la restauración del orden y la institucionalidad. Tercero, los trabajadores de Chile deben tener la seguridad que las conquistas económicas y sociales que han alcanzado hasta la fecha no sufrirán modificaciones en lo fundamental. Cuarto, la prensa, las radioemisoras y canales adictos a la Unidad Popular deben suspender sus actividades informativas a partir de este instante, de lo contrario recibirán castigo aéreo y terrestre.

–El pueblo de Santiago debe permanecer en sus casas a fin de evitar víctimas inocentes –fue la orden final.

El general de la FACH, Alberto Bachelet, quien era secretario Nacional de Distribución desde enero de ese año, fue encañonado por su compañero, el general del aire Orlando Gutiérrez. Junto a los comandantes Raúl Vargas y Edgar Ceballos, le notificó su arresto. El primero lo despojó en forma violenta de su arma de servicio y el segundo arrancó los teléfonos de la pieza. Junto a otros prisioneros, fue llevado al subterráneo de la Academia de Guerra Aérea. «Nos ataron las manos, nos vendaron los ojos y pusieron una capucha en la cabeza. Debíamos permanecer de pie, sin movernos y sin hablar. Quien no lo hiciera recibiría un balazo en las piernas», relataría más tarde.

En el Parque Forestal, los CENOP Felipe, su esposa, Jimeno y Klein iban en su auto con destino a La Moneda. Al ver que patrullas militares fuertemente armadas desembocaban desde todos los costados para copar el sector, decidieron detener el vehículo para continuar a pie. Jimeno y Klein se bajaron primero.

–Estaciono y me encuentro con ustedes –les avisó Felipe.

Los vio hacerle un gesto cariñoso con la mano y Felipe se dio vuelta para despedirse de su mujer:

«Cuando la miré su rostro había cambiado. “¡Tú, huevón, no vas a ninguna parte! Te devuelves conmigo!”, me dijo. La discusión fue terrible y en el lugar y momento menos adecuado. Ella repetía: “¡No me puedes dejar sola aquí!” Y su rostro reflejaba toda la desesperación del momento… Me quedé junto a ella…».

Cuando Jimeno y Klein traspasaron la puerta de La Moneda, la dirección del PS, encabezada por Carlos Altamirano, ya estaba reunida en la sede de la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU), a pocos metros del alto mando del Golpe. Junto a Altamirano, se encontraban Carlos Lazo, Adonis Sepúlveda, Rolando Calderón, Ariel Ulloa y Hernán del Canto. En contacto con ellos, pero en otro lugar de Santiago, estaba Arnoldo Camú. Un reducido grupo de socialistas lo conocía como el comandante Agustín, responsable de la política militar de ese partido. Los hombres evaluaban la situación. Camú estaba en comunicación con Eduardo Coco Paredes y Ricardo Pincheira, Máximo, instalados en La Moneda y con el grupo del GAP que aún permanecía en Tomás Moro. Y además, impartía instrucciones activando el dispositivo de seguridad, el que contemplaba en INDUMET, industria metalúrgica del «Cordón San Joaquín», intervenida por el Estado, un grupo de resistencia importante. Pero Camú sabía de sus precarias capacidades. La dirección socialista creía que lo mejor era que Allende saliera de La Moneda. Se decidió enviar a Hernán del Canto a conversar con él para saber cuál era su disposición.

En La Moneda, Allende escuchó la primera proclama golpista y reaccionó de inmediato con un nuevo mensaje por las ondas de las radios Magallanes y Corporación, la que había logrado salir al aire a través de la antena de frecuencia modulada. Su voz sonó tranquila:

–En ese bando se insta a renunciar al Presidente de la República. No lo haré. Notifico ante el país la actitud increíble de soldados que faltan a su palabra y a su compromiso. Hago presente mi decisión irrevocable de seguir defendiendo a Chile en su prestigio, en su tradición, en su norma jurídica, en su Constitución…

A las 9:15 horas, Arellano recibió el primer informe de provincia. Era de San Antonio. La voz del teniente coronel Manuel Contreras sonó triunfante:

–Ciudad tomada, mi general. Todos los interventores presos. Ya tengo habilitada una cárcel de hombres y otra de mujeres, y también están ocupadas.

En ese preciso momento, el líder de los Hawker Hunter recibió nueva orden:

Libra líder, este es Gato. Pasé por Los Cerrillos y aterrice allí. Cambio.

A las 9:20 horas, Libra y su equipo aterrizaron en Cerrillos. Media hora antes, en La Moneda, se había producido un hecho que adquirió ribetes dramáticos.

Cuando Miria Contreras (la Payita) fue alertada esa mañana del Golpe en marcha, bajó rápidamente de «El Cañaveral», en su pequeño Renault blanco, acompañada de su hijo Enrique Ropert, estudiante de Economía de 20 años y militante del Partido Socialista. Cuando llegó a la residencia de Tomás Moro, supo que el Presidente ya había partido a La Moneda. Pidió, entonces, que diez miembros de la guardia privada (GAP), se trasladaran con ella al palacio de gobierno. Domingo Blanco Tarres (Bruno), decidió que era el momento de partir y escogió su grupo. El veloz recorrido por las avenidas Apoquindo, Providencia y Alameda terminó a pocos metros de la meta: la puerta de Morandé 80.

La Payita descendió presurosa. Se escuchaban disparos. Segundos después, un grupo de carabineros de las Fuerzas Especiales que acaba de pasarse a las fuerzas sublevadas, a cargo de los tenientes José Martínez Maureira y Patricio de la Fuente, irrumpió por el costado del edificio de la Intendencia y rodearon la camioneta y el pequeño auto que conducía Enrique Ropert.

Cuando Miria volvió la cabeza para mirar a su hijo, observó con horror que éste era sacado con brutalidad del auto por el grupo armado. Giró sobre sus pasos para intentar liberarlo, fue imposible. Gritos y forcejeos fueron inútiles. Impotente, vio cómo los sublevados lo arrastraban junto al grupo y se internaban en el edificio de la Intendencia. Por esa puerta vio desaparecer a su hijo, y a Domingo Blanco junto a los GAP, Juan Garcés Portigliatti, Oscar Marambio Araya, Jorge Orrego González, William Ramírez Barría, José Carreño Calderón, Carlos Cruz Zavala, Luis Gamboa Pizarro, Gonzalo Jorquera Leyton y Edmundo Montero Salazar.

Miria ingresó al garaje presidencial, al frente de la puerta de Morandé 80, y desde allí se comunicó con el palacio. Habló con Eduardo Coco Paredes. La desesperación aumentaba minuto a minuto. Paredes le dijo que el Presidente, informado de los hechos, le pedía que subiera a su despacho para desde allí actuar. La puerta de Morandé ya estaba cerrada herméticamente. Ingresó por la puerta principal de La Moneda. En el camino, se cruzó con el edecán Naval de Allende. Le pidió ayuda. Ambos regresaron hacia la Intendencia. Pero ya en la calle, el marino desistió. En pocos minutos, ella estaba con Allende y, enfrente, el general José María Sepúlveda, general director Carabineros. Conseguir la liberación de Enrique Ropert y los jóvenes del GAP, fue la petición.

Sabiendo que la vida de su hijo y de once jóvenes estaba en riesgo y que debía rescatarlos, la Paya no esperó. Volvió a salir del palacio y solo el general Urrutia –segundo al mando de Carabineros– aceptó realizar la gestión. Pocos minutos después, volvió cabizbajo: «Lo siento, pero ya no obedecen a mi general Sepúlveda. Solo reciben órdenes del general Mendoza».

La Payita volvió a entrar a La Moneda por la puerta principal. Las puertas se cerraron…

Quien sí pudo llegar a La Moneda fue el socialista Hernán del Canto. El recibimiento de Allende no fue cálido. El Presidente tenía encontrados sentimientos en esos momentos en que las tanquetas de Carabineros, las que creía comandaban tropas leales al gobierno, giraron iniciando la retirada. A ello se agregó la noticia de la detención de Bruno con el grupo del GAP y el hijo de Miria Contreras. Ya no había duda: el cerco se cerraba alrededor suyo y de los hombres que habían decidido resistir a su lado.

Por las ondas de radio Magallanes las voces del Quilapayún rasgaban el aire con El pueblo unido jamás será vencido y luego la proclama de la CUT.

–¡A parar el Golpe fascista!

Hubo un corte extraño y luego irrumpió por tercera vez esa mañana la voz de Allende.

Su tono siguió sereno pero el acerado metal de su voz delataba hasta dónde llegaría.

–En estos momentos pasan los aviones. Es posible que nos acribillen. Pero que sepan que aquí estamos, por lo menos con nuestro ejemplo, que en este país hay hombres que saben cumplir con su obligación…

Patricio Carvajal llamó a La Moneda. Pidió hablar con Allende. Le reiteró lo que ya le había comunicado su edecán Aéreo, Roberto Sánchez: dispone de un avión para salir del país con su familia.

–¡El Presidente no se rinde!

Por la puerta lateral entró a La Moneda el edecán Sánchez, el único de los tres que había estado junto a Allende desde el inicio de su mandato. En un pasillo se juntó con los otros dos edecanes: el teniente coronel Sergio Badiola, del Ejército, y por la Armada, el comandante de fragata Jorge Grez. Les habían ordenado insistir en el ofrecimiento del avión. Los colaboradores y escoltas de Allende intentaron impedir que se quedaran a solas con él. Pero la voz de mando del Presidente hizo retirarse a sus hombres.

–Si no acepta, Presidente, la Fuerza Aérea bombardeará el palacio.

Así terminó su discurso uno de los edecanes. El silencio fue atroz, hasta que lo rompió Allende:

–Díganles a sus comandantes en jefes que no me voy de aquí y no me entregaré. Si quieren mi renuncia que me la vengan a pedir ellos mismo aquí. Que tengan la valentía de hacerlo personalmente. No me van a sacar vivo, aunque bombardeen.

El edecán Sánchez diría más tarde:

-Allende tenía en sus manos una metralleta. Apuntó a su paladar y nos dijo: «Sí, me voy a suicidar, porque a mí no me sacan vivo de aquí». Me miró y dijo: «Le agradezco, comandante Sánchez, el ofrecimiento, pero dígale al general Leigh, que no voy a ocupar el avión ni me voy a ir del país ni me voy a rendir». Eran como las 10 de la mañana…[12].

El Presidente se despidió de sus tres edecanes, los que abandonaron sin problemas La Moneda. Carvajal fue informado de inmediato del resultado de la gestión. Por el conducto interno, se comunicó con el jefe del Ejército:

–Tú sabes que este gallo es chueco. Es al revés la cosa. Si él quiere va al ministerio a entregarse a los tres comandantes en jefes –dijo Pinochet.

–Yo hablé personalmente con él. Lo intimé a rendición a nombre de los comandantes en jefes y me contestó una serie de garabatos –dijo Carvajal.

–Quiere decir que a las 11 se van para arriba y van a ver qué va a pasar.

–Si las mujeres evacuan La Moneda va a ser fácil asaltarla.

–Una vez bombardeada por la vía aviación, la asaltamos con el Buin y la Escuela de Infantería. Hay que decirle así a Brady…[13]

Poco después de las 10 de la mañana, despegaron hacia Concepción los cuatro Hawker Hunter. Pero al sobrevolar Constitución, Libra recibió un llamado urgente de Gato. El general Leigh había dispuesto el ataque aéreo a La Moneda y a la casa presidencial de Tomás Moro. Cuando aterrizaron en Concepción, se abocaron a preparar el ataque.

Libra relató:

«Uno de los pilotos me dijo que se deberían emplear cohetes y no bombas dada la proximidad de edificios altos en el área céntrica. Estuve de acuerdo porque si se lanzaban bombas la destrucción sería total y las esquirlas alcanzarían a todos los edificios cercanos, por lo que la posibilidad de muchos muertos y heridos era muy factible. Entonces, concordé que la decisión involucraba el uso de Sura P-3, arma anti blindaje y capaz de perforar las gruesas paredes del edificio. Dos aviones atacarían La Moneda y otros dos Tomás Moro. El ataque a la Moneda sería de norte a sur y el de Tomás Moro de oeste a este».

En el Ministerio de Defensa se impartieron las últimas instrucciones para dejar listo el blanco a los Hawker Hunter. A través de la cadena de radios golpistas, la voz de Guillard irrumpió con un nuevo bando militar y un ultimátum:

–Si no hay rendición La Moneda será bombardeada a las 11 de la mañana…

El grupo de detectives que permanecía en La Moneda se enteró que los tres edecanes presidenciales se habían retirado del palacio, pero que la gran mayoría de los carabineros que formaban la escolta presidencial seguía en su puesto, encabezados por su director, el general José María Sepúlveda. Afuera, las tropas comandadas por el general Javier Palacios habían tomado posición.

El fuego se inició.

La defensa del palacio replicó.

Allende recorrió todas las dependencias dando órdenes.

–Si quieren abandonar el lugar, éste el momento, pero dejen sus armas. ¡Las vamos a necesitar! –le dijo al general Sepúlveda.

Un oficial trajo cascos y metralletas. El jefe de la escolta de Carabineros, José Muñoz, le entregó su casco al Presidente. En el salón rojo, el suboficial Jorquera, ayudante del edecán aéreo, le dio al secretario del Presidente un número telefónico.

–Comuníquese con el comandante Badiola.

Querían transmitir un nuevo recado: rendición inmediata y que Allende fuera a hablar con la Junta al Ministerio de Defensa. Puccio le pidió a Badiola que esperara y le informó a Allende.

–Un Presidente de Chile no se rinde y recibe en La Moneda. Si Pinochet quiere que vaya al ministerio, ¡que no sea maricón y que venga a buscarme personalmente! –le dijo a Puccio que respondiera.

El inspector Seoane se inquietó al enterarse que los jefes de Carabineros también se retiraban. De pronto, escuchó que Allende lo llamaba:

«Estaba en el salón Toesca, sentado sobre una mesa grande. Me dijo que yo y mi gente podíamos retirarnos. Insistió en que debía informar a mis hombres, que estaban liberados. Cuando le dije que me quedaría, respondió algo así como que sabía que esa sería mi decisión. No fue nada grandilocuente. Transmití el mensaje a la dotación y todos decidieron quedarse. Sin grandes palabras, sin melodramas: estábamos cumpliendo con nuestro deber. Ya éramos 17 pues uno de los nuestros se había retirado. Después supe que lo habían visto en una patrullera llorando».

El detective Luis Henríquez:

«Si había alguien que tenía muy claro lo que venía y lo que tenía que hacer, ése era el Presidente. No lo vi en ningún momento titubear y tampoco flaquear. Cuando Seoane nos dijo que el Presidente nos dejaba en libertad de acción, pero que nuestra misión nos obligaba a permanecer en el palacio hasta las últimas consecuencias, nadie dudó. Escuché a Garrido argumentar que con qué cara nos íbamos a presentar ante nuestras familias y compañeros si abandonábamos nuestra misión. La opinión y certeza de los más antiguos primó. Nos quedamos todos».

La partida de los carabineros provocó un súbito silencio. Luego, nuevamente la balacera.

El cerco ya era casi total.

El general Sergio Arellano, en su puesto de comando, seguía atentamente la retirada de las tanquetas de Carabineros:

La coordinación con Carabineros fue muy importante. La evacuación de la Guardia de La Moneda se coordinó con el general Yovane. Ella tuvo que hacerse con mucha habilidad ya que no se podía despertar sospechas entre los extremistas y los GAP que habían emplazado armas automáticas en los principales puntos del palacio. Yo apuraba a Yovane porque el ataque de los aviones Hawker Hunter y después el ataque final de mis fuerzas no podía dilatarse más. Por pequeños grupos los carabineros fueron abandonando La Moneda y se dirigían al edificio de la Intendencia de Santiago. Para ello se aprovechó la llegada a la zona de los primeros tanques. Había transcurrido una hora más o menos, y ya estábamos en pleno combate, cuando avanzaron tres tanquetas de Carabineros hasta Morandé 80 creando gran confusión. Se expusieron al fuego de los francotiradores y de nuestras propias tropas. A través del intenso tiroteo se vio que alguien subía a una de las tanquetas, después de lo cual abandonaron rápidamente el lugar. A los pocos momentos, la unidad que cubría el sector Alameda con Manuel Rodríguez me llamó por radio: tenían detenidas a las tres tanquetas y en una de ellas iba el general de carabineros José María Sepúlveda, la que había sido sacado de La Moneda por orden de Yovane. De inmediato llamé a Yovane para hacerle ver el riesgo innecesario que se había corrido por no coordinar esa acción y exponernos a un choque entre Carabineros y Ejército por un hombre que no lo merecía[14].

En INDUMET, su interventor, el economista socialista y de nacionalidad ecuatoriana, Sócrates Ponce, casado con una hija del general de Carabineros Rubén Álvarez, habló ante la asamblea de trabajadores. Les informó lo que estaba ocurriendo y les dijo que habían decidido resistir, pero que los que quisieran irse podían hacerlo de inmediato. Menos de cien hombres permanecieron en sus puestos.

En La Moneda alguien habló con el edecán Badiola, quien estaba en el Ministerio de Defensa y ofreció parlamentar para detener el bombardeo. Carvajal se comunicó con Pinochet y escuchó en boca de éste:

–Rendición incondicional. Nada de parlamentar. ¡Rendición incondicional!

–Muy bien. Conforme. Rendición incondicional en que se lo toma preso, ofreciéndole nada más que respetar la vida, digamos…

–La vida y su integridad física y enseguida se lo va a despachar a otra parte.

–Conforme. O sea que se mantiene el ofrecimiento de sacarlo del país.

–Se mantiene el ofrecimiento de sacarlo del país. Y el avión se cae, viejo, cuando vaya volando…

Carvajal se rió.

En La Moneda no había lugar para la distracción. Allende fue hacia su escritorio y tomó el teléfono de magneto.

–Aló, Aló, radio Magallanes –repitió varias veces.

En el sexto piso del edificio ubicado en calle Estado 235, los periodistas Guillermo Ravest y Leonardo Cáceres, más el radio controlador Amado Felipe, intentaban sustraerse al peligro inminente de un asalto a las oficinas, para mantenerse en el aire. Todas las demás radios partidarias del gobierno habían sido silenciadas. Sólo quedaban ellos. Ravest, levantó el teléfono. Escuchó la voz del Presidente:

– Necesito que me saquen al aire, inmediatamente compañero…

– Deme un minuto para ordenar la grabación…

– No, compañero. Preciso que me saquen al aire inmediatamente, no hay tiempo que perder…

Guillermo Ravest:

-Sin sacarme la bocina de la oreja, grité a Amado Felipe que instalara una cinta para grabarle y a Leonardo Cáceres, que corriera al micrófono a fin de anunciar al Presidente, a quien le pedí: “Cuente tres, por favor, compañero, y parta”. Pese al nerviosismo de esos instantes, Amado Felipe –un gordo hiperkinético y jovial, hijo de refugiados españoles- tuvo la sangre fría de empezar a difundir al aire los primeros acordes de la Canción Nacional, a los que se mezcló la voz de Leonardo Cáceres, anunciando al Presidente constitucional[15].

Alrededor de Allende se fueron congregando cerca de 40 personas. A su lado estaba su hija Beatriz (Tati). Allende no tenía ni un solo texto en sus manos. Eran casi las diez de la mañana cuando por la onda de radio Magallanes surgió una voz.

–Aquí habla el Presidente…

Y esa voz fue como un aguijón en medio de los estruendos:

«Compatriotas: es posible que silencien las radios, y me despido de ustedes. Quizás esta sea la última oportunidad en que me pueda dirigir a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Portales y Radio Corporación. Mis palabras no tienen amargura sino decepción y serán ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron, soldados de Chile, comandantes en jefes titulares, el almirante Merino, que se ha autoproclamado, el general Mendoza, general rastrero que solo ayer manifestara su solidaridad, también se ha denominado Director General de Carabineros».

«Ante estos hechos solo me cabe decirles a los trabajadores: yo no voy a renunciar. Colocado en un trance histórico pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos no podrá ser segada definitivamente. En nombre de los más sagrados intereses del pueblo, en nombre de la patria, los llamo a ustedes para decirles que tengan fe. La historia no se detiene ni con la represión ni con el crimen. Esta es una etapa que será superada. Este es un momento duro y difícil; es posible que nos aplasten. Pero el mañana será del pueblo, será de los trabajadores. La humanidad avanza para la conquista de una vida mejor».

«Trabajadores de mi patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que solo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la Ley, y así lo hizo».

«Es este el momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes. Pero que aprovechen la lección. El capital foráneo, el imperialismo unido a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la que señaló Schneider y reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas esperando con mano ajena conquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios. Me dirijo sobre todo a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que creyó en nosotros, a la obrera que trabajó más, a la madre que supo de nuestra preocupación por los niños. Me dirijo a los profesionales de la patria, a los profesionales patriotas, a los que hace días están trabajando contra la sedición auspiciada por los colegios profesionales, colegios de clase para defender también las ventajas de una sociedad capitalista».

«Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron y entregaron su alegría y su espíritu de lucha. Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos, porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente, en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando las vías férreas, destruyendo los oleoductos y los gaseoductos, frente al silencio de los que tenían la obligación de proceder. Estaban comprometidos. La historia los juzgará».

«Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa, me seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes, por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal con la patria. El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco debe humillarse».

«Trabajadores de mi patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile!, ¡viva el pueblo!, ¡vivan los trabajadores!».

«Estas son mis últimas palabras, teniendo la certeza de que el sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una sanción moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición».

-No hay más, compañero, eso es todo –le dijo Allende a Ravest, al finalizar.

 

[1] Entrevista póstuma que le hizo el equipo de la Universidad Finis Terrae.

[2] Según cuenta Federico Willoughby en su libro La Guerra, estando informados desde el principio del desarrollo del Golpe y de su fecha, los estudios de la radio, ubicados en pleno centro de la capital, fueron blindados por expertos alemanes que les envió Paul Schäffer, líder de Colonia Dignidad. La seguridad también estaba a cargo de un equipo de Schäffer.

[3] Alvaro Puga (Alexis), se convertiría en subsecretario de Gobierno e integrante del Departamento Sicológico de la DINA. Llegó ese día 11 en reemplazo de Carlos Ashton, ex oficial de la Armada y director de radio Agricultura, quien sería inmediatamente después del Golpe, jefe de Comunicaciones de la Cancillería, desde donde jugaría un rol en los momentos que asesinan al general Carlos Prats y su esposa en Buenos Aire (1974). Márquez de la Plata fue ministro de Pinochet y hasta hoy sigue integrando los grupos de apoyo a Pinochet y a los militares que dieron el Golpe. Recuperada la democracia, Sergio Romero fue senador por Renovación Nacional y en 2010, fue nombrado embajador en España por el Presidente Sebastián Piñera.

[4] Del libro El 11 en la mira de un Hawker Hunter, del general Mario López Tobar, Libra.

[5] Reportaje publicado en el diario Clarín de Argentina, el domingo 5 de septiembre de 1999.

[6] Cortés Villa llegó a general y en toda su carrera fue uno de los oficiales favoritos de Pinochet. Cuando éste se fue a retiro en 1998, se incorporó a la Fundación Pinochet de la cual fue secretario ejecutivo por largo años. Sigue siendo uno de sus directivos.

[7] Entrevista al general Arturo Yovane de revista Cosas. El coronel Manuel Gutiérrez fue llamado a retiro poco después del Golpe y no llegó a general.

[8] De la grabación que hizo relatando sus últimos diez días como ministro de Defensa.

[9] Danilo Bartulí, médico y amigo personal de Allende, quien también era amigo de sus padres que vivían en Chiloé.

[10] El detective Jorge Fuentes Ubilla logró sacar a Hortensia Bussi de Tomás Moro, en medio del bombardeo, por un pasaje posterior.

[11] En la puerta lo detiene el oficial de Inteligencia de la Armada Daniel Guimpert, quien se integró a la comisión del Estado Mayor de la Defensa Nacional que encabezó Nicanor Díaz Estrada y desde allí fabricó las confesiones del obrero socialista Luis Riquelme para inculparlo del asesinato del Edecán Naval de Allende, Arturo Araya.

[12] Entrevista en revista Análisis Nº 194.

[13] De la transcripción de las grabaciones secretas del Golpe, que reveló revista Análisis Nº 122, del 24 de diciembre de 1985.

[14] Extracto de lo que el general Sergio Arellano escribió en su agenda sobre lo que ocurrió el día 11 de septiembre de 1973.

[15] Relato del periodista Guillermo Ravest, publicado en revista Rocinante Nº 58, de agosto de 2003, junto con un testimonio del periodista Leonardo Cáceres, a la época director de prensa de Radio Magallanes.

 

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Comentarios (11)

RONALD SEPULVEDA VERDUGO07.09.2013

El capitulo solo confirma una cosa: la actitud asolapada de Pinochet sobre su posición política y la subida a ultima hora, cuando el golpe ya estaba decretado.

CHRISTIAN MARTIN09.09.2013

Mis padres en un bando y luego presos… Días de pena y amargura, sin perdón ni olvido.

NEPO DE LA TORRE11.09.2013

Quisiera saber donde conseguir el libro en Buenos Aires, desde ya muchas gracias

JAVIER SÀNCHEZ13.09.2013

He leido muy buenos comentarios del libro, pero en Colombia, donde se puede conseguir?. Felicito a su autora.

LUIS NUÑEZ28.10.2013

militares descarados. "valientes" contra civiles indefensos, aquí por que no actuó los DD.HH ?Todo fue orquestado y financiado y planificado por  Nixon y Kissinger. Como sería el sufrimiento de las familias en Chile  que pasaron por esas manos genocidas?  

JAIME04.01.2014

ESTA LIBRO, QUE ACABO DE TERMINAR DE LEER, ES EL TIPICO LIBRO COMERCIAL, DE LA AUTORA MONICA GONZALEZ, DIRIGIDO AL POPULISMO COMPRADOR, ANSIOSIO DE ESCUCHAR AVENTURAS E HISTORIAS QUE LOS FAVORESCAN, ENTRETENGA Y LES DE UNA RAZON QUE NO TIENEN Y TOTALMENTE ALEJADA DE LA REALIDAD. QUEDA CLARAMENTE EXPRESADA LA TENDENCIA DE IZQUIERDA DE LA AUTORA Y LA NADA DE IMPARCIALIDAD EN SUS ESCRITOS. UN SOLO EJEMPLO ¿POR QUE LA AUTORA OMITE ENTREGAR DETALLES DEL PORQUE SE SUICIDO EN LA MONEDA EL 11 DE SEPTIEMBRE, EL GRUPO LLAMADO "GAP INTELECTUAL"? …..EL QUE TIENE LAS MANOS LIMPIAS Y LA CONCIENCIA TRANQUILA, SI TIENE QUE MORIR…MUERE COMBATIENDO…EL QUE TIENE ALGO QUE OCULTAR Y LA VERGUENZA, POR LOS ACTOS COMETIDOS EN SU VIDA PERSONAL, QUE SALDRA A LA LUZ PUBLICA, NO SOPORTARA LA VERGUENZA QUE VENDRA…NO QUERRA VIVIR PARA SOPORTARLA….AL QUE LE QUEPA..QUE SE LO PONGA…

JAIME04.01.2014

TIPICO LIBRO COMERCIAL, DIRIGIDO A LA MASA COMPRADORA. POCO OBJETIVO, POCO IMPARCIAL Y FANTASIOSO, MUY LEJOS DE LA REALIDAD DE LA EPOCA. ESCRITO DE TAL FORMA SOLO PARA ASEGURAR SU VENTA Y EXITO ECONOMICO DE LA AUTORA. EL QUE QUIERA LEER UNA NOVELA DE CIENCIA FICCION O UNA NOVELA DE GUERRA Y ESPIAS, BUSQUE ALGO MAS ENTRETENIDO.

PABLO05.06.2014

El mismo resumen está lleno de imperfecciones históricas con el fin de motivar una lectura casi al borde de la ficción. No tiene más asidero histórico que "adiós al séptimo de linea". Fantasía pura en los detalles a fin de vender un hecho histórico general.

CLAUDIO JEMIO30.08.2014

Jaime, Pablo, es facil hacer un comentario en el anonimato. Y ojo que son los únicos de todos los que han comentado que no utilizan sus nombres y apellidos.

ARIELA GONZALEZ12.09.2014

Un documento histórico, preciso, bien documentado. Excelente. Felicitaciones a su autora Mónica González. Una consulta : el Señor Claudio Gimeno mencionado aquí era mi primo. Nunca supimos cómo murió, ni dónde, nada. ¿Tendrá Ud más información al respecto? Gracias

GUILLERMO25.12.2014

¿Alguien puede negar el caos? cuando leo estos relatos me doy cuenta que la política es lo mas sucio que pueda existir.. frases como: "Rama militar del partido socialista" "Grupo secreto de amigos del presidente", "Desafuero de Altamirano", etc… me da terror. Decir: "Valientes soldados que juraron defender la patria" es un chantaje emocional total… es como ir a la guerra y llevar niños de escudo y acusar al oponente que dispara contra niños. Increíblemente se leen los mismos nombres de políticos actuales… esos mismos "revolucionarios" que después de decenas de años aun no cambian las AFP e Isapres, los mismos nombre que no dan garantías a los trabajadores. ¿Pudo el ex presidente Allende haber tenido ideas innovadoras y benéficas para la gente? SI… pero sus asesores eran los mismo de hoy… ratas cobardes que partieron al exilio y hoy, gracias a eso, son burgueses. La UP, fue una ideología errónea y fuera de lugar. Aun podemos ver al Sr. Patricio Aylwin pidiendo intervención militar… después primer presidente en democracia… resumen: POLITICOS INEPTOS DE AYER.. HOY Y SIEMPRE.

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Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) Chile

Fuente :atom.ippdh.mercosur.int, 1 de Agosto 2014

Categoría : Otra Información

Inmediatamente después del golpe del 11 de septiembre de 1973, se le entregó al General Nicanor Díaz Estrada, de la Fuerza Aérea, la responsabilidad de efectuar la coordinación entre los distintos organismos de seguridad pertenecientes a las distintas ramas de las Fuerzas Armadas (FF.AA.) y que hasta ese momento funcionaban en forma autónoma. Con este fin, Díaz Estrada reunió a los directores de los diferentes organismos – el Servicio de Inteligencia Militar (SIM), el Servicio de Inteligencia Naval (SIN), el Servicio de Inteligencia de Carabineros (SICAR) y el Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea (SIFA) – y asignó las tareas prioritarias para cada servicio en relación a la represión de la izquierda.

Como parte de este proceso, el teniente coronel de Ejército Manuel Contreras Sepúlveda impulsó la creación de un organismo por sobre los distintos servicios de inteligencia que estaría a cargo de organizar la elaboración de información y la labor represiva. Antes de obtener el acuerdo de los jefes de las distintas ramas de las FF.AA, el teniente coronel Contreras ya había comenzado a solicitar las plantas de personal de aquellas instituciones.

Existían dudas en cuanto a la creación de la incipiente Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) dado que este organismo carecía de entidad jurídica y además significaría la pérdida de importancia relativa de los otros servicios de inteligencia.

Sin embargo, la Junta militar, y en especial el general Augusto Pinochet, optaron por apoyar la iniciativa, y a fines de noviembre de 1973, Contreras recibió el personal que había solicitado – oficiales y soldados seleccionados – en el regimiento de Tejas Verdes que estaba en ese entonces bajo su comandancia. Entretanto, la incipiente DINA ya había asumido la tarea de interrogar, clasificar y separar a los detenidos de algunos de los principales recintos de detención que existían en aquel momento. Entre ese período y junio de 1974, la DINA entrena a su personal y realiza acciones represivas efectivamente.

Entre 1974 (oficialmente) y 1977, la DINA se hizo cargo del trabajo represivo del Estado chileno bajo el mando del entonces jefe de la Junta Augusto Pinochet. De acuerdo a la Doctrina de Seguridad Nacional – adoptada por el régimen militar desde su inicio para justificar el golpe de estado – en Chile hubo una guerra interna que provocó la represión y eliminación de sectores e individuos percibidos como enemigos del Estado. Dentro de este contexto, la DINA actuó como la principal agencia de represión, deteniendo, torturando, ejecutando y desapareciendo a sus “enemigos”, y efectivamente, llevando a cabo lo que se denomina terrorismo de Estado, o sea, crímenes en contra la humanidad ejecutados por agentes del Estado.

Para efectuar su labor represiva, la DINA usó varios recintos de detención, interrogación y tortura, clandestinos o no, acerca de los cuales existe conocimiento a través de testimonios de sobrevivientes que estuvieron recluidos en aquellos lugares y de otras personas, tales como Villa Grimaldi en Santiago – uno de los principales centros de reclusión e interrogación de la DINA –, Cuatro Álamos, Londres 38, José Domingo Cañas, la Venda Sexy, y el cuartel Simón Bolívar, donde operó la Brigada Lautaro, unidad creada en abril de 1974 para dar protección al jefe de la DINA, el coronel Manuel Contreras, y luego centro de exterminio de los dirigentes del Partido Comunista de Chile (PCCh) y militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).
La DINA también instaló su propia clínica en calle Santa Lucía y una red de casas de seguridad para sus agentes, informantes y algunos presos de “trato especial”.

En el exterior, el equipo operativo de la DINA se fortaleció con la creación de una red antisubversiva cuyo fin era coordinar los servicios secretos del continente. Bajo el nombre de “Operación Cóndor” los servicios de seguridad de Chile, Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia, se coordinaron con la DINA para actuar en la detención y neutralización de supuestos focos e individuos subversivos, intercambiando prisioneros, datos y facilitando recursos. Entre las más conocidas operaciones de la DINA en el extranjero es la denominada Operación Colombo, que se llevó a cabo como parte de la Operación Cóndor, y que a mediados de 1975 dio muerte en Argentina a 119 chilenos, que previamente habían sido detenidos por agentes del Estado de Chile. Además se encuentran otros casos, tales como el asesinato en septiembre 1974, en Buenos Aires, Argentina, del que fuera comandante en jefe del Ejército de Chile en el período democrático y Vicepresidente de la República, General Carlos Prats González, exiliado en ese país, y quien murió a raíz de una bomba colocada en su automóvil, que al estallar mató al general y a su esposa, Sofía
Cuthbert.

El 6 de octubre de 1975, un comando de la DINA ametralló en Roma al ex-Vicepresidente de la república de Chile y miembro del partido Demócrata Cristiano, Bernardo Leighton Guzmán y a su esposa, Ana Fresno. En estas acciones internacionales, colaboraron con la DINA, entre otros, varios dirigentes internacionales de la ultraderecha, cubanos anticastristas y Michael Townley, agente DINA/CIA. En septiembre de 1976, ocurre el asesinato del ex canciller chileno Orlando Letelier y su asistente estadounidensea Ronnie Moffit, en las calles deWashington, D.C., Estados Unidos, a causa de una bomba colocada en su automóvil.
Las actividades de la DINA se llevaban a cabo en forma secreta. Las personas eran secuestradas de preferencia de noche; si los arrestos eran de día, se procuraba que no hubiera testigos. Este modus operandi permitía a los agentes practicar los interrogatorios y las torturas sin tener que dar cuenta a nadie. Producto de las torturas aplicadas, muchos secuestrados fallecieron, pasando así a engrosar la lista de detenidos-desaparecidos. Existen numerosos testimonios de liberados que vieron o escucharon en los mencionados centros de tortura a compañeros de los cuales no se ha vuelto a saber. Además, se perpetraron toda clase de abusos (robos en las viviendas allanadas, acciones como amedrentamiento y vigilancia continuada) para que los familiares renunciaran a la búsqueda del secuestrado.

El 13 de agosto de 1977, por Decreto Ley Nº 1878, fue disuelta la DINA, siendo reemplazada por la Central Nacional de Informaciones (CNI), con atribuciones y funciones semejantes a las de su antecesora, pero con dependencia ahora del Ministerio del Interior. La CNI continuó la labor represiva de la DINA y durante su existencia se transformó en el servicio de inteligencia más importante del Estado.

Sobre el marco político tras la disolución de la DINA, es sabido que el ocaso de esta entidad comenzó con el asesinato de Orlando Letelier y Ronnie Moffitt, el año 1976, en Washington, capital federal de los Estados Unidos de Norteamérica. Cuando la involucración de la DINA en el crimen se hizo clara, y se pidió por el Gobierno estadounidense la extradición de algunas de sus cabezas máximas, quedó en evidencia para aquellas autoridades superiores del régimen que aún no lo sabían, o que no lo habían sopesado suficientemente, el poder y la audacia del grupo y de la entidad secreta, así como el perjuicio inmenso que podían causar, no ya a sus víctimas, sino al régimen mismo y al país.


A sangre y fuego: el día que comenzó la dictadura cívico-militar

Fuente :elmostrador.cl, 11 de Septiembre 2018

Categoría : Prensa

La crónica “A sangre y fuego: el día que comenzó la dictadura civil-militar”, publicada por El Mostrador el 11 de septiembre de 2013, al cumplirse los 40 años del Golpe de Estado, y que se publica hoy nuevamente, cuando se cumplen 45 años de este, está basada en el expediente Rol N°1032-73 de la Primera Fiscalía Militar de Santiago. La investigación fue realizada por el fiscal militar Joaquín Erlbaum Thomas y tiene la trascendencia de que se inició a partir de las primeras horas tras el Golpe.

*Este artículo, en forma de crónica, relata los pormenores de la investigación de la Primera Fiscalía Militar de Santiago, en la que prestaron declaración los sobrevivientes al ataque al Palacio de La Moneda, y que fueron testigos presenciales de las horas vividas entonces. Además, en este proceso, declaran todos los militares que aquel día ingresaron a La Moneda y quienes la sitiaron por todos sus costados con su armamento.

El referido expediente desapareció de la Justicia Militar. Nunca más fue habido el original de unas 300 páginas. Por mucho tiempo fue buscado por diversas personas interesadas en conocer esa valiosa pieza de la historia de Chile.

En el año 2011, el juez Mario Carroza inició un proceso acerca de la muerte del Presidente Salvador Allende, a requerimiento de los abogados Roberto Celedón, Matías Coll y Roberto Ávila. La causa terminó sobreseída definitivamente por la Corte Suprema.

No obstante, durante la investigación del ministro Carroza, quien fuera el propio instructor de la referida indagatoria castrense, el ex fiscal militar Joaquín Erlbaum, concurrió ante el juez y le hizo entrega de su propia copia del expediente.

El periodista Jorge Escalante logró acceder en su momento a aquella pieza histórica, para construir el relato que hoy El Mostrador vuelve a publicar por la relevancia que tiene para Chile la fecha del 11 de septiembre. Especialmente hoy, cuando se cumplen los 45 años del inicio de aquella tragedia.

*Nota del Editor

[ARCHIVO] “A sangre y fuego: el día que comenzó la dictadura cívico-militar”

La mañana de ese martes y las alertas al alba en La Moneda. Las llamadas telefónicas para quebrar la resistencia de Salvador Allende. Las manos ennegrecidas del Presidente, tendido después de haber disparado varias veces un fusil AK. La esperanza no cumplida de que los trabajadores salieran a la calle. La última flor arrojada por Hortensia Bussi para Allende muerto, en una ceremonia deslavada. Así fue el último día de la Unidad Popular en el poder y el primero de 17 años de dictadura militar.

Por Jorge Escalante

A las 07.45 de la mañana del 11 de septiembre de 1973, el subdirector de la Escuela de Carabineros, coronel Onésimo Muñoz Conejeros, dio una orden al capitán Manuel Mardones Rodríguez.

–Junte a su gente y salga en un bus a reforzar la Guardia de Palacio de La Moneda. Pasa algo raro ahí.

Mardones cumplió la orden y a las 08.20 salió de esa Escuela en un bus con 30 a 40 efectivos del Escuadrón de Ametralladoras. Lo acompañó el teniente Hernán Arangua Valdivia.

Al llegar a La Moneda se presentó al mayor de Carabineros Claudio Venegas Guzmán, jefe de la Guardia de Palacio aquel día. Los efectivos se repartieron alrededor del Palacio sin conocer aún el motivo del refuerzo. El Presidente Salvador Allende ya se encontraba en el lugar. Había arribado desde su residencia en calle Tomás Moro poco después de las 07.00. Estaba alertado del levantamiento de la Armada en Valparaíso. La elegancia de su vestimenta, la cambió esa mañana por ropa de combate. Una chaqueta y pantalón de tweed con rodilleras de cuero. Suéter de figuras romboidales de cuello subido y zapatos gruesos. El único toque de elegancia fue el pañuelo azul con lunares rojos que puso en el bolsillo exterior izquierdo de su chaqueta. Antes de salir de Tomás Moro, tomó el casco.

Era un regalo de su edecán naval, capitán de navío Arturo Araya Peeters. Se lo dio antes de ser asesinado el 26 de julio de 1973. Un francotirador le disparó desde el segundo piso de un colegio de monjas ubicado en la esquina de Pedro de Valdivia y Providencia. De los dos disparos, uno le causó la muerte cuando el edecán se asomó al balcón en el segundo piso de su casa en calle Fidel Oteíza. El crimen fue parte de un complot de altos mandos de la Armada para dar el último empujón a que esa institución encabezara el Golpe de Estado. Para camuflar el atentado, los integrantes del cuerpo de almirantes recurrieron a dirigentes del movimiento ultraderechista Patria y Libertad. Un grupo de ellos provocó esa noche la salida del capitán Araya al balcón. Dos de ellos dispararon hacia el balcón, pero sus balas no tocaron al capitán de navío. Era amigo del Presidente.

El casco tenía una historia y las iniciales J.M.F. Al comandante Araya se lo había regalado el comandante de la Marina estadounidense de apellido Munic en 1966 en el puerto de Filadelfia. Ese año, Araya condujo desde Valparaíso el submarino Thompson para su reacondicionamiento. El 29 de junio de 1973 se alzaron tanques del regimiento Blindados N°2, y el comandante Araya se lo pasó a Allende para que se protegiera. Viajaban en un auto desde Tomás Moro a La Moneda.

 

Finalmente, Allende responde a los tres edecanes: "Quiero ser muy claro, yo no me voy a rendir. Sí podría dialogar con los tres comandantes en jefe si se dan algunas condiciones. Espero que cada uno de ustedes lo comuniquen una vez que salgan de este salón. No voy a ser un Presidente prisionero o en el exilio. De aquí no me sacan vivo. Con esta metralleta que tengo aquí en mi mano me defenderé hasta el final. Y el último tiro lo guardaré para mí. Me lo voy a dar aquí, en la boca".

 

–Si hay un ataque contra La Moneda, usted junte a sus hombres y me los lleva al segundo piso –dijo Allende esa mañana del 11 al capitán Mardones en uno de los patios de la sede de Gobierno.

El Presidente comenzó a convocar a algunos de sus ministros a La Moneda. Otros llegaron cuando se enteraron temprano por radio de lo que ocurría. Varios integrantes del Grupo de Amigos Personales, el mítico GAP de Allende, también arribaron temprano a Palacio.

Alrededor de las 06.45 de ese mañana, el edecán aéreo de Allende, comandante de Grupo de la Fuerza Aérea Roberto Sánchez Celedón, recibió un llamado telefónico.

–Comandante, véngase de inmediato a mi despacho, es urgente –le dijo el secretario del comandante en jefe de la Fach, coronel Eduardo Fornet.

El comandante Sánchez llegó a las 07.30 al despacho del coronel Fornet.

–Comandante, usted debe comunicar al Presidente Allende que, a las 08.30, las Fuerzas Armadas y Carabineros inician la toma del poder. Debe rendirse incondicionalmente –fue la orden de Fornet.

A las 07.50, Sánchez se dirigió a la residencia de Tomás Moro para informar la orden. Por la radio del vehículo supo que Allende ya estaba en La Moneda. Llamó al Palacio para comunicarse con el Presidente. Esperó unos minutos en línea que Allende terminara de hablar a la población por una radioemisora. El propio Allende le salió al teléfono.

–Ya lo sé, comandante, estoy perfectamente informado. Necesito que se venga de inmediato a La Moneda –fue la respuesta del Presidente.

Llega 'La Payita'

Desde su residencia El Cañaveral en la precordillera de Santiago, Miria Contreras Bell, la secretaria privada de Allende conocida como La Payita, sale temprano esa mañana en un estrecho vehículo para ir a La Moneda. La noche anterior había estado hasta cerca de las 02.00 en la sede de Gobierno siguiendo instrucciones del Presidente. Coordinaba una serie de asuntos, varios relacionados con el plebiscito que Allende anunciaría ese día 11 de septiembre. Miria Contreras viaja junto a su hijo Enrique Ropert y al jefe del GAP, Domingo Blanco Tarrés, de nombre político Bruno. Van además siete integrantes del GAP.

Las puertas de La Moneda ya habían sido cerradas y el golpe era inequívoco. Poco antes de llegar a la sede gubernamental, el vehículo fue detenido por carabineros. Los sacan del auto y los conducen al edificio de la Intendencia. Ahí estaba la guardia policial de ese lugar. Miria Contreras logra salir de la Intendencia esgrimiendo un ardid. Cruza calle Morandé con la intención de ingresar por esa puerta a La Moneda, a pedir ayuda para que liberen a los detenidos. En la puerta cerrada se encontró con el comandante Sánchez. Le pide que intervenga para que liberen a su hijo, a Bruno y los demás. Pero Sánchez se niega y entra al Palacio. Lo mismo hace Miria con la esperanza de que Allende logre que los liberen. El Presidente tampoco pudo.

Con los tres edecanes

El primero de los tres edecanes de Allende en llegar a La Moneda esa mañana fue el teniente coronel de Ejército Sergio Badiola Broberg. Arribó a las 08.30. Desde allí llamó al comandante Sánchez para que acudiera urgente al Palacio. Este le dijo que ya sabía e iba en camino. Llamó también al edecán naval, capitán de Fragata Jorge Grez Casarino.

Los tres edecanes pidieron hablar a solas con Allende. Tenían clara la situación. La única opción del Presidente era entregar el poder a las Fuerzas Armadas. Antes de entrar al salón privado de Allende, los GAP les trancaron el paso. Amenazantes, fusil ametralladora en mano. Allende salió al escuchar la trifulca. Ordenó a los GAP que los dejaran entrar. Estos no obedecieron de inmediato. Allende les dio un grito para que destrabaran el camino a los tres edecanes.

El primero en hablar fue el comandante Sánchez. Traía ampliada la información que poco antes comunicó a Allende por teléfono.

–Presidente, mi general Gustavo Leigh es quien ahora está al mando en la Fuerza Aérea. El general César Ruiz Danyau fue destituido. Mi general Leigh le ofrece un avión que está listo para partir en el aeropuerto de Cerrillos. Es para que usted y su familia abandonen el país al lugar que usted decida, pero debe ser dentro del continente americano. Yo mismo lo iré a dejar al avión Presidente.

Allende no respondió y dejó que primero hablaran los otros dos edecanes.

–Presidente, las tres ramas de las Fuerzas Armadas y Carabineros están actuando unidas en esta toma del poder. No tiene sentido que usted intente alguna resistencia. Tenemos el país bajo control –dijo el teniente coronel Badiola.

El capitán Grez de la Armada coincidió y fue breve.

–No tiene sentido resistir, Presidente. La Armada partió tomando el control de toda la provincia de Valparaíso desde las primeras horas de esta madrugada.

Allende guardó un momento de silencio. Estaba tranquilo. No permitía que su indignación lo traicionara. Era temprano todavía. Aún no daban las 09.30. El Presidente pensaba que todavía podría haber una solución. Pensaba en los Cordones Industriales que agrupaban las fábricas por sector. Ellos resistirían. La gente saldría a las calles a defender su Gobierno. Habían sido cientos de miles en las multitudinarias concentraciones. La gente estaba organizada en los Comandos Comunales integrados por las organizaciones sociales, comuna por comuna en el país. Había armamento en algunos sectores de la población. Y el general Carlos Prats había sido su leal ministro de Interior y comandante en jefe del Ejército que lo apoyó para reducir a los alzados el 29 de junio. Aun estando en retiro desde hacía dos semanas, tenía gran ascendencia al interior del Ejército. Tal vez podría avanzar hacia La Moneda con un sector constitucionalista del Ejército. Producir un quiebre. Algo estará urdiendo Prats, pensaba.

La noche anterior

La noche anterior, Allende había reunido en Tomás Moro a su ministro de Defensa Orlando Letelier; al ministro de Interior, Carlos Briones; y algunos asesores políticos. En la reunión, Allende les dice que prefirió postergar para el día siguiente, el 11, el aviso de convocar a un plebiscito. Que la ciudadanía decida si él debe seguir o no como Presidente de Chile. Allende había aceptado algunas condiciones planteadas por el Partido Demócrata Cristiano, con el fin de ampliar la base social de apoyo a su Gobierno. En las últimas elecciones parlamentarias de marzo de 1973, la Unidad Popular había aumentado notablemente el sustento ciudadano logrando sobre el 42 por ciento de los sufragios. Informados los gestores de la asonada militar de la intención del Presidente, decidieron adelantar el golpe para el día siguiente, el martes de 11 de septiembre.

Esa noche, en Tomás Moro, el Presidente recibe las primeras informaciones de movimientos de tropas extraños. El director de Investigaciones, Alfredo Joignant, llama a Allende y le informa que las tropas de la Guarnición Militar de Santiago están acuarteladas. Letelier llama al comandante de esa Guarnición, general Herman Brady Roche. Este le confirma el acuartelamiento, pero le entrega información falsa.

Finalmente, Allende responde a los tres edecanes.

–Quiero ser muy claro, yo no me voy a rendir. Sí podría dialogar con los tres comandantes en jefe si se dan algunas condiciones. Espero que cada uno de ustedes lo comuniquen una vez que salgan de este salón. No voy a ser un Presidente prisionero o en el exilio. De aquí no me sacan vivo. Con esta metralleta que tengo aquí en mi mano me defenderé hasta el final. Y el último tiro lo guardaré para mí. Me lo voy a dar aquí, en la boca.

Los tres edecanes se retiraron convencidos de que Allende cumpliría su palabra. El Presidente salió del salón antes que ellos y habló a viva voz a quienes se habían reunido afuera del mismo alertados de esa reunión.

–He ordenado a los tres edecanes en forma terminante que se retiren de La Moneda y regresen a sus instituciones. Déjenlos salir.

Así ocurrió. Eran cerca de las 10.00.

Diálogos telefónicos

El inspector de la Policía de Investigaciones, Juan Seoane, ya estaba en Palacio. Era el jefe de la dotación de 17 policías civiles adscrita a La Moneda. Pero pasadas las 10.00, el director de la policía civil Alfredo Joignant fue sustituido por el general de Ejército Ernesto Baeza Michelsen. Allende autorizó a Seoane a abandonar La Moneda con toda su gente, pero este optó por quedarse. Esperaba ahora instrucciones de su nuevo director. El general Baeza le había prohibido, a él y a toda su dotación, disparar un solo tiro contra las Fuerzas Armadas. A medida que avanzaba la mañana, en La Moneda crecía la incertidumbre del desenlace.

El general Ernesto Baeza era ese día el delegado del comandante en jefe del Ejército, general Augusto Pinochet. Una vez que los edecanes abandonaron el Palacio, Baeza habló dos veces con Allende conminándolo a rendirse. Recibió respuestas similares a los tres edecanes. Pasadas las 10.00, quienes minutos más tarde integrarían la Junta Militar de Gobierno, ya tenían claro que les resultaría difícil reducir al Presidente.

Desde el Ministerio de Defensa, en diagonal a La Moneda, cruzando la Alameda por el costado sur, el almirante Patricio Carvajal insistió con Allende por teléfono.

–Presidente, sé que ha dicho a sus edecanes que usted no se va a rendir, pero lo llamo en nombre de los tres comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas para insistir en pedir su rendición. Usted sabe que hay un avión de la Fach esperándolo en Cerrillos. No complique más las cosas.

–Mire, almirante, váyanse todos a la mierda. Ya dije, de aquí no me sacan vivo. Voy a resistir hasta el final. No vuelva a insistir con pedir mi rendición.

El reloj avanzaba vertiginoso. Eran las 10.15. Afuera de La Moneda se sentían ya los primeros disparos de los efectivos de la Escuela de Suboficiales y el regimiento Tacna contra la estructura del Palacio. Fuerzas de la Escuela de Infantería de San Bernardo al mando del teniente coronel Iván de la Fuente Sáez, avanzaban para copar el perímetro entre Plaza Italia, la Estación Mapocho y la Plaza de Armas.

Por el costado sur de La Moneda, pasadas las 10.00, el mayor Enrique Cruz Laugier se instaló con piezas de artillería pesada del regimiento Tacna. A las 06.00, Cruz recibió el mando del regimiento de manos de su comandante, coronel Joaquín Ramírez Pineda.

Poco antes de las 10.30, Allende convocó a una reunión urgente en el salón Toesca. A esa hora el Presidente ya portaba su metralleta AK-47 colgada al hombro. Fabricación soviética, calibre 7.62 milímetros, 625 tiros por minuto, alcance efectivo 400 metros, cañón con hilo para atornillar un tromblón lanzagranadas y número de serie PL-1651. Un regalo. En el costado derecho de la empuñadura de madera una placa de metal: “A Salvador, de su Compañero de Armas. Fidel Castro”. La pasó al periodista Carlos Jorquera para que se la tuviera mientras. Unas 40 personas llegaron al salón. Entre ellos, el aún general director de Carabineros, José María Sepúlveda Galindo.

El Presidente les habló claro. Dijo que no saldría vivo de allí. Que su decisión era combatir junto a los GAP. La reunión fue breve. Era el primer contacto de Allende con la mayoría de los que estaban a esa hora en la casa de Gobierno. Recuperó su metralleta y salió del salón rodeado de los GAP que no lo dejaban ni a sol ni a sombra. Listos para el tiroteo. Decididos a morir. Apenas minutos más tarde, sus GAP instalaron una ametralladora punto 30 en uno de los balcones del segundo piso. Munición había de sobra. También había un par de bazucas y algunos cohetes.

Eran las 10.30. El director de la Escuela de Carabineros, coronel José Sánchez Stephens, llamó a La Moneda al mayor Claudio Venegas, jefe de la Guardia de Palacio.

–Retire a toda su gente. Que no quede ni un solo carabinero en La Moneda. Nosotros estamos con las Fuerzas Armadas en esto. Saquen todo su armamento. Lo que no puedan retirar lo inutilizan a golpes con lo que tengan.

Los efectivos de la Guardia prepararon su retiro sigilosamente. El caos que reinaba en La Moneda fue un aliado para ello. Envolvieron armamento en frazadas y otra parte lo inutilizaron a golpes de martillo. Pero igual quedaron algunos fusiles automáticos. Salieron todos sin ser advertidos. El general Sepúlveda informó después a Allende del abandono.

–También ustedes –dijo lacónicamente el Presidente al general.

Bazuca al hombro

José Tohá, Clodomiro Almeyda y Carlos Briones, intentaban hablar con Allende a solas. Querían convencerlo de parlamentar. Buscar una salida razonable con los militares. Pero el Presidente los esquivó varias veces. Advertía lo que buscaban sus ministros. Y él en esos momentos estaba en situación de resistir, respondiendo el tiroteo que ya aumentaba desde afuera disparado por efectivos del Ejército.

–¡Dónde hay una ventana apropiada para pelearles a estos cobardes! –comentó Allende a algunos de sus GAP, transitando por uno de los patios de La Moneda.

En vista de que afuera el ataque terrestre estaba ya desatado, incluyendo las piezas de artillería del regimiento Tacna por el frente sur al mando del mayor Cruz Laugier, José Tohá tomó un teléfono y llamó al almirante Carvajal al Ministerio de Defensa.

–Almirante, lo llamo para informarle que con los ministros Almeyda y Briones estamos tratando de hablar con el Presidente para buscar una salida a todo esto. No nos ha sido posible hasta ahora porque afuera el ataque terrestre está aumentando. Por eso le solicito pueda interceder para que rápidamente exista una tregua y se detenga el ataque. El Presidente está más preocupado ahora de responderlo.

El almirante le dijo que ya había hablado con Allende y que este lo tapó a insultos. Pero que intentaría lograr esa tregua.

Pasaron los minutos y nada ocurrió. Las manos del Presidente estaban ennegrecidas de pólvora producto de los disparos que hacía con su fusil AK. El tableteo de la ametralladora punto 30 era ensordecedor desde uno de los balcones del segundo piso respondiendo a los disparos de los militares. Allende pidió a uno de los GAP que le alcanzara una bazuca. Se descolgó el fusil AK y puso el arma pesada sobre su hombro. Apuntó y el cohete voló la parte superior de uno de los tanques. Cual niño, el Presidente celebró el disparo con quienes lo rodeaban. Lo vitorearon.

Afuera, desde la Intendencia de Santiago, el Ministerio de Obras Públicas, el edificio de Correos de Chile, el Banco del Estado y desde otras terrazas colindantes, francotiradores leales al Gobierno disparaban nutrido fuego a los alzados. De tregua nada. Tohá volvió a llamar al almirante Carvajal.

–No es posible, señor Tohá, no hay vuelta atrás ni parlamento. La Moneda será bombardeada en diez minutos por aviones de la Fuerza Aérea y luego será tomada por fuerzas militares. Informe al señor Allende que tiene diez minutos para rendirse con toda su gente y salir de La Moneda con las manos en alto y una bandera blanca.

Eran las 11.10 horas. Tohá bajó a uno de los patios del primer piso donde estaba Allende con un grupo de sus GAP y le informó.

De ahí en adelante en la sede de Gobierno se produjo un inmenso desorden. Había que refugiarse en lugares seguros para soportar el bombardeo. Allende sube al segundo piso con la intención de hablar con su mujer Hortensia Bussi, que estaba en la residencia de Tomás Moro. Llama desde el citófono de su despacho que lo comunicaba directo con la casa. Sin embargo, se da cuenta de que la línea estaba intervenida. Había quedado conectada directo con el Estado Mayor General del Ejército en el Ministerio de Defensa. Al otro lado escucha nítida la voz del general Ernesto Baeza que comenta subido de tono a estos hay que matarlos como hormigas, que no quede rastro de ninguno, en especial de Allende.

Pinochet apuraba

Entretanto, Pinochet estaba instalado en el Comando de Telecomunicaciones del Ejército en las alturas de la comuna de Peñalolén. La zona estaba custodiada por al menos cien boinas negras de la Escuela de Paracaidistas al mando de su comandante, Alejandro Medina Lois.

Desde allí Pinochet interactuaba por radio con el almirante Carvajal, el nuevo comandante en jefe de la Fach, general Gustavo Leigh, el general de la FACh Nicanor Díaz Estrada, el comandante de la Guarnición Militar de Santiago, general Herman Brady, y el general Sergio Arellano Stark, quien era el comandante de las fuerzas rebeldes en la Agrupación Santiago-Centro. El bombardeo con los cuatro aviones Hawker-Hunter de la Fach que saldrían desde Concepción, estaba planificado para las 11.10.

Pinochet sostenía agitadas discusiones con el almirante Carvajal sobre cuál debía ser el destino de Allende una vez que se le tomara detenido en el asalto a La Moneda tras el bombardeo. Insistía en que a Allende se le debía tomar prisionero y conducirlo de inmediato al avión que lo esperaba en Cerrillos. Carvajal afirmaba que algunos en el Ministerio de Defensa no estaban de acuerdo porque ello permitiría que Allende “se paseara por el mundo” desprestigiando el nuevo gobierno militar. Finalmente, el general Leigh apoyó a Pinochet y así se decidió.

–Que salga del país junto a su familia y solo con algunos de sus ministros, porque a algunos de esos carajos hay que dejarlos aquí para juzgarlos. Pero el avión se cae, viejo –dijo Pinochet irónico a Carvajal.

Al jefe del Ejército le inquietaba el retraso del bombardeo. Y recibió una noticia que lo alteró aún más.

–El bombardeo será posible recién a las 11.40 porque los aviones tuvieron un problema de cargueo de combustible en Concepción –informó Leigh.

En La Moneda, las más de 70 personas que estaban, comenzaron desordenadamente a buscar refugio ante el inminente ataque aéreo. Allende había convencido antes a sus hijas Beatriz e Isabel que salieran del lugar junto a otras mujeres funcionarias que ese día llegaron temprano a sus tareas habituales. En el grupo salieron las periodistas asesoras del Presidente, Verónica Ahumada y Frida Modak. A la que no pudo convencer fue a su secretaria Miria Contreras. Nada supieron allí del retraso del bombardeo anunciado por Leigh.

Discusión en la cocina

Allende se fue a una de las cocinas del primer piso que parecía un buen lugar para refugiarse. Con él se fueron el ministro de Interior Carlos Briones, el subsecretario Interior Daniel Vergara, el ministro Secretario General de Gobierno Fernando Flores, el secretario privado de Allende, Osvaldo Puccio, y su hijo Osvaldo, La Payita, el médico Eduardo Coco Paredes, ex director de la Policía de Investigaciones, el subsecretario de Gobierno Arsenio Poupin y el periodista Augusto Olivares, el Perro. Poco antes llegó a ese lugar buscando refugio el subinspector de la Policía de Investigaciones, Fernando del Pino Abarca.

En esos tensos minutos se produjo una fuerte discusión en el reducido espacio. Algunos como Briones, Flores y Puccio insistieron con Allende en la necesidad de parlamentar con las Fuerzas Armadas. El Presidente se negó una vez más alzando la voz. Coco Paredes y Poupin lo apoyaron en resistir hasta el final. El inicio del bombardeo aéreo puso fin abrupto a la discusión. Todos se lanzaron al suelo. Allende cayó pesadamente encima de Del Pino que lo escuchó mascullar indignación respirando agitado. El bombardeo terminó y en la pequeña sala se hizo un ambiente de derrota amarga. Todo estaba perdido. Salieron rápidamente del lugar para verificar los daños.

Partes del segundo piso comenzaron a arder. El grupo subió al segundo piso. Había lugares intactos aún. El Perro Olivares se quedó atrás. No salió. Sacó su pistola y se disparó un tiro en la sien. Quedó tendido en una silla. Su sangre comenzó a formar un círculo imperfecto en el piso. Aún respiraba cuando llegaron los médicos Sergio Arroyo, Carlos Guijón y Arturo Jirón, alertados por alguien. Tendieron al Perro en el piso para que pudiera respirar mejor. Murió solo un par de minutos después. A un costado quedó su pistola botada en el suelo. Momentos antes había vaciado dos cargadores de su fusil ametralladora disparando desde el segundo piso junto a Allende y los GAP.

Allende gana tiempo

En el salón Independencia que estaba intacto, Allende habló con Puccio, Vergara y Flores. A partir del bombardeo, en la cabeza del Presidente surgió la idea de que quienes estaban junto a él en La Moneda, debían abandonar el Palacio y rendirse. Pero antes quiso jugar su última carta. A los tres les dijo que era necesario que fueran a parlamentar al Ministerio de Defensa. Para ello les redactó una nota con seis puntos, dirigidos a los comandantes en jefe de las tres ramas de las Fuerzas Armadas.

–Me traen esto de vuelta firmado por las Fuerzas Armadas –les advirtió.

Primero, las Fuerzas Armadas debían suspender el ataque aéreo y terrestre que estaban ejerciendo en contra de algunas poblaciones y fábricas de Santiago. Segundo, se debe suspender el ataque terrestre a La Moneda para permitir que salgan todos quienes están adentro. Tercero, la Junta Militar debe constituirse solo por militares, sin civiles en ella. Cuarto, respeto a los sindicatos y a los derechos de los trabajadores. Quinto, no se debe reprimir a la izquierda, y Sexto, se debe mantener el contacto entre el Presidente y las nuevas autoridades militares para seguir dialogando, pero que él está decidido a entregar el mando a las Fuerzas Armadas.

Fernando Flores llamó al Ministerio de Defensa y habló con el almirante Carvajal. Le informó que Allende había redactado una carta, que él junto a Daniel Vergara y Osvaldo Puccio debían entregar en ese Ministerio. Para ello necesitaban que desde ese lugar enviaran un vehículo a buscarlos. Era una nota de parlamento. Abrir una salida dialogada a la crisis. Carvajal informó de ello a Pinochet por radio. Este se indignó.

–Cuidado con esa carta, este gallo es chueco y está ganando tiempo, está muñequeando. No hay parlamento ni nada. Que se rinda incondicionalmente y se le toma detenido –fue la respuesta de Pinochet.

Eran ya las 13.00 horas. El incendio en el segundo piso avanzaba rápido. Desde afuera, los efectivos militares comenzaron a lanzar al interior de la sede de Gobierno gran cantidad de bombas lacrimógenas. Sumado al humo del fuego, el aire se tornó pesado y aparecieron las máscaras antigases que el Presidente había pedido al general Sepúlveda que la Guardia de Palacio dejara antes de retirarse. Desde los edificios colindantes los francotiradores seguían disparando. Dos helicópteros sobrevolaron los techos de esas construcciones intentando abatir a quienes disparaban. El combate continuaba. Desde La Moneda, los GAP y asesores del Presidente seguían disparando a los alzados. Algunos integrantes del destacamento de la policía civil adscritos a La Moneda desobedecieron las instrucciones de su nuevo jefe y también disparaban. Pocos. La mayoría acató la orden.

Desde el segundo piso, Allende ordenó a todos que comenzaran a formar una fila para bajar por una escalera hacia la puerta de calle Morandé 80.

–Paya, tú encabeza la fila con una bandera blanca en alto. Busquen algo para hacer esa bandera. Esto es una masacre.

Uno de los médicos pasó su delantal blanco. Alguien llegó con un palo del que colgaron el delantal. La rendición estaba en marcha. El proyecto político de la revolución a la chilena con empanadas y vino tinto se derrumbaba. La Junta Militar ya había emitido sus primeros bandos, transmitidos en cadena por las radios que, plegadas rápidamente al Golpe, no fueron acalladas, lideradas por radio Agricultura.

Marchas militares era la única música que se escuchaba.

Poco antes de las 14.00, un jeep del Ejército con el comandante Dörner, el mayor Cowell y el capitán de la Escuela de Suboficiales René Cardemil Figueroa, arribó a La Moneda para buscar a los dos ministros y al secretario Puccio. Los llevaron al Ministerio de Defensa con la carta del Presidente. Las condiciones de Allende no fueron admitidas, a pesar de que a los tres los recibió el almirante Patricio Carvajal. En la breve reunión realizada en el quinto piso estuvieron además los generales Sergio Nuño Bawden y Ernesto Baeza Michelsen y el general de la Fach, Nicanor Díaz Estrada. Este último era además el jefe del Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea, SIFA. Tras el encuentro, los tres ministros quedaron detenidos en ese lugar.

En ese Ministerio estaban además por la Armada, coordinando el ataque, el contralmirante Hugo Cabezas Videla, el capitán de navío Ladislao D’Hainaut, el capitán de fragata Hernán Ferrer y el capitán de fragata Julio Vergara, jefe del Servicio de Inteligencia Naval de la II Zona Naval de Talcahuano.

Tomando posiciones

A las puertas de La Moneda por Morandé, los destacamentos de la Escuela de Suboficiales, el Tacna y la Escuela de Infantería de San Bernardo, estaban listos para ingresar al Palacio. A las 13.20, el capitán de la Escuela de Suboficiales René Cardemil Figueroa salió desde el Ministerio de Defensa con un destacamento de esa Escuela para dirigirse a La Moneda al asalto final. Junto a él iba el general Javier Palacios, a cargo esa mañana de la toma de la sede de Gobierno. El subteniente del Regimiento Tacna, Jorge Herrera López, se les unió con una sección de ese cuartel. El teniente coronel Iván de la Fuente Sáez avanzó también hacia el Palacio con sus hombres de la Escuela de Infantería. Con él iban los tenientes Armando Fernández Larios, Eduardo Catalán Brunet y Jorge Moya Domínguez, el subteniente Eduardo Aldunate Hermann y el suboficial mayor Julio Billiard Bustos.

Poco después de las 13.30, el capitán de la Escuela de Infantería Juan Carlos Salgado Brocal, avanzaba con otra sección de la Escuela de Infantería hacia La Moneda por calle Teatinos, pero debió detener su avance. El interminable fuego de los francotiradores leales al Gobierno le hizo imposible continuar su marcha. Un soldado cayó muerto y otros cinco se desplomaron heridos. El capitán cambió su curso y decidió cruzar la Plaza de la Constitución para acercarse a La Moneda por calle Morandé.

A la misma hora, el capitán de la Escuela de Suboficiales Julio Quiroga Báez, avanzó con un destacamento por el paseo Bulnes con la orden de ingresar a La Moneda por la entrada de calle Teatinos. Junto a él iba el teniente Gonzalo del Real Amthauer. Debieron desviarse hacia calle Lord Cochrane debido a los disparos de los francotiradores que los atacaron desde el Banco del Estado en la esquina de Alameda con Morandé. Por Cochrane ingresaron a la Alameda, pero en cuanto asomaron los recibió otro foco de fuego disparado desde los edificios que enfrentaban el Palacio de Gobierno por el costado poniente. El destacamento se desordenó y algunos efectivos se refugiaron detrás de un kiosko de diarios. Otros avanzaron hacia el bandejón central de la Alameda y se parapetaron en unos escombros y matorrales. Debieron esperar más de una hora a que acudiera un tanque para que pudieran salir hacia su objetivo. Otro destacamento de la Escuela de Suboficiales al mando del teniente Hernán Ramírez Hald también intentaba avanzar para tomar La Moneda por Teatinos.

El combate seguía. Los francotiradores continuaban disparando. Desde adentro de La Moneda, algunos seguían respondiendo el ataque de los efectivos militares. El olor a pólvora, el humo del incendio y las bombas lacrimógenas, impedían pensar a quienes permanecían todavía en el Palacio. Solo se imponía la acción espontánea.

El desorden era ya total. Con la elevada temperatura a causa del incendio, balas de grueso calibre que estaban tiradas en el suelo comenzaron a explotar. Allende intentó cruzar por Morandé al edificio del Ministerio de Obras Públicas para seguir resistiendo, pero fue imposible.

¡Allende no se rinde, mierda!

Desde el segundo piso, el Presidente comenzó a ordenar la fila para que todos quienes quisieran rendirse bajaran por la escalera que desembocaba en la puerta de Morandé 80. Por ella preparaban el ingreso las fuerzas militares.

Entre el caos, el Presidente alzó la voz alterado.

–¡Y la gente, dónde está la gente! ¡Dónde está la gente! ¡Dónde está la gente, hombre!

–Ya no hay nada que hacer, Presidente, los Cordones Industriales fueron abatidos –respondieron a coro Arnoldo Poupin y el Coco Paredes.

Los 120 fusiles ametralladoras que desde el cuartel general de la Policía de Investigaciones habían llevado hasta la fábrica Indumet, parte del Cordón Vicuña Mackenna, no bastaron para revertir el alzamiento militar. Esa mañana, allí estaban resistiendo fuerzas de los partidos de la izquierda y el MIR.

Desde el Ministerio de Defensa informaron al general Palacios que, por la puerta de Morandé 80, en minutos saldrían quienes permanecían adentro con un paño blanco en señal de rendición.

La fila ya estaba formada cuando el Presidente dio un grito, al tiempo que se quitó el casco obsequiado por el comandante Arturo Araya. Debió gritar fuerte por el ensordecedor ruido de las balas.

–Escuchen todos, antes de salir les pido un minuto de silencio por la muerte de mi entrañable amigo, el Perro Olivares.

El silencio solo fue quebrado por el tiroteo y el chasquido de las llamas. No fue un minuto, pero se hizo el homenaje al Perro.

–Ahora comiencen a bajar, yo seré el último de la fila –volvió a gritar Allende.

Dicho aquello, el Presidente dio media vuelta y desapareció a paso acelerado por la puerta del Salón Independencia, muy cerca del inicio de la escalera. La puerta quedó entreabierta. En esos segundos el doctor Patricio Guijón avanzó para ubicarse en la fila. Miró por la abertura de la puerta del salón y se percató que Allende se inclinaba para sentarse en un sillón rojo oscuro. Vio la metralleta entre sus manos. Lo observó sentarse y poner el arma entre sus piernas. Dirigió el cañón a su barbilla y gritó profundo.

–¡Allende no se rinde, mierda!

El grito superó el tronar de la balacera. Muchos que estaban en la fila lo escucharon. Sonaron dos disparos en secuencia. Guijón corrió al salón. También lo hizo el detective Pedro Valverde Quiñones. Guijón se quedó inmóvil frente al cuerpo del Presidente. La cabeza destrozada, inclinada a la derecha, pegada al tórax. El fusil humeante. El médico tomó el fusil y lo puso a un lado del sillón. Uno de los proyectiles que cruzó la cabeza del Presidente quedó incrustado en el muro. Valverde se asomó por la puerta y dio un grito de espanto.

–¡Se suicidó el Presidente!

Lucha cuerpo a cuerpo

Arnoldo Poupin estaba a metros de la entrada del salón. Entró veloz y enloqueció. Reprodujo con gritos desgarradores el grito del policía.

–¡Se suicidó el Presidente! ¡Se suicidó el Presidente!

Su último grito se quebró en llanto. Frente al cadáver de Allende descolgó su metralleta del hombro. En ese instante Valverde se le fue encima con todo su cuerpo. Intuyó su intención de dispararse y quiso quitarle el arma. En la lucha cayeron al suelo. Valverde se apoderó del arma y la lanzó unos metros. Poupin le dio unos golpes y se deshizo de los brazos que lo aprisionaban. Saltando salió del salón gritando la noticia. Valverde lo siguió. Poupin se escabulló, dio media vuelta y volvió a entrar al salón. Frente a Allende sacó de su cintura una pistola y la alzó hacia su cabeza. El detective se lanzó encima y volvieron a caer al piso. Logró quitarle la pistola y la arrojó lejos. Tomó a Poupin por la cintura y lo arrastró hacia afuera. Ambos pisaron los primeros peldaños de la escalera para empezar a descender. En la fila se escuchó el llanto gritado del Intendente de Palacio Enrique Huerta.

–¡Se mató el doctor! ¡Se mató el doctor!

Los soldados patearon la puerta de Morandé 80 y lograron abrirla. La primera en salir fue Miria Contreras, con el delantal médico en alto amarrado a un palo. Fueron saliendo en orden a pesar de la tensión, recibiendo los primeros golpes de los soldados. Algunos obligados a tenderse en el suelo y otros puestos contra el murallón de La Moneda.

Tendida en la vereda con las manos en la nuca, La Payita sintió que alguien le tocó una de sus piernas con el zapato.

–¡Paya, qué haces aquí!

Era el oficial de Ejército de sanidad dental Jaime Puccio, hermano del secretario de Allende, Osvaldo.

En ese instante arribó a la puerta de Morandé una ambulancia, llamada para recoger a los heridos en el segundo piso.

–¡Házte la muertam Paya, yo te voy a meter en esta ambulancia! –le dijo Puccio.

Ordenó a un enfermero que venía en el vehículo que la tomara y la metiera dentro. Un oficial quiso saber por qué la habían levantado del suelo donde estaba tendida, pero ya era tarde. La ambulancia partió rápido con las puertas traseras aún abiertas.

Suben los oficiales

Eran las 14.00. Los primeros en subir por aquella escalera al segundo piso fueron los capitanes René Cardemil y Sergio Núñez Cabrera, el teniente Eduardo Catalán Brunet y el subteniente Jorge Herrera López. Ante la resistencia que todavía existía desde el segundo piso por quienes se quedaron desobedeciendo la orden de Allende, Cardemil comenzó a lanzar granadas de mano hacia arriba mientras subía. Al llegar al último peldaño, había vaciado dos cargadores de su fusil de asalto SIG.

Inmediatamente después subieron el general Javier Palacios, su ayudante el teniente coronel de la Escuela de Paracaidistas, José Quinteros Masdeu, el teniente coronel Iván de la Fuente Sáez, los tenientes de la Escuela de Infantería Juan Carlos Salgado Brocal, Armando Fernández Larios y Jorge Moya Domínguez y el subteniente Eduardo Aldunate Hermann. El grupo de oficiales continuó arrojando granadas de mano y agotando los cargadores de sus SIG hacia el segundo piso mientras ascendían.

Una bala resbaló en una mano del general Palacios y otra le rozó el cuello al subteniente Herrera, que recibió otros tres proyectiles en su casco. Fernández Larios corrió a socorrer a Palacios. Sacó un pañuelo blanco de su pantalón de combate y le vendó la mano que sangraba. Palacios ordenó revisar todas las dependencias de La Moneda, especialmente las del segundo piso desde donde seguían disparándoles.

El general Palacios comenzó a recorrer las dependencias de La Moneda. Ordenó que las armas encontradas se juntaran en un solo punto para mostrarlas luego a la prensa.

El teniente coronel de la Escuela de Infantería Iván de la Fuente fue uno de los primeros en ingresar al salón Independencia. Se sorprendió al ver que una persona permanecía de pie mirando tranquilamente por la ventana de espalda a la puerta.

–¡Quién es usted!

–Soy el doctor Patricio Guijón.

–¡Diga dónde está Allende!

–Su excelencia el Presidente de la República se encuentra en ese sillón –respondió indicando con la mano el cuerpo inmóvil del Presidente.

El oficial se acercó al cadáver para observarlo de cerca. Le tomó una mano y constató que aún estaba tibia. De inmediato se comunicó por radio con el general Javier Palacios y le informó del hallazgo. Recién entonces los militares supieron cuál había sido el destino del Presidente, al que Pinochet suponía saliendo con las manos en alto junto a quienes bajaron la escalera para rendirse.

Ahora, en La Moneda tomada solo se escuchaban el chasquido del fuego del incendio desatado y los gritos de las órdenes de los oficiales.

Palacios corrió hacia el salón. Detuvo su carrera frente al cuerpo de Allende y también le tomó una mano. Recibió igual tibieza. Pero además se percató que las manos del Presidente se mostraban ennegrecidas de pólvora producto de los repetidos disparos que Allende hizo con el fusil AK de Fidel Castro.

–Acerque ese biombo y póngalo aquí delante del cadáver –ordenó a su ayudante.

–Usted, teniente Salgado, quédese de guardia custodiando el cuerpo.

Palacios se comunicó con el general Herman Brady y le dio cuenta de la muerte de Allende. Brady era el comandante de la II División del Ejército y de la Guarnición de Santiago. Bajo él estaba el mando de toda la acción de Santiago ese día. Junto a él, el general Sergio Arellano Stark comandaba la Agrupación Santiago-Centro, encargada de las acciones en el centro de la capital.

–Misión cumplida, Moneda tomada, Presidente muerto –dijo Palacios a Brady.

A partir de esa información, los jefes militares ubicados en el Ministerio de Defensa se enteraron del suicidio.

–They say that Allende committed suicide and is dead now –dijo el almirante Carvajal a Pinochet por radio. Se lo dijo en inglés advirtiéndole que era una información delicada. Carvajal hablaba con Pinochet en lenguaje educado. Pinochet respondía en un vocabulario y pronunciación desprolija.

A las 16.00 llegaron a La Moneda los peritos balísticos y de planimetría de la Policía de Investigaciones. El informe emitido luego al fiscal militar Joaquín Erlbaum, quien condujo la investigación sobre lo ocurrido el día 11 de septiembre en La Moneda, respaldó que la muerte del Presidente se produjo por suicidio, y que desde el fusil AK de Allende salieron dos tiros.

El viaje final

Varias horas antes, en la mañana de ese día en la residencia de Tomás Moro, el detective Jorge Fuentes Ubilla permanecía como escolta de la esposa de Allende, Hortensia Bussi, Doña Tencha. Esa mañana debía acompañarla a una actividad. Allí lo sorprendió el golpe. Enterada de todo lo que acontecía, Tencha quiso irse a La Moneda temprano, pero el policía le negó el viaje. Fuentes había escuchado los primeros bandos militares y sabía que ahora tenía nuevos jefes. Pocos minutos antes de que los aviones Hawker Hunter dejaran caer sus rockets sobre la sede de Gobierno, un helicóptero artillado del Ejército ametralló la casa de Tomás Moro.

–Señora Hortensia, tenemos que salir de aquí rápido. Yo la llevo a alguna embajada que usted me indique para que busque asilo. Aquí nos pueden matar –dijo el policía.

–Yo no voy a ninguna embajada a asilarme, lléveme a la casa de don Felipe Herrera en Pedro de Valdivia Norte.

Minutos después de que La Moneda fue bombardeada, Fuentes y doña Hortensia llegaron a la casona de quien fue presidente del Banco Interamericano de Desarrollo hasta 1970. En ese lugar permanecieron todos hasta la mañana del día siguiente. Cerca de las 10.00 llegó a la casa Eduardo Grove Allende, sobrino del Presidente. Traía un salvoconducto para que ella retirara el cuerpo de su esposo desde el Hospital Militar, donde fue llevado por la tarde del día anterior para practicarle la autopsia. El féretro estaba sellado. Ella quiso verlo, pero se lo negaron. El edecán aéreo Roberto Sánchez los acompañó hasta el aeropuerto de Cerrillos.

–Señora Hortensia, la orden que tengo es llevar el féretro en un avión que nos espera en Cerrillos hasta la base aérea de Quintero, y desde allí conducirlo hasta el cementerio de Santa Inés en Viña del Mar. Está prohibida la presencia de personas. Solo puede ir usted y un par de familiares. Nadie más. Esa es la orden de la Junta Militar.

Ella guardó silencio. Quería ser digna en su dolor. No mostraría debilidad, aunque estaba destrozada. Al avión subieron, además de doña Hortensia y el edecán Sánchez, Laura Allende, hermana del Presidente, Eduardo Grove y su hijo Jaime. En Quintero los esperaban marinos armados en varios vehículos. El ataúd fue subido a un carro mortuorio de la Armada. Los ocupantes del avión subieron a dos automóviles dispuestos por la Armada. Fueron custodiados hasta el cementerio en el sector alto de Viña, en un cerro por sobre la laguna Sausalito. Cuando arribaron, la tumba estaba preparada dentro del mausoleo de la familia Grove.

El cementerio estaba rodeado de marinos. Todo era silencio. Los sepultureros estaban advertidos. Pero la noticia se conoció, de alguna manera. La inteligencia naval se vio obligada a aceptar que su operación clandestina había fracasado. Rodeando el camposanto por afuera, decenas de personas permanecían en silencio acompañando el dolor. Nadie gritó consigna.

Doña Hortensia pidió por última vez que le abrieran la ventanilla del ataúd para ver a Allende. Esta vez la abrieron. Solo pudo ver la mortaja que le cubría todo el cuerpo hasta la cabeza. Ella derramó lágrimas silenciosas. Ningún sollozo descontrolado. Bajaron el féretro y cada uno de los acompañantes lanzó un puñado de tierra. También lo hizo el edecán Sánchez. Al final, Tencha lanzó una flor. Y habló con voz entera:

Quiero que sepan que estamos enterrando a Salvador Allende, Presidente de Chile. En forma anónima, porque no quieren que se sepa. Les pido a ustedes, a los sepultureros, jardineros y a todos quienes trabajan aquí, que cuenten en sus casas que aquí está Salvador Allende. Para que nunca le falten flores.

Y nunca faltó una flor en esa tumba.